Un hombre de poder o líder, cuida de elegir a sus compañeros de viaje, buscando quién le ayude a crecer, quién le impulse a llegar a donde tiene que llegar. Además elegirás a quién no lo tome tan en serio y camine con él en una travesía donde siempre haya espacio para la alegría, el placer de vivir y de crecer.
d) Opta por cómo hacer el viaje. El hombre de poder o líder, aprende a realizar el viaje ligero, sin cargas emotivas o presionantes que no haya elegido. Debe de ser muy selectivo de los objetos que conserva y estar muy atento a no acumular aquello que le hará difícil el trayecto. Se habla por ejemplo de la práctica de limpiar el clóset cada seis meses, con el objeto de no conservar lo que no se usa de manera frecuente y que impide el ciclo de la abundancia: además cambiando por fuera, se puede percibir cuánto se está cambiando por dentro. Al retener, al no soltar lo que se acumula en la cintura, en el cajón, en el banco o en el closet, nos aferramos a la falta de fe y obstaculizamos el intercambio con el Universo. Recordemos que la riqueza no es tener mucho, sino necesitar poco. Otra tarea es aprender a no retener ninguna relación, ningún trabajo. Cuando nos quedamos en una relación o en un trabajo insatisfactorio, creemos que la vida no nos ofrecerá nuevas opciones y entonces nos anclamos a seres que ya no nos quieren o no pueden estar con nosotros; o continuamos laborando en determinados lugares, a pesar de que ya no es un reto ni un placer ir a trabajar, argumentando las ventajas de la seguridad.
Un hombre de poder, o líder, no acumula, suelta y entrega al universo; al tiempo que elige conscientemente a sus compañeros... e insistimos, disfruta el camino.
e) Opta por la falta de expectativas: Sabe que no debe de vivir para cumplir con las expectativas de los demás, ni de sus padres, esposa, hijos; ni del contexto social en el que nació. No vive para recibir la aceptación del respetable público: existe para construirse y servir con alegría. Aprende a distinguir entre lo que le toca hacer y lo que no le toca hacer. Al respecto, Carlos Castañeda platica una vivencia: trotaba detrás de Juan Matus su maestro, con ese paso que les permitía recorrer varios kilómetros sin cansancio. Lo hacían por un camino que serpenteaba ven el fondo de un cañón, cuyas rocosas paredes llegaban hasta los 30 metros de altura. En un momento dado, siente que la agujeta de uno de sus zapatos se desamarra y tiene que agacharse para amarrarla y así, continuar su trote. Al inclinarse escucha un gran estruendo y alcanza a ver como una enorme roca se desprende de una pared y comienza a rodar justo al lugar en donde el se encuentra. De forma instintiva, salta para librar la mole que cae a pocos centímetros de donde finalmente Carlos aterriza, salvando su vida. La piedra levanta una enorme ola de polvo. Don Juan, atraído por el formidable ruido y el polvo generado, regresa al lugar donde su pupilo intenta reponerse del susto vivido. Recordemos que don Juan aplicaba un método educativo muy especial: sin mediar otro comentario, le pregunta al aprendiz: ¿Te amarraste bien el zapato? Carlos lleno de polvo y con la adrenalina aún corriéndole por sus venas, le responde airado: ¡Si que usted es insensible! ¿No ve que estuve a punto de ser aplastado por esa roca?, y usted sólo me pregunta si me amarre bien el zapato ¡Pero qué clase de maestro es usted! Con la sonrisa pícara que lo caracterizaba, don Juan insiste, aumentando el enojo, la molestia y desafiando la importancia personal de Carlos. Después de unos minutos finalmente el maestro le dice: siempre nos enfrentamos a situaciones en las que tenemos que distinguir qué sí nos toca hacer y que no. Este caso no puedes hacer nada para impedir que la roca caiga justo en el lugar en dónde estabas hincado. Lo que sí puedes hacer y bien, es amarrarte correctamente los zapatos. Esa es tu tarea, e insiste: ¿te amarraste bien el zapato?.