QUÉ SON IDEAS SOCIALISTAS
Cuestiones básicas
“Pero, por transformación de las condiciones materiales de vida, este socialismo no entiende, en modo alguno, la abolición de las relaciones de producción burguesas – lo que no es posible más que por vía revolucionaria - sino únicamente reformas administrativas realizadas sobre la base de las mismas relaciones de producción burguesas, y que, por tanto, no afectan a las relaciones entre el capital y el trabajo asalariado, sirviendo únicamente, en el mejor de los casos, para reducirle a la burguesía los gastos que requiere su dominio y para simplificarle la administración de su Estado. El socialismo burgués no alcanza su expresión adecuada sino cuando se convierte en simple figura retórica. (...) El socialismo burgués se resume precisamente en esta afirmación: los burgueses son burgueses en interés de la clase obrera.”
K. Marx – F. Engels
Manifiesto del Partido Comunista
En los últimos años se viene desarrollando lentamente un proceso de reorientación hacia el socialismo en algunos sectores avanzados de trabajadores y estudiantes. Pequeños grupos, compañeros y compañeras individualmente, se reivindican izquierdistas, socialistas, revolucionarios. El siguiente texto fija posiciones marxistas fundamentales con la finalidad de que, en el arduo trabajo de reconstitución del movimiento obrero y del movimiento juvenil, sepamos reconocer como fuente de nuestra fuerza, la vigencia de las auténticas ideas socialistas y revolucionarias.
La “izquierda” y su “democracia”
Durante doscientos años, el léxico político convencional ha atribuido a los términos “derecha” e “izquierda” el significado de la contraposición entre lo conservador-autoritario y lo progresista-democrático. Esta clasificación, tradicionalmente promovida por la intelectualidad pequeñoburguesa y los aparatos de comunicación de masas de cada época, ha mantenido su uso en medio del devenir de la evolución ideológica, pese a no corresponder a una caracterización científica de las concepciones producidas en función de los intereses de las distintas clases sociales. Por lo tanto ha sido, y es, una tipificación aclasista, básicamente acientífica. Una clasificación meramente utilitaria.
Por otro lado, ya en los años 30 del siglo XIX se denominó “socialismo” a los pensamientos comunitarios crítico-utópicos aparecidos entonces y a una serie de corrientes políticas provenientes de las clases privilegiadas. Estas teorías precedieron en un lapso relativamente breve al hecho filosófico-político más importante de la historia: la gestación de una nueva concepción, tanto del cosmos como del desarrollo y funcionamiento de las sociedades humanas, conocida como materialismos dialéctico e histórico. La nueva concepción, la ideología científica marxista, establece que la lucha entre las clases - motor objetivo de la historia - no es imperecedera, existiendo una única clase en condiciones, por su papel en la estructura social productiva capitalista, de abatir el poder burgués y dirigir el proceso de organización de una sociedad sin clases: esa clase es la clase obrera.
Tal como afirmó Engels en su Prefacio de 1890 al Manifiesto del Partido Comunista, la nueva organización política creada sobre aquellas bases ideológicas científicas, la Liga de los Comunistas, no podía llamarse sencillamente “socialista”, puesto que una variedad de aventureros de otras clases ya habían utilizado y viciado esa denominación. “El socialismo representaba en 1847 un movimiento burgués; el comunismo, un movimiento obrero (....) no pudimos vacilar un instante sobre cuál de las dos denominaciones procedía elegir. Y posteriormente no se nos ha ocurrido jamás renunciar a ella.” A tres décadas de estas palabras de Engels, la vanguardia revolucionaria del movimiento obrero mundial se reagrupaba en 1919 bajo el nombre de “Internacional Comunista”.
Sin embargo, en la práctica los marxistas nunca hemos repudiado dogmáticamente el calificativo de socialistas. Eso sí, únicamente bajo la premisa de que su significado coincida con nuestro objetivo estratégico: la Revolución Proletaria Socialista Mundial, y con el programa que en la lucha por este objetivo levantamos. No hemos rechazado ser llamados socialistas cuando es el genuino marxismo el que otorga significación a esta palabra. Justamente defendemos el marxismo como sistematización científica de las ideas socialistas. El uso táctico del membrete “socialista” está y ha estado justificado, en la historia del internacionalismo obrero, cuando las circunstancias prácticas así lo han requerido, a condición de que el contenido de la expresión corresponda a la ideología que nos define: el socialismo científico, clasista y revolucionario. Nunca cuando ha representado cualquier forma de coartada populista reformista, sea ésta socialdemócrata, stalinista o radical variopinta.
Esta correcta relación marxista entre contenido y forma, no se da en el caso del manido término “izquierda”. No tiene sustento la autocalificación de “izquierdista” como seña de identidad de quienes se proclaman luchadores por el socialismo. Llamarse de “izquierda” tan sólo tiene un valor referencial y circunstancial en el lenguaje político común. Es un término que muda de significación según los elementos de la discusión, pero que no contiene en sí mismo ninguna implicancia materialista de clase. Tanto existe una izquierda burguesa como una proletaria, cada una como resultado de su origen, así como de su programa. Si bien la terminología tradicional incluye particularmente en la “izquierda” a toda organización de trabajadores que se reivindique clasista o defensora del marxismo, lo cierto es que una riada de organizaciones pequeñoburguesas y burguesas se agazaparon siempre en la “izquierda”, no sólo para neutralizar al marxismo en nombre de identificarse o coquetear con él, sino también para repudiarlo y combatirlo abiertamente. Incluso en el caso de las organizaciones izquierdistas provenientes del campo de los trabajadores, hoy no puede estar más claro: la gran mayoría de los que todavía no han renunciado oficialmente a la herencia marxista no son más que proxenetas del marxismo, oportunistas capaces de traficar con cualquier principio o lucha a cambio de prebendas de camarilla. Estos son los autoproclamados “izquierdistas” por antonomasia.
Proclamarse y hacerse proclamar ufanamente “izquierdista” en el 2004, es una vulgaridad política bastante más burda que haberse hecho llamar “socialista” en 1847. “Izquierdistas” y “socialistas” de todas las latitudes, no muestran reparos en integrar programáticamente la bien surtida gama que va, desde el imperialismo genocida de Blair, Clinton, la socialdemocracia europea y japonesa, junto al hambreador y masacrador reformismo y nacionalismo “tercermundistas”, hasta las varias centenas de organizaciones “socialistas” y “comunistas” del mundo que buscan gobernar con y para sus burguesías en el reino de la “democracia participativa”, cuyo nombre real es el de seudodemocracia capitalista. Debido a esto, ser meramente de “izquierda” puede tener tantas, pero en fin tan pocas connotaciones, para la misma vulgaridad procapitalista. Ninguna otra significación fuera de consustanciarse con la democracia burguesa, sustituyéndola por cualquier otro vocablo pegajoso que esconda su carácter de clase. El más socorrido de estos términos al uso es el de “participativa”, además de una serie de adjetivos intercambiables como “social”, “popular”, “plena”, “solidaria”, etc, útiles comodines en el juego de la "democracia".
Los marxistas tenemos que decir que la única democracia que puede recibir tal nombre es la democracia de las masas trabajadoras: la democracia proletaria. Es el régimen en el que los productores, organizados en sus organismos de poder, son quienes deciden día a día la marcha de la sociedad, produciendo una vida política, económica, social y cultural que responde a sus intereses, y practicando un verdadero “poder de la masa”, de acuerdo a la semántica de “democracia”. Es el poder de los trabajadores: la dictadura del proletariado. En la medida en que este régimen de democracia proletaria representa un paso histórico hacia el socialismo - a su vez primera fase de la sociedad comunista - en esa medida y sólo en esa, los marxistas somos verdaderos socialistas. En cuanto a la identidad de “izquierda”, más allá del argumento trivial por el cuál, puesto que no somos “derechistas” entonces somos “izquierdistas”, tampoco nos vemos obligados a repudiar dogmáticamente tal calificación que mantiene su uso, pero mucho menos hacemos un orondo distintivo de ella. Los marxistas nos definimos a partir de nuestra participación objetiva en el proceso revolucionario histórico. Por eso, en cuanto éste precisa ineludiblemente de la democracia proletaria para llegar a la sociedad comunista, los marxistas somos y seremos revolucionarios comunistas por el poder proletario, demostrándolo una y otra vez en la lucha por construir este poder; pero nunca autoproclamándonos “izquierdistas” / “democráticos”, lo que equivale objetivamente a reivindicarse proburgueses y procapitalistas.
Clase obrera, pueblo y revisionismo
La clase obrera es el elemento social fundamental de la teoría y la práctica del marxismo. Por la posición que ocupa en el engranaje productivo del sistema, la clase obrera es la única capaz de quebrar su funcionamiento, expropiar a los capitalistas y liderar el gran movimiento de masas por el poder de los trabajadores y el socialismo. El abandono de esta noción elemental está en la base de todas las derrotas ocurridas en los procesos revolucionarios del siglo XX.
La forja del marxismo como doctrina se hizo en pugna con las corrientes que, depositarias del republicanismo pequeñoburgués y su democracia, hacían y hacen del pueblo y no de la clase obrera el sujeto de su proyecto, eligiendo el minimalismo posibilista por encima del rol histórico socialista del proletariado, adjudicándole así un falso carácter revolucionario a su opción. En conjunto estas corrientes forman parte de la vertiente ideológica del populismo, una de cuyas versiones más difundidas ha sido el anarquismo, ya combatido por Marx y excluido de la Primera Internacional bajo su dirección.
Un proceso crucial para la historia, como la Revolución Soviética Rusa, mostró a las fuerzas populistas condensadas del lado del Estado burgués. Fue lo que sucedió con los “socialistas revolucionarios”, herederos de los populistas rusos, en alianza con los “socialdemócratas mencheviques”, todos defensores de la constitucionalidad democrática burguesa. En esta política los sigue luego el stalinismo. Primero en la revolución china de 1925-27 con la criminal sumisión del PC al Kuomintang burgués, luego con la coalición sindical oportunista anglo-rusa de 1926 y después con la creación de los “Frentes Populares” de unidad con la “burguesía democrática” a partir de 1935. El común denominador de estas políticas fue la capitulación al conjunto de la burguesía o a una fracción de ella. Por la vía del seguidismo a los intereses de la pequeña burguesía se doblega al proletariado ante un sector de la gran burguesía, extendiendo cada vez más y más los límites del conglomerado “pueblo”, cuyos intereses sustituyen a los de la clase obrera.
En nuestra época el pueblo está formado por obreros, campesinos y pequeña burguesía; es decir por los diferentes sectores de trabajadores urbanos, rurales y las distintas capas de la clase media. Pero no por la burguesía. La disímil composición popular permite una convergencia de intereses para defenderse de los ataques de la clase dominante o para alcanzar ciertas conquistas parciales, pero esto no significa que la naturaleza de todas esas clases y capas sea revolucionaria. Por su condición acomodada una parte de la pequeña burguesía no tiende a la alianza con las clases más explotadas sino a la alianza con la burguesía. Por su natural defensa de la pequeña propiedad, las capas medias y gran parte del campesinado no están completamente interesados en el advenimiento de la sociedad socialista, sino en escapar de la ruina en los marcos del sistema. Sólo se comprometen con el proyecto revolucionario cuando su pauperización y la agudización de la lucha de clases les imponen la dirección de la clase obrera, la única de verdaderos intereses socialistas pues no tiene nada que perder bajo el capitalismo. Por eso la dirección histórica del movimiento obrero y popular no puede corresponder sino a su vanguardia obrera.
Lejos de defender la estrategia proletaria de poder, la socialdemocracia, el stalinismo y todo el reformismo se sumergieron en el revisionismo populista. Remozaron el caduco cliché “pueblo” combatido por el marxismo. Un “pueblo” en su concepción integrado y dirigido por el enemigo burgués. De esta manera sabotearon la revolución proletaria en Europa a la salida de la II Guerra, asegurando la pervivencia del capitalismo. Luego volvieron a salvar al sistema sosteniendo sucesivamente al nacionalismo burgués en las semicolonias (Lumumba, Partido Baaz, Ben Bella, Velasco...). Traicionaron el ascenso revolucionario mundial de 1968-74. Se sometieron a la Monarquía o a la República imperialistas (España, Portugal). Administraron el Estado de la burguesía contra la movilización proletaria (SPD alemán, Allende, Laborismo inglés, Mitterrand-Marchais...). Y regresaron una vez más a gobernar para la burguesía y con ella: Lagos, Lula y pro-Gutiérrez en América; PSs y PCs en Europa.
El revisionismo populista burgués fue la forma teórico-programática que adoptó el histórico paso de las élites burocráticas sindicales y políticas que se reclamaban marxistas, al campo enemigo. Con la degeneración reformista de la II y III Internacionales, decadencia cuyos hitos fueron 1914, 1924, 1933, 1937...., las burocracias de los sindicatos y los partidos obreros acabaron vendidas al capitalismo, tanto si estaban en la oposición como en el poder. La historia posterior no sólo ha confirmado su abandono de la política clasista, sino que la ha sobrepasado: la socialdemocracia original hoy es neoliberal, el stalinismo hoy es socialdemócrata y la mayoría de los reformistas son privatistas mal camuflados.
Reformismo, viejo y nuevo
¿Recuerdan a la “nueva izquierda marxista leninista” peruana de los años 60 y sus retoños castristas y maoístas de los 70 - 80? La vieja izquierda reformista reaparece ahora como la nueva “centroizquierda” antimarxista, en el reformismo burgués del Partido Democrático Descentralista – PDD. En realidad es preciso retroceder solamente hasta 1989 para encontrar los antecedentes de esta metamorfosis, en la “Izquierda Socialista” de Barrantes y sus “socialistas democráticos” como Dammert. Pero a esos viejos líderes no les faltan nuevos laureles: Diez Canseco ha sido vicepresidente consensuado del Congreso; Lynch y Dammert, ministro y asesor de Toledo; Cortés, capitoste de la burocracia de la CGTP y escudero del magnate Mohme.
El PDD ha hecho público, con fecha 21 de marzo, un manifiesto político de nombre “Por una República Democrática, Social y Descentralista”, en el que se alude en 21 ocasiones a la democracia y en 2 al socialismo. Difícil encontrar un discurso más típicamente socialdemócrata de derecha. El PDD quiere “refundar la república” burguesa en una “Nueva República Democrática” por supuesto burguesa, con “nuevo Pacto Constituyente”....burgués. ¿Esto qué implica concretamente? Habría “grandes reformas”: un menor abismo tributario y un pago menos feroz, “renegociado”, de la deuda externa. Fuera de estos descomunales cambios, no debe quedar duda de que “las concepciones estatistas de la propiedad y la economía han demostrado su agotamiento e inviabilidad”, “necesitamos una economía en que (...) se premie el espíritu emprendedor y competitivo”, una economía donde “el mercado deberá promover la productividad, premiar la eficiencia y la innovación”. Por si quedó alguna pregunta, “la globalización nos da la posibilidad de universalizar los derechos humanos y la democracia, a la par que genera nuevas posibilidades económicas”, “hay que formar alianzas y bloques” capitalistas como la Comunidad Andina de Naciones, el Mercosur y el Grupo de los Veinte de Lula. No sería demasiado pedir que se reivindicaran entusiastas defensores del capitalismo, con todas sus letras. Aún así, siempre hay espacio para la demagogia vulgar acerca de los “valores” y del fin de “toda forma de dominación”, en un partido “socialista y democrático”.
El PDD no es el primer engendro de la izquierda procapitalista, ni será el último. En 1999, Raúl Wiener, ex-dirigente del PUM, formó la Unión Socialista en alianza con el PRT mandelista. De este amago nos ocupamos ese mismo año en el folleto “La Unión Socialdemócrata”. Sin embargo, los más poderosos se encuentran a la cabeza de nuestra Central obrera. Compartiendo la cima de la CGTP, la socialdemocracia del PC y Patria Roja–MNI llevan toda una vida impidiendo la democracia sindical, obligando a los trabajadores a luchar por limosnas, traicionando todas sus luchas y sosteniendo a todos los gobiernos como ahora lo hacen con Toledo (“Nadie en la Izquierda quiere que este gobierno fracase”, ha proclamado Renán Raffo, Secretario General del PC). A veces disimulando el contubernio y a veces con desparpajo, es imposible olvidar sus mejores hazañas apoyando a Bustamante y Rivero, Prado, Belaúnde, Bedoya, Velasco y Fujimori, sin obviar su amistad con el gobierno del Apra. Hoy en día, estas fracciones mayores del stalinismo nacional han alcanzado verdaderos logros en la carrera por suicidar toda su reminiscencia marxista. El PC eliminó oficialmente de sus principios la dictadura del proletariado; Patria Roja renunció a su maoísmo. Ambos son abanderados del “socialismo democrático”. Gorriti y Huamán son piezas clave del Acuerdo Nacional junto a W. Román del PDD; el MNI no acaba de protestar por no ser incluido en él. “Radicalizar la democracia” dice el PC; “Democracia integral” dice el MNI. “Asamblea Constituyente” el PC; “Nueva Constitución y Nueva República” el MNI; cualquier coincidencia con el PDD es pura realidad. Pero sobre todas las cosas éstas organizaciones reformistas gemelas - y otras como La Lucha Continúa - son “anti-neoliberales”. Ya no habría que combatir al capitalismo sino rechazar su “modelo”. Habría que intentar en lo posible regresar al capitalismo de veinte o treinta años atrás buscando democratizarlo, “humanizarlo”. Sólo un mundo sería posible: el mal menor, o sea el mal permanente. Estar contra el capitalismo es revolucionario, leninista; para ellos antidemocrático. Estar contra el neoliberalismo es “alternativo”, “progresista”, “participativo”; para ellos democrático. Y sobre todo muy rentable en el mercado electorero. Es que da caché. Tiene glamour.
En años anteriores han aparecido nuevos grupos estudiantiles reformistas. Primero el reformismo burgués anarcoide del Colectivo Amauta, luego llamado Movimiento Raíz. Después el democratismo chauvinista de Juventud Popular-MNI. Otros son Integración Estudiantil (Lima), Juventud Socialista (Arequipa), Eritrocito-Liga Socialista (Cusco). Así como PDD-PC-Patria Roja hacen un reformismo de derecha, en conjunto esos y otros grupos universitarios hacen un reformismo pequeñoburgués de izquierda. Aquí nos referiremos a dos de ellos.
La Juventud Socialista-Corriente Socialista (Arequipa) se reivindica parte de una “izquierda guevarista internacional”. De hecho se caracteriza por el fetichismo con que convierten a los rostros del Che y Mariátegui - muy especialmente al de Guevara – en sus únicas señas de identidad. En esto no hacen más que extremar la enorme devoción que existe en el reformismo latinoamericano hacia Guevara y la gigantesca hacia Mariátegui en el Perú. Lo triste es que se trata justamente de una devoción, de una actitud mística, no científica; cosa que por otro lado la JS-Aqp defiende abiertamente, como vamos a ver. Lo cierto es que sin guerrillerismo foquista no hay guevarismo, pues ese es precisamente el método que Guevara le imprime al stalinismo castrista. Un grupo que no se plantea la reiniciación de la lucha guerrillera de los 60 y la del MRTA de los 80-90 no hay forma de que sea guevarista - ni menos parte de un “guevarismo internacional” hoy orgánicamente inexistente - por más camisetas del Che que pueda vender. Donde sí está la coincidencia es en que Guevara era también un reformista de izquierda, reformista armado pero reformista al fin. Guevara, “paradigma” de la JS-Aqp, sólo puede ser paradigma del reformismo radical, provisto de una concepción populista; coincidencia más clara cuando la JS-Aqp plantea el “poder popular”. Pero como sabemos el populismo no es privativo del guevarismo sino común denominador de todo el reformismo. En realidad, para entender lo que la JS-Aqp llama “guevarismo” hay que saber que una de sus actividades fundamentales es la “Fundación Peruano Cubana”. Es decir, servir de apéndice a la dictadura burocrática castrista decrépita. Ahí, en el servilismo a la jefatura de todo el reformismo continental, se condensa el seudoguevarismo de la JS-Aqp.
“Guevarismo” designa a una corriente política. Cualquiera sabe que estas y otras muchas denominaciones deben llevar el sufijo “ismo”. Un ejemplo de lo que puede suceder cuando la ignorancia ideológica es demasiado grande lo da la JS-Aqp con su pretendido rechazo a los “ismos” de izquierda, al que debería sumar su seudoguevarismo. Pretendiendo aparecer como una “nueva izquierda” supuestamente sin “ismo”, lo que hace es encharcarse en la más vulgar demagogia seudoguevarista. Sucede que el desconocimiento del marxismo condena a la JS-Aqp a la alquimia ideológica, al eclecticismo, a cualquier revisionismo del socialismo científico. Esto es crudamente palpable en el periódico que publicó junto a Integración Estudiantil, con el nombre “Utopía, el sueño de lo posible”. Como decíamos, hay una ferviente reivindicación del “mito”, del utopismo, de los “sueños”, pero ningún verdadero programa socialista que se desprenda del materialismo marxista. Solamente portadores de un confucionismo idealista pueden hablar de la lucha de clases y de la revolución socialista como de mitos o sueños. Por eso muchos de sus planteamientos no tienen nada que envidiarle al más rancio reformismo de PDD-PC-Patria Roja. Ya en el tramo final de la dictadura la JS-Aqp había hablado de la “convocatoria a una Asamblea Constituyente que....nos dote de una nueva Constitución democrático – burguesa y convoque a un proceso electoral siempre desigual pero con reglas más claras”. Y posteriormente de “moratoria unilateral de la deuda externa y (...) club de deudores para exigir la condonación de la deuda” (no desconocer la deuda sino pagarla de a pocos, sometiéndose al imperialismo mientras se implora su perdón tras la Iglesia y los gobiernos títeres); “que paguen más los que más tienen” (suplicarle a la burguesía pero no expropiarla); “revisión de los contratos de privatización rescindiendo todos aquellos que afecten al desarrollo nacional” (someterse a las transnacionales, no expropiarlas sin pago; medida del programa del PDD); “plan de desarrollo nacional” (para que los sectores de la burguesía negocien entre sí más ordenadamente el saqueo nacional); “vigencia de la Constitución Política del 79” (para alentar el capitalismo “humano”). Con sus concepciones, durante años la JS-Aqp ha hecho de ala izquierda del reformismo en el Frente Amplio Cívico de Arequipa – FACA, donde siempre fue parte de la burocracia y detentan la Secretaría de la Mujer. Como todos los “Frentes Regionales”, el FACA es un organismo de conciliación de clases entre la burguesía regional y el proletariado. Allí conviven la burocracia de los sindicatos y de las organizaciones populares junto a los organismos empresariales, los dirigentes reaccionarios de las instituciones profesionales y universitarias, y los partidos burgueses. Todos haciendo la política que la burguesía regional necesita en su negociación con la burguesía capitalina por la tajada de plusvalía que le corresponde. En la dirección de ese organismo la JS-Aqp ocupa un respetado asiento conciliando con el enemigo de clase. Por eso se adaptaron al Alcalde Guillén, aventurero burgués, durante los años en que éste cimentó su carrera política, incluyendo los acontecimientos de junio de 2002, en una demostración de la ceguera localista que los caracteriza (y por ello más absurda la arrogancia de titularse JS-“Perú” para un grupo estudiantil regional...). Refugiarse en una iconografía mariateguevarista, en la mera fraseología izquierdista y en los clichés vacíos, no le sirve a la JS-Aqp de nada, salvo de pozo ideológico. Ese pozo se llama stalinismo. Es el desprecio por el marxismo, por el leninismo, lo que define a JS-Aqp. Es su oportunismo empirista y no el socialismo.
Constituyéndose en un club de fans hiperactivistas del Che y Mariátegui y haciendo a cada paso apología de la ignorancia ideológica, la JS-Aqp no es sino una pésima reedición de Vanguardia Revolucionaria de los años 60. Y ya sabemos que, aunque mucho más consistente políticamente, VR se transfigura en PUM y termina en PDD; la famosa “izquierda revolucionaria mariateguista” termina en neoaprismo. Es más, la propia conducción caudillista de la JS-Aqp proviene precisamente de las filas del PUM, con su secuela verticalista y aparatista que, siendo muchísimo más pequeña que el PUM, igual ha consolidado su fisonomía de secta. Los intentos de parasitar a cualquier otra organización, su comportamiento insidioso e inconfiable, son algunas otras características que la JS-Aqp ha heredado del viejo reformismo y que prueban que se trata de un sucedáneo de él.
Eritrocito-Liga Socialista es otra pequeña secta universitaria cuyas cabezas, al igual que las de la JS-Aqp, poseen un acendrado carácter pequeñoburgués de camarilla. Su trayectoria es sin embargo más sinuosa y bien conocida por Lucha Marxista a raíz de un efímero y desechado acercamiento universitario con este grupo. Originalmente miembros del PST-LIT morenista, la crisis de esta versión del seudotrotskismo los deja en orfandad centrista. Al afrontar su nueva situación optan por la tertulia estudiantil, vacilando entre el referente del CITO morenista y la tentación de renegar abiertamente del trotskismo (“reconocemos a Trotsky, pero nos definimos como socialistas científicos y no como trotskistas”), cobardía política que se mantiene aún, simpatizando con el CITO y la LIT en privado y ocultándolo en público. En ese camino, Eritrocito-LS se ha ubicado cómodamente en el reformismo. Pide “ajustar a los ricos y las transnacionales” (no expropiarlos), “incremento del presupuesto para los sectores salud, educación y agricultura” (del programa del PDD), y así toda súplica que pueda incomodar a la “economía neoliberal”. Esto es pues, muy “democrático”, “de izquierda”, tanto como su reacción a la invasión de Irak: ¡No a la guerra! ¡Viva la Paz!. Cuando sólo el internacionalismo proletario podía garantizar la victoria militar del pueblo de Irak sobre el imperialismo, los “sueños” de los “socialistas científicos” de collera los llevaban a agitar el mismo pacifismo que el oscurantismo religioso y que todos los aparatos rendidos al capitalismo. Por otra parte, no es sólo la diletancia lo que caracteriza a Eritrocito-Liga Socialista. También la predilección por el subjetivismo, la intriga y la detracción gratuita, cualidades clásicas de toda argolla izquierdista.
Estos y otros ejemplos negativos, de profunda inmadurez política, deben servir hoy a la juventud en el nuevo proceso iniciado de creación de grupos programática y moralmente sanos.
En defensa del Marxismo
“El ‘marxismo’ vulgar se creó un esquema de la evolución histórica según el cuál toda sociedad burguesa conquista tarde o temprano un régimen democrático, a la sombra del cual el proletariado, aprovechándose de las condiciones creadas por la democracia, se organiza y educa poco a poco para el socialismo. (...) consideraban a la democracia y al socialismo, en todos los pueblos, como dos etapas de la evolución de la sociedad no sólo independientes, sino lejanas una de otra. (...) La teoría de la revolución permanente, resucitada en 1905, declaró la guerra a estas ideas, demostrando que los objetivos democráticos de las naciones burguesas atrasadas, conducían, en nuestra época, a la dictadura del proletariado, y que ésta ponía a la orden del día a las reivindicaciones socialistas. En esto consistía la idea central de la teoría.”
“El internacionalismo no es un principio abstracto, sino únicamente un reflejo teórico y político del carácter mundial de la economía, del desarrollo mundial de las fuerzas productivas y del alcance mundial de la lucha de clases. La revolución socialista empieza dentro de las fronteras nacionales; pero no puede contenerse en ellas. (...) La revolución internacional representa de suyo, pese a todos los reflujos temporales, un proceso permanente.”
León Trotsky
La Revolución Permanente
Los partidos reformistas de origen obrero, pero con una conducción burocrática pequeñoburguesa, son “obrero-burgueses”, puesto que defienden un programa burgués. Son “socialistas” burgueses. Algunos son herederos de la II Internacional socialpatriótica, algunos de la III Internacional stalinizada, y otros relacionados con esos partidos y gobiernos. En suma, todas las organizaciones reformistas son enemigas de la revolución socialista y partidarias del Estado burgués del capitalismo.
Frente a ellos se alza en el movimiento obrero y popular, el programa marxista histórico, el programa de la Revolución Proletaria Socialista Mundial. Para que el inicio del camino socialista ocurra, para que el proletariado tome el poder, el programa de la Revolución Socialista debe fundirse con la movilización de las masas explotadas. Introducir ese programa en el movimiento de la clase obrera y el pueblo, es la tarea de los marxistas.
El programa marxista es el resultado dialéctico de la experiencia histórica del proletariado en la lucha de clases mundial, desde la época del capitalismo librecambista al avanzado estadio del capitalismo imperialista en que nos encontramos. No habría marxismo sin la incorporación de las lecciones revolucionarias que nos proporciona la historia; y esto es precisamente algo que el reformismo, como factor histórico contrarrevolucionario, está interesado en impedir. Mutilar, tergiversar, falsificar el marxismo, ese es el rol histórico del reformismo. Defender los principios y el programa, conquistados en más de 150 años de marxismo, es la misión de los revolucionarios comunistas.
Si alguna gigantesca lección dejó el siglo XX, fue que la concepción de la revolución proletaria de Marx, como una revolución permanente, era científicamente correcta. La única verdadera revolución proletaria victoriosa de la historia, la Revolución Rusa, inicia la sucesión de esas demostraciones históricas. Lenin y Trotsky, liderando al Partido Bolchevique, llevan a cabo lo que en el desarrollo hecho por Trotsky es la teoría y el programa de la Revolución Permanente. El Partido Bolchevique, partido obrero revolucionario construido bajo las concepciones leninistas, dirige una ofensiva internacionalista de clase por la revolución mundial.
El poder obrero revolucionario en la URSS, es sin embargo traicionado, saboteado. La República de los Consejos Obreros y Campesinos, o Soviets, es socavada por la burocracia soviética, nueva casta privilegiada que expropia el poder a los trabajadores y vive usufructuando el producto del trabajo de las masas. Los soviets, órganos de poder proletario, fundamentos del Estado Obrero levantado sobre las ruinas del Estado Burgués, son desnaturalizados y corrompidos para servir de mascarada al terror con que la burocracia ejerce su dictadura, en sustitución de la democracia proletaria. El Estado Obrero Revolucionario deviene en un Estado Obrero Degenerado. El Partido Bolchevique - dirección del Estado - es destruido como partido leninista, para ser suplantado por un aparato burocrático al servicio de la dictadura contrarrevolucionaria. La más alta expresión política de la burocracia soviética resulta la camarilla de Stalin. La defensa del marxismo y de la revolución proletaria mundial encuentra ahora su valuarte en Trotsky y en miles de obreros combativos honestos, que en adelante serán masacrados por el terror staliniano.
La contrarrevolución burocrática es el camino a la destrucción del Estado Obrero y a la restauración del Estado Capitalista. Al no producirse una revolución política antiburocrática en los estados obreros burocráticos del siglo XX, la restauración capitalista se produjo finalmente en la mayoría de esos estados a principios de los años 90. La política contrarrevolucionaria de la burocracia fue enfrentada por Trotsky y sus camaradas en todos los terrenos de la lucha, condensándose en el terreno programático. Las teorías reformistas del “socialismo en un sólo país” y de la “revolución por etapas” fueron combatidas con la Revolución Permanente. En medio de la lucha contra el fascismo, Trotsky y los revolucionarios llamaron a enfrentar éste con la revolución socialista, mientras el stalinismo capitulaba en los Frentes Populares con la burguesía y causaba la derrota del proletariado internacional. Una vez que el stalinismo termina de destrozar a la III Internacional como organización de combate de la clase obrera mundial, los herederos del bolchevismo, los trotskistas, fundan la IV Internacional en setiembre de 1938.
En el Perú, como en muchos lugares, el partido obrero se gesta señalado con el estigma stalinista. Mariátegui, de formación marxista poco sólida y de simpatías por el “sindicalismo revolucionario” francés, le imprime una identidad centrista al “Comité Organizador del Partido Socialista del Perú”, constituido en octubre de 1928. Al año siguiente, y pese a su gran admiración hacia Trotsky, Mariátegui no rechaza la expulsión de éste de la URSS, ejecutada por Stalin. Sin embargo, Mariátegui se mostraba receloso respecto a la conducción stalinista de la Comintern y a tener que acatar sus dictados. A inicios de 1930, enfermo y a punto de partir a residir en Buenos Aires, debe aceptar con desagrado la nueva política de sujeción al Kremlin impuesta por Eudocio Ravines. Pocas semanas después Mariátegui muere y Ravines anuncia el nacimiento oficial del “Partido Comunista” stalinizado. La creación de aquél PC, aparato oportunista y apéndice de los intereses de la burocracia soviética, determina la inexistencia del partido revolucionario de la clase obrera en el Perú. Como en todo el mundo, la tragedia del proletariado peruano puede resumirse en la inexistencia de su instrumento político marxista, de su partido obrero de programa comunista, el único capaz de conducirlo a la victoria sobre la clase enemiga. Hoy como antes, la teoría y el programa revolucionarios sólo pueden encarnar en el partido revolucionario leninista, sin sustitutos posibles. No en el partido oportunista electorero ni en el aparato oportunista armado. Sólo en el partido leninista insurreccionalista, sección de la Internacional obrera revolucionaria, y no en los partidos stalinista, maoísta, guevarista, mariateguista o similares.
Lenin se expresaba así del oportunismo revisionista: “Determinar el comportamiento de un caso para otro, adaptarse a los acontecimientos del día, a los virajes de las minucias políticas, olvidar los intereses cardinales del proletariado y los rasgos fundamentales de todo el régimen capitalista, de toda la evolución del capitalismo, sacrificar estos intereses cardinales en aras de las ventajas reales o supuestas del momento: esa es la política revisionista” “Los jefes de esta aristocracia obrera se pasaban constantemente al campo de la burguesía, que los mantenía de manera directa o indirecta. Marx se granjeó el odio, que le honra, de estos canallas, por haberles tildado públicamente de traidores. (...) La victoria del proletariado revolucionario es imposible sin luchar contra este mal, sin desenmascarar, poner en la picota y expulsar a los jefes oportunistas socialtraidores; esa es la política que ha aplicado, precisamente, la III Internacional.”
Al comenzar el nuevo siglo, el oportunismo antileninista continúa dominando las organizaciones obreras y populares de masas, como siempre a través de la negación de la democracia proletaria en ellas. Su estrategia de sostenimiento al Estado Capitalista en todo el mundo, tiene atados a los trabajadores a los intereses de las burguesías nacionales y de los distintos imperialismos. En este momento el reformismo organiza sus propósitos en torno a la nueva organización internacional sindical – social del stalinismo y la izquierda burguesa: el Forum Social Mundial. El FSM integra al movimiento obrero, al movimiento campesino, a las ONGs y a las iglesias, es decir una alianza frentepopulista de las direcciones stalinistas y socialdemócratas junto a sectores de las burguesías semicoloniales e incluso imperialistas (como la ATTAC francesa). El papel del FSM y sus representaciones continentales y nacionales es impedir la revolución proletaria mundial, fortaleciendo a las fracciones burguesas semicoloniales debilitadas por el imperialismo, y por esta vía fortalecer a las fracciones imperialistas europeas principalmente vinculadas a la socialdemocracia y a las fracciones burguesas norteamericanas ligadas al Partido Demócrata de los EEUU. En América Latina, las estrellas del FSM son: Castro, entregando la economía cubana a capitalistas europeos y yanquis, aliado a políticos demócratas y republicanos; Lula, sirviendo al FMI y atacando a los obreros y campesinos brasileños en su seguridad social, sus jubilaciones y protegiendo a los hacendados; Kirchner, Chávez, Lagos, Gutiérrez, Ortega, Handal, Morales, Marín, las FARC, y sus demás congéneres “antineoliberales”, todos sirvientes del FMI y del imperialismo, todos paladines de la democracia “participativa”, “social” y “popular” capitalista.
Sin embargo, como parte de su lucha nacional e internacional antiburguesa, el proletariado debe practicar el frente único de clase, y los revolucionarios deben golpear al enemigo conjuntamente con las corrientes burocráticas traidoras, cuando éstas se vean obligadas a hacerlo, pero marchando separadamente de ellas. En ese proceso la lucha consecuente de los revolucionarios los llevará a conquistar la dirección del movimiento. Por eso también los revolucionarios defendemos a los estados obreros degenerados contra el enemigo imperialista, al mismo tiempo que enfrentamos a esas burocracias restauracionistas y luchamos por soviets obreros y campesinos que las derroquen. En todos los países luchamos en los organismos de frente único como los sindicatos, para eliminar su burocracia, defender su independencia del Estado, conquistar la democracia obrera, e impulsar embriones de poder como los comités de fábrica, piquetes de huelga, comités zonales y toda forma de organización antiburocrática que eleve el nivel de combatividad de la clase.
Nuestra época de crisis, guerras y revoluciones, mantiene en vigencia el programa internacional de los revolucionarios. En el combate antiimperialista mundial nos colocamos siempre en la trinchera militar de la nación oprimida atacada por el imperialismo. Pero en el curso del enfrentamiento, luchamos por una dirección proletaria de la guerra antiimperialista, que la transforme en el inicio de la revolución socialista, tanto en los países agredidos como en los agresores. Para esto la clase obrera de los países imperialistas debe romper con sus burguesías y aliarse al proletariado de los países semicoloniales. En ese combate también recurrimos a la unidad de acción antiimperialista con fuerzas de otras clases, pero oponiéndonos a todo frente político con cualquier corriente burguesa, pues en última instancia todas las burguesías semicoloniales son proimperialistas. El nacionalismo burgués y pequeñoburgués claudica siempre en la lucha antiimperialista; la única clase capaz de derrotar al imperialismo es la clase obrera, dirigiendo a los oprimidos y estableciendo sus gobiernos obreros y populares. La prueba la da la inconsecuencia de las burguesías árabes, iraní, kurda y palestina, que se arrodillan ante el imperialismo, ante la ONU y ante el sionismo. Sólo la destrucción del Estado de Israel abrirá el camino a la paz en Medio Oriente y hará posible una Palestina democrática y revolucionaria, dentro de una Federación de Repúblicas Socialistas de Medio Oriente. En América Latina, el movimiento obrero, campesino y popular debe asumir la tarea de forjar la unidad con el movimiento obrero norteamericano. Aquí está la clave de la revolución socialista continental y del rumbo a una Federación de Repúblicas Socialistas de América Latina. En los países imperialistas, el proletariado está frente a la urgencia histórica de derrocar a las burguesías y establecer su dictadura, marchando en los países europeos hacia los Estados Unidos Socialistas de Europa. Por medio de la defensa de su independencia política frente a las burguesías imperialistas y lacayas del imperialismo, el proletariado podrá avanzar hacia la revolución socialista, defendiendo también en ese camino los derechos y libertades de todo el proletariado inmigrante, el derecho de autodeterminación nacional de los pueblos oprimidos, la independencia de todas las colonias y protectorados existentes y la libertad de todos los presos antiimperialistas.
Contra la estrategia reformista de la capitulación permanente, se yergue la estrategia marxista de la Revolución Permanente. La estrategia del leninismo-trotskismo. Del marxismo de hoy. “La crisis histórica de la humanidad se reduce a la crisis histórica de la dirección revolucionaria”, proclama el Programa de Transición de la IV Internacional. En la lucha por resolver esa crisis de dirección internacional, en el proceso de construcción de esa nueva dirección revolucionaria comunista, los trotskistas elaboramos el programa de acción internacionalista que levantamos en este documento.
Para la revolución proletaria y el establecimiento de un Estado Obrero, hay que desarrollar, centralizar y armar a los organismos de autoorganización de las masas, los consejos obreros y populares, en función de la democracia obrera, del poder obrero y de la insurrección. Ni el pacifismo ni el aventurerismo militar, concepciones pequeñoburguesas ambas, conducirán jamás a la dictadura del proletariado. Los embriones de poder proletario como las Asambleas Populares, deben contar con sus estructuras de Autodefensa de Masas. A medida que toman cuerpo los nuevos órganos de poder, el desarrollo de la autodefensa genera las Milicias obreras y populares, como extensión armada de los organismos de democracia proletaria. Estas tienen la gran tarea de ejecutar la insurrección, dividir y destruir a la policía y a las Fuerzas Armadas de la burguesía, y tomar todo el poder. Así cumplen los trabajadores con su misión histórica de alcanzar el poder bajo la dirección de su partido obrero revolucionario, sección de la Internacional obrera revolucionaria, el gran Partido Mundial de la Revolución Socialista. En la lucha por la construcción de una Internacional leninista-trotskista, los revolucionarios de todos los países debemos rescatar - por encima de los cincuenta años de revisionismo y subordinación del centrismo seudotrotskista al reformismo – el extraordinario ejemplo de la Izquierda de Zimmerwald leninista, que rompiendo con la aplastante mayoría socialtraidora del “socialismo” oficial, supo marchar con decisión y valor, junto al proletariado revolucionario, por el camino consecuente de la revolución proletaria mundial.
¡ Forjar el partido obrero revolucionario de la Internacional obrera revolucionaria,
para la Revolución Socialista Mundial !