viernes, 20 de febrero de 2015

Una musulman mexicana.

Entre el sonido de los automóviles de Polanco, una de las zonas de mayor circulación en la Ciudad de México, los rezos en árabe llenan las paredes de un edificio de tres niveles, donde al menos 200 personas se reúnen para orar en dirección a La Meca cada viernes, como marca el Corán.
Ágata Avilés, una joven mexicana vestida con una falda larga negra y un velo negro mezclado con gris, se quita los zapatos antes de entrar al primer piso -que ocupan las mujeres y los niños-, y se une al grupo de unas 30 musulmanas, extranjeras y mexicanas, que escuchan el rezo sentadas sobre el tapete de oración.
Su primer llamado al islam lo escuchó a los 23 años, cuando al estudiar Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) leyó sobre la historia de la religión, y comenzó a preguntarse si existiría una comunidad en México a la qué acercarse, para resolver sus dudas.
"Yo siempre me consideré monoteísta. A pesar de que crecí católica, me llamó mucho la atención la vestimenta, la política, la historia y en específico la comunidad, creo que fue curiosidad", comentó la joven que hace siete meses abrazó la religión.
Su respuesta la encontró en internet, donde obtuvo la dirección del Centro Educativo de la Comunidad Musulmana A.C., en la capital mexicana.
Tras acudir a las oraciones, decidió convertirse, aún si eso implicaba ser la única que profesa el islam en su familia. Y aunque tuviera que hacer cambios en su vestimenta y en sus relaciones con los demás.  
La oración empieza puntual, a las 14:00 horas. La mitad en árabe y la mitad en español. Los hombres ingresan por otra puerta para ocupar el segundo y tercer piso del centro, en que la oración resuena a través de unas bocinas.
En la zona de mujeres, un cartel explica las reglas de la vestimenta musulmana que siguen las hermanas de la comunidad: la ropa debe ser holgada y no estar perfumada. No debe ser ostentosa y puede usarse un pantalón si así se desea, pero debe ser debajo de una falda larga.
"Ahora lo que hago es usar el velo, lo uso todo el tiempo para trabajar, para salir a la calle, para ir a la tienda, todo el tiempo", dice Ágata. 
Lo más difícil, explica, ha sido la constancia. Desde su conversión, Ágata realiza las cinco oraciones diarias, las cuales combina con sus actividades como maestra particular de inglés, y con clases de idiomas a las que asiste.
"No las hago en un lugar público, si estoy en la escuela me voy a un salón de clases. Si estoy trabajando con alguien musulmán las hacemos juntos", por lo que siempre carga un tapete especial para realizarlas.

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