domingo, 10 de marzo de 2013
Poder vicario.
Los actores que no se defienden y además agachan la
cabeza y aceptan sin más, el que públicamente se les señale si no como ineptos
sí como negligentes e incapaces de estar a la altura de lo que de ellos espera
el gobernante, habla muy mal de su persona y de su actuación, frente a la
opinión pública. Si no sirven para la tarea, está en manos de los propios funcionarios
reconocerlo y renunciar, pero en primer término corresponde al gobernador
removerlos para bien del estado. Si una u otra cosa no se da, lo que priva es
una permanente y cotidiana incertidumbre que afecta el desempeño de la
administración, y también la vida privada familiar de los servidores públicos.
Cierto que ello no llega al extremo de generar inestabilidad en el gabinete,
como bien lo señala el gobernador, pues es bien sabido que sus integrantes sólo
reciben órdenes, careciendo de independencia en la toma de decisiones y, por
tanto, su presunta negligencia no afecta de manera sustantiva a la buena marcha
de las cosas públicas. Pero el constante cuestionamiento a su desempeño, la
opinión pública lo registra, dando por sentado que es la administración pública
en su conjunto la que está fallando y no tal o cual funcionario que no se
aplica con la responsabilidad exigida. Esta percepción debe ser modificada con
una adecuada difusión del quehacer gubernamental y de la relación entre el
gobernador y su gabinete, destacando la labor de equipo y no únicamente el
trabajo y entrega del director de la orquesta, en demérito de la imagen de sus
colaboradores.
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