Ser perfecto es peligroso…
Publicado 8 agosto, 2020
Lic. Alfredo Castañeda Flores
Analista
Siempre es peligroso mostrarse superior a los demás, pero lo más
peligroso de todo es parecer libre de toda falla o debilidad. La envidia genera
enemigos silenciosos. Lo inteligente es poner de manifiesto, de vez en cuando,
tus defectos y admitir vicios inofensivos, a fin de desviar la envidia y
parecer más humano y accesible. Sólo los dioses y los muertos pueden parecer
perfectos, impunemente.
La envidia es una hierba que no debe ser regada, la envidia tiene mucho
poder en un entorno democrático. La gente que es superior a la mayoría evita
toda apariencia de grandeza. Esto no significa que la grandeza debe sofocarse o
que sólo debe sobrevivir lo mediocre, sino que es necesario recurrir a un hábil
juego de apariencias. La insidiosa envidia de las masas puede desviarse con
facilidad: muéstrate como uno de ellos, tanto en estilo como en valores.
Establece alianzas con quienes son tus inferiores y elévalos a posiciones de
poder para asegurarte de que te apoyan en momentos de necesidad. Nunca hagas
ostentación de tus bienes, y disimula el grado en que ellos te han comprado
influencia. Demuestra tu respeto por los demás, como si estos fueran más
poderosos que tú.
Nunca seas tan tonto como para creer que despiertas admiración mediante
la ostentación de las cualidades que te destacan por encima de los demás. Al
hacer tomar conciencia a los otros de la posición inferior que ocupan, sólo
generas “admiración desdichada”, o sea, envidia, que corroerá a los demás hasta
que terminen socavando tu éxito y posición de formas por entero imprevisibles.
Sólo el necio desafía a los dioses de la envidia haciendo ostentación de sus
triunfos. El maestro del poder entiende que la apariencia de superioridad sobre
los otros no tiene importancia alguna; lo que importa es la superioridad real.
De todos los trastornos del alma, la envidia es el único que nadie
admite tener.
Una de las cosas que más difíciles resultan al ser humano es manejar sus
sentimientos de inferioridad. Al enfrentarnos con una capacidad, un talento o
un poder superior, a menudo nos sentimos perturbados e incómodos; esto se debe
a que tenemos una conciencia exagerada de nosotros mismos, y cuando nos
encontramos con quienes nos superan, nos percatamos de los aspectos en que
somos mediocres o al menos no tan brillantes como creíamos. Esta perturbación
de nuestra imagen personal no puede tolerarse mucho tiempo sin que despierten
emociones negativas. Primero sentimos envidia: si tuviésemos las cualidades o
la habilidad de la persona superior a nosotros seríamos felices. Pero la
envidia no nos brinda consuelo ni nos acerca a la persona a la que envidiamos.
Tampoco podemos admitir que sentimos envidia, porque es un sentimiento que la
sociedad condena: mostrar envidia significa admitir que nos sentimos
inferiores. Ante amigos cercanos podremos llegar a confesar nuestros deseos
secretos y no realizados, pero nunca admitiremos sentir envidia. De modo que es
un sentimiento clandestino.
Lo disimulamos de muchas formas, por ejemplo, encontramos motivos para
criticar a la persona a la que envidiamos: decimos que podrá ser más
inteligente que nosotros, pero no tiene valores morales o conciencia, o podrá
tener más poder, pero ello se debe a que engaña y hace trampas. Si no la
desprestigiamos, quizá la elogiemos en exceso, lo cual no es más que otra forma
de disimular la envidia.
Hay diversas estrategias para manejar la insidiosa y destructiva
envidia. Primero, acepta el hecho de que siempre habrá individuos que, de algún
modo, serán superiores a ti, y acepta también que podrás llegar a envidiarlos.
Pero utiliza ese sentimiento como fuerza impulsora para tratar de igualar o
superar a esas personas algún día. Si dejas que la envidia se vuelva hacia
adentro, te envenenará el alma. Expúlsala y podrás elevarte más alto.
En segundo lugar, comprende que, a medida que vayas ganando mayor poder,
quienes están debajo de ti, te tendrán envidia. No lo demostrarán, pero es
inevitable. No aceptes ingenuamente la fachada que te muestran: aprende a leer
entre líneas las críticas, los pequeños comentarios sarcásticos, las virtuales
puñaladas por la espalda, el elogio excesivo, la mirada de resentimiento, los
críticos feroces, los que te difaman en público. Los grandes problemas de la
envidia aparecen cuando no la reconocemos hasta que ya es demasiado tarde.
Por último, deberás saber que, cuando los demás te envidian, trabajarán
de modos insidiosos contra ti.
Pondrán en tu camino obstáculos que no preverás o cuya fuente no podrás
descubrir. Es difícil defenderse de ese tipo de ataque. Para cuando te des
cuenta de que es envidia lo que subyace en los sentimientos negativos de una
persona, a menudo es demasiado tarde: las disculpas, la falsa humildad, las
acciones defensivas no harán más que acrecentar el problema. Ya que es mucho
más fácil evitar la envidia antes de que aparezca, que deshacerse de ella una
vez que se ha desarrollado, deberás planificar con cuidado para evitar que ese
sentimiento crezca. A menudo son las propias acciones las que generan envidia,
la propia inconsciencia. Al identificar las acciones o cualidades que generan
envidia, podrás cortarla por lo sano antes de que contaminen toda tu vida.
El dinero es algo que puede conseguirse; el poder también. Pero una
inteligencia superior, un físico agraciado y un encanto personal son cualidades
imposibles de adquirir. Quienes son perfectos por naturaleza deben trabajar al
máximo para disimular su brillo y revelar, de vez en cuando, uno o dos
defectos, a fin de neutralizar la envidia antes de que eche raíces. Es un error
común e ingenuo pensar que seduces a la gente con tus talentos naturales, en
realidad, terminarán odiándote por ellos.
Un gran riesgo en el ámbito del poder es la repentina mejora de la
suerte personal: un ascenso inesperado, un triunfo o un éxito que pareciera
venir del cielo. Esto sin duda generará envidia entre quienes antes eran tus
pares.
Vivimos en un mundo de hipocresías y envidias, así que tenemos que
adaptarnos a eso, no queda más remedio que hacerlo, aunque seamos superiores
y/o perfectos.
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