El método que utilizaron fue destruir por completo las creencias antiguas aztecas mezclándolas con elementos cristianos. Los nativos aztecas adoraban a una figura llamada Tonantzin, quien era considerada la "Diosa Madre". Esa deidad que llamaban "Nuestra gran madre" o "Nuestra señora" era adorada por los locales y era vista como la responsable de otorgar comida y de mantener hermoso el mundo en el que vivían. De acuerdo con el autor D.A. Branding, los aztecas solían realizar actividades de peregrinación para adorar a Tonantzin en un templo construido en el Tepeyac, a las afueras de la Ciudad de México. Lo que hicieron los religiosos europeos fue destruir esa construcción y reemplazarla con un una capilla dedicada a la Virgen María, madre de Jesús. Los indígenas continuaban yendo a agradecer a su diosa madre, pensando que los invasores finalmente la habían aceptado. El engaño apenas comenzaba.
A pesar de que algunos expertos católicos afirman que la existencia de Juan Diego y la aparición de la Virgen son reales, todos los documentos que hablan sobre ellos son recuentos de segunda mano, tal y como indican en sus estudios los autores Alberto Peralta y Stafford Poole. Don Juan de Zumárraga, primer Arzobispo de la Nueva España (llamado "el protector de los indios"), pudo haber sido responsable de la idea de usar a Tonantzin para evangelizar a los nativos con ayuda de otro sacerdote encargado de traducir al náhuatl los textos sagrados: Bernardino de Sahagún, pero no fue precisamente así.
El primer indicio que demuestra la nula existencia de Juan Diego y de las cuatro apariciones es el hecho de que la mayoría de los textos que hablan sobre esos sucesos establecen a Zumárraga como el principal responsable. Lo extraño es que el Arzobispo era un ávido escritor y documentaba gran parte de los sucesos que observaba en la Nueva España. Ninguno de sus papeles menciona a un hombre con la aparición de una figura mestiza.
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