El dinero.
Amables lectores, en vísperas de la cena de navidad, en la cual, en la mayoría de hogares se reúnen la mayor parte de las familias, que por la naturaleza, se van separando y creando nuevas familias, quiero aprovechar el espacio para hablarles de un elemento muy importante para todos: el dinero.
No es un crimen ser rico, y no hay virtud alguna en ser pobre, como nos han hecho creer las religiones. El mal consiste en acaudalar el dinero, impidiendo que circule libremente para que llegue hasta el que lo necesite. Aquellos que ponen a trabajar sus riquezas, en formas que contribuyan al bienestar de las masas, son la salvación de un país. Si todos tuvieran lo que algunos llaman la conciencia de pobreza, la miseria sería general como lo en la India y en la China. Allí, los millones de habitantes están atados perennemente al pensamiento de su pobreza, sufren escasez en todas sus formas, desde la cuna hasta la tumba. El peso del pensamiento pobre recae en las tierras, y ellos año tras año retienen sus productos de manera que miles mueren de hambre.
La conciencia de la prosperidad hay que formarlas. Primero hay que ir negando todas las viejas y falsas ideas de carestía, de restricción, de dependencia en los canales fijos. La idea de que algo es muy caro proviene del estado de nuestra bolsa. Hacemos la comparación del costo con la cantidad que poseemos y decidimos instantáneamente si podemos adquirir o no. Si nuestro haber es poco, el objeto nos parece caro. Si nuestro haber es grande, no le damos ninguna importancia al costo y lo adquirimos. El objeto no es que sea caro, sino que la conciencia es pobre.
Tú estarás pensando que, sin embargo, si hay cosas por las cuales los comerciantes piden demasiado. Pero yo te repito que, si tuvieras muchos millones para gastar, no se te ocurriría siquiera pensar si el comerciante está pidiendo demasiado o no. Luego no es la carestía sino el estado de tu bolsa, y ésta depende del estado de tu conciencia.
Desde pequeño, tal vez oíste en tu casa el tema del dinero, del costo y de lo que se podía o no se podía adquirir. Cuán pocos pueden hacer alarde de que cuando pequeños pidieron que se les comprara algo y que sus padres no contestaron: hoy no se puede porque no hay dinero. Ese no hay dinero asumió inmediatamente el carácter del monstruo que todo lo niega, que todo lo interrumpe, que todo lo malogra; ese ogro que se recrea en vernos privados y suspirando, hasta que terminamos doblando la cabeza resignados a la fatalidad. Que pocos pueden decir que sus padres contestaban, vamos a pensar que papá Dios nos lo quiere dar y que no está sino esperando el momento para darnos la sorpresa.
Y éste es el pensamiento que comparto, porque deseo que se aprendan hoy de memoria y lo repitan mentalmente, o a viva voz, cada vez que tengan un deseo o una necesidad, y que se encuentren comparando lo que tienen en la cartera, con el costo de lo que están deseando. Vamos a pensar que Dios nos lo quiere dar y que sólo está esperando el momento para darnos la sorpresa, para irles formando la conciencia de prosperidad.
Ya ustedes saben que la verdad es que en el espíritu todo está ya dado, concedido y esperando que lo reclamemos; y que por eso enseñamos a dar las gracias antes de que aparezca. Pero esta idea se empeña en eludir. El subconsciente no tiene discernimiento. Para él, tu palabra es ley. Lo que te oye decir, lo que ve en tu pensamiento, el cuadro que te imaginas, son órdenes que él se esmera en cumplir con la más pronta exactitud. Lo único que lo sacude es la voz del YO superior. Las altas vibraciones de la verdad desmoronan lo petrificado (cristalizado, decimos) en el subconsciente, y que le costarían años de sicoanálisis para llegar a descubrirlas. Y aun así el sicoanalista te dirá que, si no se sustituye con algo el clavo que acaba de sacar, se vuelve a recaer en el mismo mal, luego afirma la verdad para ir sustituyendo lo que se va borrando por lo más alto y potente: la verdad que no habrá que borrar jamás.
La afirmación simple, infantil, que mencioné para que se aprenda de memoria encierra una intención triple. La primera que te vayas formando la idea de que todo proviene de Dios, o sea, de la sustancia divina, y se te vayan quitando esas ideas de los canales fijos. Tus canales fijos son, o bien el salario que recibes, o bien la organización donde trabajas; y, si no tienes necesidad de trabajar, tus canales fijos son o bien el negocio de tu padre o de tu marido, o las fincas que te producen tu renta, en fin, lo que sea que te provee con la suma de dinero con que haces tus gastos. Y toda la raza está acostumbrada a pensar que si estos llegaran a fallar ocasionarían la ruina. Pocos se dan cuenta de que los canales de la prosperidad y de la abundancia son infinitos porque son de Dios, y son Dios. Ignoran lo que ya tú sabes, que toda necesidad viene ya equipada con el material que requiere para llenarla, o sea que la oferta y la demanda son una. En la tierra son dos cosas opuestas. En la verdad son una sola y misma cosa.
La segunda intención que lleva la afirmación es que te vayas acostumbrando a que la voluntad de Dios es magnánima; que Dios ansía que tengas precisamente eso que estás necesitando o deseando, porque el deseo y la necesidad de algo se producen en el momento que se está preparando para gozarlo o aprovecharlo. Ni un minuto antes, ni un minuto después.
La
tercera intención que lleva la afirmación está en la frase: …y sólo está
esperando el momento para darnos la sorpresa. A menudo la gente se desespera
porque no se les cumplen sus deseos, esta es una actitud infantil. Es un
resabio de mala crianza que les ha quedado de cuando eran niños en la casa de
sus padres, y prueba que fueron niños mimados, a quienes no se les negó jamás
su menor capricho. La demostración siempre está hecha y preparada para
aparecer. Sólo está esperando el momento oportuno. Uno de los motivos más
comunes y corrientes es la inconsistencia o falta de firmeza una vez que se ha
pensado, invocado, reclamado y hecho el tratamiento. Si lo piensas, mantente en
eso y no vaciles. De verdad funciona. FELIZ NAVIDAD.
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