Una de tantas deficiencias del mexicano.
Queda
claro que los mexicanos estamos retrasados, en la educación, comparativamente,
con los ciudadanos de tres continentes, los estadounidenses y canadienses.
Hoy
quiero aprovechar el espacio para analizar el déficit que tiene la mayoría para
hacer preguntas de manera correcta. Porque, normalmente, tenemos que estar
adivinando lo que nuestro interlocutor quiere saber sobre nosotros, sobre
nuestro empleo, actividad, entorno, familia, amistades y conocidos. Además de
que el mexicano no tiene la capacidad de saber escuchar, no presta atención, le
gusta tener la razón, llevar la conversación a su modo y estilo y no deja
hablar o terminar a los demás. Pero esa es otra historia.
En
el caótico mundo en el que actualmente vivimos se espera que tengamos
respuestas rápidas, tal como si no hubiera tiempo que perder. Hoy parece que
nos urge responder las preguntas que nos hacen para poder impresionar; no
queremos dar la ligera sensación de que ignoramos algo o mucho. Al parecer nos
acostumbramos y no podemos contener el impulso de la respuesta inmediata para
salir del paso e impactar a la contraparte. La mayoría de líderes, empresarios,
vendedores, padres de familia, políticos, abogados y reporteros no logran dominar
ese impulso y utilizan rápidamente algunas preguntas clásicas con tintes de
superficialidad con el propósito de salir adelante y continuar manejando la
situación. Pero, desafortunadamente la velocidad va en detrimento de la
profundidad y aparenta dar soluciones sin involucrar demasiado a las partes.
Nos encanta sentir que tenemos la razón, nos da un sentido de dominio y provee
oxígeno a nuestra devaluada autoestima.
En
cualquier ámbito de la vida se asume que cualquiera (llámese político, director,
gerente, jefe, etc.) debe tener las respuestas a la mano y demostrar que tiene
el control absoluto del tema. Sin embargo, en el fondo, la sabiduría indica que
es más importante saber que estamos haciendo lo correcto que la velocidad que
se le imprima a las conclusiones. Es más importante la dirección que toma
nuestra entrevista que la rapidez de la respuesta. Es un vicio egocéntrico que
debemos erradicar de nuestra cultura competitiva si se quieren tener decisiones
más inteligentes.
Desafortunadamente,
esto trae como trasfondo, nuestra infancia, no fuimos educados para hacer
preguntas. Al contrario, si por naturaleza, queríamos saber o conocer X o Y,
haciendo varias preguntas: ¿por qué
esto?, ¿por qué aquello? Los adultos con frecuencia nos evadían,
cambiaban de tema y lo peor, nos ignoraban. Este patrón, lo vivieron nuestros
padres y ahora lo repetimos nosotros, muchas veces sin analizarlo ni darnos
cuenta.
En
nuestra cultura, por cuestiones religiosas, se nos ha enseñado que hacer
preguntas es una intromisión a la intimidad de los demás y en consecuencia se
reprime la curiosidad interpersonal. Lo cual es incorrecto, en muchos casos.
En
el mundo actual, para poder triunfar, tener éxito, eso es exactamente lo
opuesto, necesitamos conocer la intimidad, lo que la otra persona esconde,
evitando que nos manipule. Esta inhibición del hábito de formular preguntas
desde pequeños ha limitado el desarrollo de nuestra habilidad para cuestionar
las cosas en la edad adulta. Paradójicamente, cuando llegamos a adultos, es
cuando más la necesitamos si queremos triunfar en cualquier negocio, empleo o
actividad.
No
es casualidad que los mejores pasajes de la historia de la literatura estén
siempre ligados con las preguntas. Por ejemplo: ¿Ser o no ser? Ésa es la
cuestión, decía Shakespeare en su obra Hamlet.
Cuantos
negociadores dejan dinero en la mesa o cuántos vendedores pierden una venta
mayor por no continuar investigando. Cuántos líderes pierden la oportunidad de
tomar una decisión más inteligente en su afán por resolver un problema con
premura. Cuántas personas se quedan sin alcanzar las metas de su vida por no
arriesgarse a cuestionar lo que piensan y se conforman con preguntas poco
comprometedoras, de sentido común, superficiales, desdeñando las que
verdaderamente descubren el pensamiento profundo de la otra persona. ¿Cuantas
parejas dejan de ser felices, por no tener el valor de preguntarle a la chica
que les gustaba si quería ser su novia? Algunos con el tiempo se dan cuenta del
error cometido, la mayoría se mueren con esa duda.
Aparte
de lo religioso, es una de tantas lagunas que tiene nuestra precaria educación,
porque nadie, a lo largo de nuestra poca o mucha preparación, nos dice lo
contrario. Nos frenan con comentarios como los siguientes: no querrás exponerte
innecesariamente ante los demás y no saber que decir después de la primera
respuesta que obtengas de la otra persona, aprende que impresiona más si
contestas y das tu punto de vista, no hagas muchas preguntas para no meterte en
problemas, no quieres que piensen que realizas un interrogatorio o que intentas
manipular a los demás, no sabes cómo obtener información de las personas que no
conoces a través de preguntas, hacer varias preguntas abruma e incomoda a las
personas, etc.
La
gente exitosa, triunfadora sabe hacer preguntas inteligentes y en consecuencia
toma mejores decisiones. Los mexicanos, desde pequeños fuimos frenados por
nuestros padres, familia, profesores, sacerdotes para desarrollar esta
cualidad. Por miedo, ese miedo que detiene
todo avance, todo progreso, todo. Pocos hemos seguido la filosofía popular que
de manera eufemística señala: no hay pregunta tonta, tonto es el que no
pregunta.
Así
que amable lector, si quieres semillas fuertes, enseña a tus hijos a preguntar,
hasta lo que para ti sea obvio, ridículo e inapropiado, pero sobretodo,
recuerda que ellos aprenden no de las palabras, sino del ejemplo, ten el valor,
el tiempo y la grandeza de responder todo lo que te pregunten, nada es malo,
obsceno, vulgar o sucio, eso solo está en la mente del ignorante con o sin
estudios. Hay que romper ese círculo vicioso, aunque sea lentamente.
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