HISTORIA MUNDIAL DEL NARCOTRAFICO.
El 11 de noviembre de 1990 entró en vigor la Convención
de la ONU Sobre el tráfico ilícito de estupefacientes y sustancias
psicotrópicas.
Este convenio internacional fijó las normas comunes de
responsabilidad ante la amenaza que supone el narcotráfico y actualmente,
constituye el documento base para que los países miembros puedan delinear la
legislación internacional en la esfera de la lucha contra la difusión de las
drogas.
En la actualidad, el consumo de drogas es un mal
reconocido y socialmente condenado: muchos países sufren una verdadera epidemia
de drogadicción. El mercado de la droga, que mueve millones de dólares al año,
es una de las principales fuentes de ingresos para el crimen organizado. Sin
embargo, no siempre ha sido así: tanto la drogadicción como la lucha contra el
consumo de drogas han pasado por varias etapas antes de alcanzar su situación actual.
En Europa, el consumo de droga empezó a difundirse en el siglo XIX, al aparecer
en Inglaterra a partir del opio traído de la India y en Francia del hachís
procedente de sus colonias del norte de África.
En aquellos tiempos la droga no era vista como algo
prohibido: la Compañía británica de las Indias Orientales vendía de manera
activa en China el opio indio y los intentos de las autoridades chinas para
poner fin a este comercio tan pernicioso desencadenaron las dos Guerras del
Opio. El narcotráfico, de hecho, estaba controlado por el Estado británico y
muchos representantes de la aristocracia inglesa, miembros de la realeza
incluidos, amasaron fortunas fabulosas protegiendo a los traficantes.
Para China, las Guerras del Opio fueron una de las
páginas más dramáticas de su historia. En este sentido, no es extraño, que la
actual legislación antidroga de China sea una de las más severas del mundo.
En Europa, el opio era considerado un vicio menos
peligroso que las bebidas alcohólicas y, a diferencia de éstas, no estaba
sujeto a aranceles demasiado altos, lo que lo hacía asequible para la
población. Se creía incluso que, en cantidades moderadas, no causaba daño
alguno a la salud y ayudaba a la gente a soportar mejor los sinsabores de la
vida cotidiana.
En la siguiente etapa de la evolución del consumo de
droga apareció la morfina y la jeringuilla, que permitió inyectarse la droga
directamente por vía intravenosa. Se creía que, a diferencia del opio, la
morfina no causaba dependencia. No obstante, en breve esta opinión quedó
refutada ante la adicción a la morfina que experimentaron los soldados que
habían estado en hospitales y habían sido sometidos a intervenciones
quirúrgicas en las que se usó la morfina como analgésico.
A finales del siglo XIX y principios del XX se empezó a
consumir drogas tales como la cocaína (de venta en Estados Unidos desde 1885) y
la heroína (de venta en Alemania desde 1898). La cocaína se usaba como una
sustancia estimulante y energética, mientras la heroína fue presentada
por el fabricante, la empresa Bayer AG, como un analgésico y sedante.
En aquella época, la mayoría de los expertos tenía claro
que el consumo de drogas generaba una fuerte dependencia: tanto psíquica
-cuando las drogas eran usadas para conseguir una sensación de euforia y
exaltación-, como física -conocida como el síndrome de abstinencia o mono-.
Desde principios del siglo XX se intentó limitar el uso no médico de las drogas
y el comercio legal de estas sustancias.
Paralelamente a este proceso fueron apareciendo nuevos
tipos de drogas, esta vez, sintéticas: la mezcalina sintetizada, las
anfetaminas y el LSD. Las anfetaminas se usaron ampliamente en las Fuerzas
Armadas de los países participantes de la Segunda Guerra Mundial para estimular
a los pilotos, a los efectivos de las tropas de misiones especiales, etcétera. Con esta finalidad, las anfetaminas se siguieron usando
hasta los años 70 del siglo XX.
El consumo amplio de las anfetaminas ocasionó una
verdadera epidemia de adicción y un crecimiento de los delitos relacionados con
esta droga, tanto en la esfera de su distribución, como en la forma de atracos
y asesinatos cometidos por los drogadictos necesitados de nuevas dosis.
En opinión de expertos, la posterior reducción de la
producción de anfetaminas incrementó el consumo de heroína, que partir de los
años 50-60 del siglo XX se transformó en Europa y en Asia en la “droga reina”.
El centro de producción de la adormidera de opio y de la heroína subproducto
del opio estaba en el llamado “Triángulo de oro”, una zona en las fronteras
entre Birmania (Myanmar), Laos y Tailandia, fuera del control de cualquier
gobierno.
El tráfico de drogas se convirtió en una industria ilegal
en toda regla cuya red cubrió el mundo entero. La plantación de la adormidera
del opio, la producción de la heroína, su transporte y su venta al consumidor
estaban repartidas entre las agrupaciones criminales más poderosas, empezando
por las riadas asiáticas y acabando por la mafia italiana.
Aparte de los capos del mundo criminal, estaban muy
interesados en el narcotráfico los jefes de los servicios secretos, porque los
ingresos de la venta de este producto ilegal les permitían financiar sus
operaciones ilegales.
Con el dinero de la heroína, por ejemplo, se financiaron
las entregas de armas estadounidenses a los mojaheddines afganos en la primera
etapa de la guerra de la Unión Soviética en Afganistán desde 1979 hasta 1989.
Después de la retirada de las tropas rusas, Afganistán le
arrebató al “Triángulo de oro” su primacía como la plantación del opio más
grande del mundo: en la actualidad, del opio afgano se extrae el 90% de la
heroína mundial.
Para entender por qué la adicción a las drogas se ha convertido a principios
del siglo XXI en un desastre de envergadura global y el tráfico de drogas en un
negocio extremadamente difícil de erradicar, habría que destacar dos factores
principales.
El primero está relacionado con el proceso de la
globalización: la revolución tecnológica del siglo XX, época de inaudito
desarrollo de la red de comunicaciones, ha hecho que países y territorios
lejanos se vuelvan fácilmente accesibles, reduciendo al mismo tiempo los costos
del transporte. En combinación con el desarrollo de la tecnología química que
permite la producción masiva de drogas, la mercancía es, a pesar de todo tipo
de prohibiciones, bastante asequible.
El segundo factor radica en la naturaleza misma de la
sociedad: el creciente estrés, el ambiente psicológico agresivo, las ganas de
escapar del aburrimiento de la vida cotidiana son las causas comunes que
incitan al consumo de drogas. Además, en todo grupo social se le añade un
sinnúmero de motivos secundarios, desde las tradiciones existentes hasta el
deseo de llamar la atención.
De hecho, el consumo de drogas es un indicador fiable del
bienestar social y del estado de ánimo reinante en una sociedad: aumenta donde
son escasas las perspectivas de una vida digna y faltan posibilidades
laborales, educativas y recreativas.
Un ejemplo de tales áreas socialmente desprotegidas son
muchas ciudades deprimidas de Rusia, donde el porcentaje de drogadictos, sobre
todo entre los jóvenes, a veces supera todos los límites razonables. Allí la
sociedad y, en especial, los familiares de la gente enganchada en los narcóticos
están dispuestos a justificar las más drásticas medidas para combatir ese
flagelo.
Actualmente, las drogas fuertes están prohibidas en todos
los países, sin embargo, la legislación varía significativamente: en algunos
países la posesión de una dosis de heroína se castiga con la horca, mientras
que en otros sólo está penado el tráfico.
También varía la actitud hacia las drogas blandas, en
primer lugar, la marihuana, especialmente en los países que han legalizado su
consumo. El pionero de este proceso es Holanda, donde este estupefaciente se
vende en cafeterías especiales. En su momento se pensó que si las drogas
blandas pasaban a ser legales, dejarían de ser parte del crimen organizado,
bajaría la popularidad de las drogas duras y reduciría el narcotráfico.
Sin embargo, no hay unanimidad acerca de los resultados
de la experiencia holandesa. Por una parte, el consumo de drogas duras en el
país parece haberse reducido en comparación con los países vecinos; por otra,
se ha observado un aumento en el número de delitos cometidos bajo el efecto de
las drogas.
Lo que sí parece tener todo el mundo claro es que el
empleo exclusivo de las medidas coercitivas resulta insuficiente para un éxito
duradero en la lucha contra la drogadicción y el narcotráfico.
Estos fenómenos pueden ser combatidos sólo en paralelo
con el desarrollo económico y social del país, en la medida en que aparezcan
perspectivas claras y practicables para la población. El problema es que en la
actualidad garantizar tal desarrollo es todavía más difícil y costoso que
luchar contra el narcotráfico.