Ser perfecto es peligroso.
Siempre
es peligroso mostrarse superior a los demás, pero lo más peligroso de todo es
parecer libre de toda falla o debilidad. La envidia genera enemigos
silenciosos. Lo inteligente es poner de manifiesto, de vez en cuando, tus
defectos y admitir vicios inofensivos, a fin de desviar la envidia y parecer
más humano y accesible. Sólo los dioses y los muertos pueden parecer perfectos
impunemente.
La
envidia es una hierba que no debe ser regada, la envidia tiene mucho poder, en
un entorno democrático. La gente que es superior a la mayoría evita toda
apariencia de grandeza. Esto no significa que la grandeza debe sofocarse o que
sólo debe sobrevivir lo mediocre, sino que es necesario recurrir a un hábil
juego de apariencias. La insidiosa envidia de las masas puede desviarse con
facilidad: muéstrate como uno de ellos, tanto en estilo como en valores.
Establece alianzas con quienes son tus inferiores y elévalos a posiciones de
poder para asegurarte de que te apoyan en momentos de necesidad. Nunca hagas
ostentación de tus bienes, y disimula el grado en que ellos te han comprado
influencia. Demuestra tu respeto por los demás, cómo si estos fueran más
poderosos que tú.
Nunca
seas tan tonto como para creer que despiertas admiración mediante la
ostentación de las cualidades que te destacan por encima de los demás. Al hacer
tomar conciencia a los otros de la posición inferior que ocupan, sólo generas
“admiración desdichada”, o sea, envidia, que corroerá a los demás hasta que
terminen socavando tu éxito y posición de formas por entero imprevisibles. Sólo
el necio desafía a los dioses de la envidia haciendo ostentación de sus
triunfos. El maestro del poder entiende que la apariencia de superioridad sobre
los otros no tiene importancia alguna; lo que importa es la superioridad real.
De
todos los trastornos del alma, la envidia es el único que nadie admite tener.
Una
de las cosas que más difíciles resultan al ser humano es manejar sus
sentimientos de inferioridad. Al enfrentarnos con una capacidad, un talento o
un poder superior, a menudo nos sentimos perturbados e incómodos; esto se debe
a que tenemos una conciencia exagerada de nosotros mismos, y cuando nos
encontramos con quienes nos superan, nos percatamos de los aspectos en que
somos mediocres o al menos no tan brillantes como creíamos. Esta perturbación
de nuestra imagen personal no puede tolerarse mucho tiempo sin que despierten
emociones negativas. Primero sentimos envidia: si tuviésemos las cualidades o
la habilidad de la persona superior a nosotros seríamos felices. Pero la
envidia no nos brinda consuelo ni nos acerca a la persona a la que envidiamos.
Tampoco podemos admitir que sentimos envidia, porque es un sentimiento que la
sociedad condena: mostrar envidia significa admitir que nos sentimos
inferiores. Ante amigos cercanos podremos llegar a confesar nuestros deseos
secretos y no realizados, pero nunca admitiremos sentir envidia. De modo que es
un sentimiento clandestino. Lo disimulamos de muchas formas, por ejemplo,
encontramos motivos para criticar a la persona a la que envidiamos: decimos que
podrá ser más inteligente que nosotros pero no tiene valores morales o
conciencia, o podrá tener más poder, pero ello se debe a que engaña y hace
trampas. Si no la desprestigiamos, quizá la elogiemos en exceso, lo cual no es
más que otra forma de disimular la envidia.
Hay
diversas estrategias para manejar la insidiosa y destructiva envidia. Primero,
acepta el hecho de que siempre habrá individuos que de algún modo, serán
superiores a ti, y acepta también que podrás llegar a envidiarlos. Pero utiliza
ese sentimiento como fuerza impulsora para tratar de igualar o superar a esas
personas algún día. Si dejas que la envidia se vuelva hacia adentro, te
envenenará el alma. Expúlsala y podrás elevarte más alto.
En
segundo lugar, comprende que, a medida que vayas ganando mayor poder, quienes
están debajo de ti, te tendrán envidia. No lo demostrarán, pero es inevitable.
No aceptes ingenuamente la fachada que te muestran: aprende a leer entre líneas
las críticas, los pequeños comentarios sarcásticos, las virtuales puñaladas por
la espalda, el elogio excesivo, la mirada de resentimiento, los críticos
feroces, los que te difaman en público. Los grandes problemas de la envidia
aparecen cuando no la reconocemos hasta que ya es demasiado tarde.
Por
último, deberás saber que, cuando los demás te envidian, trabajarán de modos
insidiosos contra ti.
Pondrán
en tu camino obstáculos que no preverás o cuya fuente no podrás descubrir. Es
difícil defenderse de ese tipo de ataque. Para cuando te des cuenta de que es
envidia lo que subyace en los sentimientos negativos de una persona, a menudo
es demasiado tarde: las disculpas, la falsa humildad, las acciones defensivas
no harán más que acrecentar el problema. Ya que es mucho más fácil evitar la
envidia antes de que aparezca, que deshacerse de ella una vez que se ha
desarrollado, deberás planificar con cuidado para evitar que ese sentimiento
crezca. A menudo son las propias acciones las que generan envidia, la propia
inconsciencia. Al identificar las acciones o cualidades que generan envidia,
podrás cortarla por lo sano antes de que contaminen toda tu vida.
El
dinero es algo que puede conseguirse; el poder también. Pero una inteligencia
superior, un físico agraciado y un encanto personal son cualidades imposibles
de adquirir. Quienes son perfectos por naturaleza deben trabajar al máximo para
disimular su brillo y revelar, de vez en cuando, uno o dos defectos, a fin de
neutralizar la envidia antes de que eche raíces. Es un error común e ingenuo
pensar que seduces a la gente con tus talentos naturales, en realidad,
terminarán odiándote por ellos.
Un
gran riesgo en el ámbito del poder es la repentina mejora de la suerte
personal: un ascenso inesperado, un triunfo o un éxito que pareciera venir del
cielo. Esto sin duda generará envidia entre quienes antes eran tus pares.