Símbolos de poder: los pies.
Nadie
pensaría que los pies son símbolos de poder, excepto en las pinturas de
antiguos tiranos que colocan el pie sobre el pecho del derrotado o lo apoyan
(acorazado y con espuelas) en la de un dragón agonizante, pero hay casos en que
los pies reflejan toda una historia de vida. La mayor parte de la gente expone
las suelas de los zapatos únicamente si se siente en posición de poder
protegido o de superioridad, no porque tema tener un agujero en la suela, sino
en virtud de que la planta del pie es una porción sumamente sensible de la
anatomía. Hasta las personas más duras vacilan antes de caminar descalzas sobre
la grava o la arena caliente y casi todos nosotros somos en extremo
quisquillosos –por lo tanto vulnerables--
en esa zona. Cuando los hombres cruzan las piernas tienen la tendencia a
bajar los dedos de los pies, como protegiendo las plantas, a pesar del hecho de
que dicha posición obliga a un considerable esfuerzo de los músculos y tendones
del tobillo. Éste es un acto reflejo, un indicativo de que nos sentimos más
cómodos con ambos pies en el suelo, plantados con firmeza, dispuestos a saltar
si es necesario.
Observa
a un ejecutivo en acción, conversando acerca de un problema, se echa hacia
atrás en su asiento y cruza una pierna sobre la otra, aparentemente seguro de
sí mismo y relajado. En el momento en que la discusión se vuelve grave y
difícil, descruzará las piernas casi con seguridad, apoyará ambos pies en el
piso y se inclinará hacia adelante, con las manos en las rodillas, adoptando su
posición de máximo poder. En ese instante, la otra persona tiene dos
posibilidades: puede hacer lo mismo, en cuyo caso ambos quedarán agachados
hacia adelante, enfrentados en posición de combate, o puede elegir cruzar sus
piernas y echarse hacia atrás, mostrando indiferencia y falta de temor ante la
postura de poder del otro. Sí, nuestros pies nos delatan; se balancean hacia
atrás o hacia adelante expresando duda o impaciencia; los escondemos de la
vista de los demás, debajo de las sillas, en momentos de timidez y miedo; los
colocamos firmemente delante de nosotros indicando que no cederemos nada ni
cambiaremos de idea; juntamos los dedos entre sí en una posición de recatada
deferencia cuando hablamos con una persona muy poderosa, y los separamos con
los dedos apuntando hacia fuera en un ángulo de cuarenta y cinco grados con el
fin de señalar nuestra desdeñosa superioridad.
La
gente poderosa es muy sensible con respecto a los pies, tal vez porque
recientemente ha vuelto a surgir la cuestión de qué hacer con ellos. En el
pasado se trataba de una cuestión de esmerada etiqueta, pero el advenimiento del escritorio tipo cajón en el siglo XX –que
protegía al ocupante de visitantes y empleados como una Línea Maginot de
madera--, convirtió la conducta y las señales de los pies en un arte perdido.
Ahora que los escritorios se han convertido en simples mesas, generalmente en
una placa de cristal o madera sobre delgadas patas de cromo, los pies vuelven a
ser dolorosamente visibles. Muy poca gente sabe qué hacer con ellos, aunque
casi todos los poderosos prefieren apoyarlos en el suelo, lugar al que
pertenecen, y mantenerlos los más quietos posible.
Qué
ponerles encima es otro problema. Cuando quedaban o cultos detrás de un pesado
escritorio, a todos les resultaba posible usar botas negras, objetos
resistentes y prácticos que garantizaban que los pies se mantendrían abrigados
y secos, y sólo eran indicativos del poder y la clase del sujeto por la calidad
de la piel y la perfección del lustre. Las botas de J. P. Morgan no eran muy distintas
de las de sus empleados, salvo por el hecho de que él tenía un valet que las
lustraba y se aseguraba de que los tacos no estuvieran gastados. En la
actualidad los pies vuelven a estar a la vista y pueden ser útiles para marcar
todo tipo de diferencias sociales y para acentuar una diversidad de
pretensiones de poder.
Existe
una cuestión básica: la gente poderosa se hace lustrar los zapatos o se los
lustra. En todas las culturas en las que existe el calzado –y en todos los
tiempos--, un zapato sucio es una señal de debilidad. Los caballeros
latinoamericanos de la vieja escuela pasaban horas sentados en la calle,
haciéndose lustrar los zapatos, y el mejor lugar para ver gente importante
haciendo fila se encuentra frente al puesto de limpiabotas, en cualquier gran
edificio de oficinas, alrededor de las nueve de la mañana. Muchos poderosos se
hacen lustrar por segunda vez después de almorzar, cuando el limpiabotas visita
sus despachos por la tarde para restablecer el brillo matinal. Por la noche
cuando vuelven a su casa se permiten llevar los zapatos empolvados y opacos, ya
que han abandonado el mundo del poder. Esto implica por qué no hay puestos de
limpiabotas en las estaciones suburbanas y también la razón por la que qué muy
pocos de éstos atienden después de las cinco de la tarde: nadie necita una
lustrada al volver a su casa.
La
gente poderosa lleva, por lo general, calzado sencillo y siempre colocan los
cordones –redondos y encerados—en línea recta, nunca cruzados. Los zapatos que
tienen puntera cuadrada, tacones altos,
grandes hebillas de metal, costuras en lugares insólitos, o aspecto similar al
de las botas de montar no son, decididamente símbolos de poder y es
imprescindible evitarlos. La inversión de mil o mil quinientos pesos en un buen
par de zapatos es un movimiento inteligente por parte de cualquiera que tenga
interés en el poder. Dado que la gente es capaz de cualquier cosa con tal de no
mirar el rostro de los demás o de exponer el suyo al escrutinio directo tiene
la tendencia a mirarles los zapatos y ésa es la imagen que surge en su mente al
pensar en el otro. En los recientes tiempos se ha puesto de moda el calzado con
pequeñas hebillas o bridas de metal y están muy bien si provienen
auténticamente de Gucci de Nueva York. Las imitaciones son sutilmente
reconocibles y no se debe recurrir a ellas. David Mahoney, por ejemplo usa
Gucci de charol negro con una banda de tela roja y verde y una brida en el
empeine; estos son símbolos poderosos del éxito y la confianza aunque, al igual
que cualquier objeto de moda, pueden resultar anticuados cuando llegues a
comprarte un par.
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