jueves, 13 de enero de 2022

Así las cosas.

 Alcoholismo femenino: evolución del concepto

La panorámica del alcoholismo femenino en nuestro país ha variado en los últimos 20 años, sobre todo por el aumento de mujeres alcohólicas con relación a los hombres, y la disminución de la edad de inicio al consumo. La mayoría de los estudios en el alcoholismo femenino están referidos a mujeres que han acudido a centros de asistencia y rehabilitación, y coinciden en la descripción de un determinado perfil de mujer alcohólica11-13: mujer de entre 35 y 50 años, con una media de 10 años transcurridos entre la edad en que aparecen los problemas y la llegada al centro de tratamiento, lo que indica el encubrimiento que impide la detección precoz del problema. Asimismo, estudios más recientes incluyen el maltrato en el perfil de mujer alcohólica. Esta situación se da tanto en las propias usuarias como en las que acuden para apoyar a sus parejas. Estos trabajos estiman que la incidencia de problemas de alcohol en familias que experimentan violencia puede situarse entre un 50 y un 75%14.

Según los expertos las mujeres beben de forma clandestina, en secreto y en solitario y han vivido años de gran aislamiento social. «..Normalmente te llegan porque los hijos ya mayores se plantan y la delatan y la traen al tratamiento... en general lo ocultan bastante más que el hombre... yo creo que necesitan un plus más de esfuerzo o valentía que pueda tener un hombre». (Entrevista)

La posición de la mujer alcohólica en nuestra sociedad es difícil, porque si bien es cierto que aparecen algunas modificaciones en la actitud social o el enjuiciamiento moral del alcoholismo, éstas, en todo caso, apuntan hacia una mayor tolerancia del alcohólico varón, pero no en la misma medida para la mujer alcohólica15-19. Este hecho, unido a la idea de que la persona alcohólica «de verdad» es un hombre, tiende a hacer secundarios los problemas de las mujeres, por lo que la mujer alcohólica es una gran inadaptada social, ya que es una persona que ha fracasado ante los estímulos que el medio social le ofrece y se encuentra al margen de la «normalidad» con referencia al colectivo social.

Como expresa Elizabeth Etorre20 «A las mujeres que somos alcohólicas, muy a menudo, se nos pone entre la espada y la pared. Si bebemos se nos ve como personas débiles emocionalmente, pero, cuando lo dejamos, muchas empezamos a hacernos fuertes, desarrollamos nuestra fuerza como mujeres. Pero una mujer fuerte no se ajusta a la norma. Por eso, a menudo, en la recuperación nos encontramos como cuando empezamos, con una etiqueta negativa. Esta etiqueta ya no es la de mujer alcohólica, sino la de mujer fuerte».

Una de las condiciones básicas para diferenciar los diagnósticos estaría estrechamente relacionada con la dependencia. La dependencia es un factor clave para determinar de qué tipo de problema estamos hablando. En un momento en el que la preocupación social gira en torno a disminuir los daños asociados al consumo, porque al parecer no hay forma de controlar el consumo de determinadas sustancias, y sobre todo entre los más jóvenes, es lógico que se valore a diferente nivel a aquellos que ya han instaurado una dependencia. De ahí quizás proviene la búsqueda de nuevos conceptos para definir a la persona alcohólica. Sin embargo, con referencia al alcoholismo, el factor de la permisividad social desempeña un papel tan importante que no se traspasa la barrera de lo patológico hasta que realmente ya hay una conducta manifiesta y claramente dependiente. El reto consiste, por tanto, en diagnosticar precozmente y evitar la dependencia «...Cada vez hay más gente joven, cada vez aparecen más con cuadros de abuso que de dependencia y eso quizá es por una acción preventiva y por una acción de sensibilización». Incluso abordar los trastornos relacionados con el consumo de alcohol antes de que se instaure la dependencia o se califique a un sujeto de alcohólico «...Yo me inclinaría más por un concepto moderno, lo que se llama PRA, es decir, problemas relacionados con el alcohol... y es una cosa mucho más operativa y más dinámica que no decir usted es un alcohólico que al fin y al cabo no deja de ser un juicio...».

Existen también otros tipos de dependencias asumidas y adjudicadas a las mujeres, que están sobreañadidas a la dependencia hacia el alcohol, pues según los expertos las mujeres alcohólicas creen que necesitan depender de alguien para sentir que existen. «...Visto socialmente, la mujer respecto al consumo de drogas tiene un papel dependiente. Hay pocas mujeres con un grado de autonomía por formación, o por estudios, que le permita no buscar una dependencia con un chico para el consumo.»

La falta de autonomía personal lleva a las mujeres a ocuparse de los demás, pensando que de este modo evitan estar solas y son necesarias para alguien. Sin embargo, esa carga aumenta la soledad y la toma de conciencia de su inexistencia social, en la medida que les impide ocuparse de sí mismas. «...La mujer siempre ha estado pendiente de alguien, o sea tiene que desarrollar su autonomía en función de otro, o proteger a la familia..., pero no es por educación, a veces es para afirmarse en su propia soledad». Además, cuan do está abstinente, también corre el riesgo de trasladar su necesidad de dependencia hacia otros referentes, como puedan ser los profesionales, los cuales deben prestar especial atención para ayudar a la mujer a modificar sus comportamientos «...Yo lo que quiero es que las personas lleguen a funcionar por ellas mismas, no que dependan de mí...».

Respuesta asistencial al alcoholismo de las mujeres

Los problemas diversos requieren la aplicación de una suma de diferentes remedios, y lo que puede ser apto y aceptable en un tiempo y lugar determinados, puede ser absolutamente nefasto e inapropiado en otra situación.

En nuestros días, los programas y/o políticas asistenciales que no contemplen diferencias específicas en el tratamiento de las mujeres alcohólicas contribuyen a mantener el ocultismo de los problemas que rodean a toda mujer alcohólica. «...Cuando estas personas tienen que normalizar su vida, ser alcohólica mujer es más grave que ser alcohólico hombre...». «La mujer que es atendida dentro del ámbito del alcoholismo puede tener muchas más necesidades y carencias que requieran la intervención de otros profesionales...».

La burocratización ha supuesto realmente la despersonalización del tratamiento en el ámbito de la asistencia al alcoholismo. Se puede afirmar que las respuestas articuladas actualmente por la sociedad para las personas alcohólicas sitúan los recursos en torno a tres ejes paralelos: asistencial, rehabilitador y preventivo. Sin embargo, no existe coordinación entre los Servicios de Salud y los Servicios Sociales, lo que muestra un claro resultado de la burocratización de las instituciones. La ausencia de coordinación institucionalizada entre los diferentes servicios y programas provoca la despersonalización y parcelación de la globalidad de los problemas de la persona. Como ponen de manifiesto algunos expertos: «...No hay ningún puente entre los Centros de atención médica y los Servicios Sociales generales...».

Es evidente la diferenciación entre centros dedicados a la desintoxicación y centros para la rehabilitación. Desde el punto de vista de los profesionales implicados, en el momento actual, se trabaja desde un modelo medicalizado, basado en la potenciación de los centros médico-asistenciales, como eje fundamental del tratamiento. «...No hay reinserción porque no está contemplada la parte social... Hacen falta recursos para poder continuar con los procesos de deshabituación que son los duros...».

Ocupan un lugar secundario los recursos de rehabilitación y reinserción gestionados por Organizaciones no Gubernamentales (ONG) y Asociaciones. Por lo que los centros que abordan los aspectos sociales no se sienten identificados ni integrados respecto a la red asistencial institucionalizada.

En la actual estructura del sistema asistencial el gran perjudicado/a ha sido el/la enfermo/a alcohólico/a, porque, tanto desde los centros médicos como desde los sociosanitarios los consumidores de otras sustancias absorben gran parte de la atención y la dedicación de los profesionales por el gran impacto social de los consumos ilegales. Por otro lado, las personas alcohólicas no se identifican como toxicómanas o drogodependientes, y esta cuestión es aún más patente en el caso de las mujeres alcohólicas. «...Yo entiendo que para el alcoholismo habría que crear unidades específicas al margen de las otras sustancias..., y dentro de ellas tratar por separado a las mujeres». El resultado es que la mujer alcohólica no obtiene una respuesta adecuada a la demanda que configura sus necesidades de género, porque las respuestas asistenciales se dirigen de forma prioritaria a toxicómanos de sustancias ilegales y varones.

Las dificultades de las mujeres para acceder a los tratamientos por el temor a que ello desvele su alcoholismo es un hecho. Las mujeres rechazan y temen acudir a los centros. Podemos observar a través de los datos de los Informes del Plan Nacional sobre Drogas una cierta contradicción en que no haya un aumento de la demanda por parte de las mujeres en los centros de tratamiento, en una progresión proporcional al aumento del consumo de sustancias tóxicas en el colectivo femenino. Puede comprobarse, según el Observatorio Español sobre Drogas, 200321, que el consumo de alcohol en las mujeres ha aumentado 13 puntos porcentuales de 1995 a 2001. Sin embargo, las mujeres que han sido admitidas a tratamiento por primera vez por consumo de sustancias psicoactivas ha disminuido casi un punto porcentual.

Estos datos nos indican que hay dificultades serias, tanto de índole estructural como personal, que impiden a la mujer acceder a los centros de asistencia para recibir la ayuda necesaria. De hecho, de los discursos expresados por los profesionales se desprende la existencia no sólo de las barreras burocráticas que las mujeres tienen que traspasar, sino también los obstáculos que deben vencer en su interior para encontrar la fuerza suficiente para superarlos y acudir a la rehabilitación. «...Me caben en los dedos de las manos..., o sea hay muy poquitas mujeres... Al hombre le cuesta acudir a la asociación, pero a la mujer le cuesta más... Hay carencias de las mujeres que no se tratan en los grupos...».

Se pueden encontrar referencias sobre esta misma cuestión en un trabajo de Carmen Meneses22 en el que habla, precisamente, de la baja representación de las mujeres en los programas de tratamiento.

Un apoyo importante para lograr vencer esta batalla interna podría ser la familia, pero en el caso de la mujer alcohólica la familia de ésta mantiene una actitud de ocultismo derivada de la vergüenza que le acarrea la enfermedad de la alcohólica, o cuando menos, la vergüenza por los problemas que se originan como consecuencia de las ingestas alcohólicas de la mujer. Según manifiestan las propias mujeres, la familia de origen presiona más que la pareja para que se ponga en tratamiento, y el interés para que acuda a un centro suele ser, en definitiva, por parte de la madre o hermanas, que al parecer son más capaces de forzar esa decisión. «...Forzada por mi madre que no podía más, fui a desintoxicarme y rehabilitarme...».

Por su parte, los profesionales que tratan a las mujeres alcohólicas saben que la familia no colabora en muchos de los casos, y también saben que pueden existir relaciones violentas en la pareja que se van a mantener ocultas durante el proceso de tratamiento, porque ni siquiera en esa situación la mujer podrá desprenderse del temor a desvelar la auténtica relación con su pareja. El vínculo establecido y la dependencia hacia el hombre, junto con el miedo al poder y a la fuerza de éste, generan esas actitudes de ocultismo de la realidad. «...Hay que andar con muchísimo cuidado... Tienes a alguien delante que no sabes cómo va a reaccionar con esa persona que está intentando rehabilitarse... El problema de la mujer alcohólica con problemas de malos tratos... Me encuentro con que ahí hay algo que no funciona, que no estamos atendiendo bien, que no estamos ofreciendo la ayuda que necesitan, que estamos a veces dejando muy desamparadas a algunas mujeres.» (E. 3).

Dentro de una red asistencial, no especializada en la atención a la mujer, este tipo de problema puede pasar desapercibido, a menos que la sensibilidad de los profesionales y su interés por un trabajo bien hecho detecte estas situaciones y las trabaje desde el punto de vista terapéutico de manera adecuada. De lo contrario algunas intervenciones podrían resultar más perjudiciales que beneficiosas.

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