Las relaciones de pareja, libremente establecidas en la actualidad, están basadas en el intercambio de conductas gratificantes, lo que conlleva la posibilidad de su disolución si el balance de la relación es insatisfactorio. Por ello, la violencia contra la pareja puede considerarse algo anómalo. Cuando un hombre se implica en una relación violenta con una mujer con la que comparte o ha compartido voluntariamente sentimientos de intimidad y un proyecto de vida y con la que frecuentemente tiene hijos en común, cabe pensar que padece algún tipo de transtorno mental o de alteración psicológica (Brasfield, 2014).
No es fácil responder a la pregunta de por qué los hombres se comportan de forma violenta precisamente en la relación de pareja, que suele constituir un reducto de intimidad y de ternura. La conducta violenta en este contexto suele ser resultado de un estado emocional intenso -la ira-, que interactúa con unas actitudes previas de hostilidad, un repertorio de conductas pobres (déficits de habilidades de comunicación y de solución de problemas o dependencia emocional) y unos factores precipitantes, entre otros, las situaciones de estrés, el abuso de alcohol/drogas o los celos (Kelley, Edwards, Dardis, y Gidycz, 2015).
Hay ciertas circunstancias específicas de la relación de pareja que posibilitan esta secuencia crónica de conductas violentas. Un hombre tiende a descargar su ira específicamente en aquella persona que percibe como más vulnerable (una mujer) y en un entorno (la casa) en que es más fácil ocultar lo ocurrido. Además, los logros obtenidos con las conductas violentas previas desempeñan un papel muy importante. Muy frecuentemente el hombre maltratador ha conseguido los objetivos deseados con los comportamientos agresivos anteriores. Es decir, la violencia puede ser un método sumamente efectivo y rápido para salirse con la suya. A su vez, la sumisión de la mujer puede quedar también consolidada porque, con un comportamiento sumiso, consigue evitar las consecuencias negativas derivadas de una conducta violenta por parte de la pareja. Además las víctimas pueden sentirse incapaces de escapar del control de los agresores al estar sujetas a ellos por el miedo, la dependencia emocional, el aislamiento social o distintos tipos de vínculos económicos, legales o sociales (Jouriles y McDonald, 2015).
Si bien los transtornos mentales en sentido estricto son relativamente poco frecuentes en los maltratadores (cerca del 20% del total), los síntomas psicopatológicos son muy habituales, así como las alteraciones psicológicas en el ámbito del control de la ira, de la empatía y expresión de emociones, de las cogniciones sobre la mujer y la relación de pareja y de las habilidades de comunicación y de solución de problemas (Echeburúa, Fernández-Montalvo, y Amor, 2003).
El principal objetivo de este artículo es analizar los transtornos mentales, las alteraciones de la personalidad y los déficits psicológicos que están más frecuentemente presentes en los hombres implicados en relaciones violentas contra la pareja, así como plantear los retos de futuro más importantes para su tratamiento.
Transtornos mentales
se ha encontrado una cierta relación entre la violencia contra la pareja y los transtornos mentales. Los más frecuentes son los transtornos psicóticos, en función de las ideas delirantes de celos o de persecución, y el abuso de alcohol y drogas, que pueden activar las conductas violentas en las personas impulsivas y descontroladas (Shorey, Fabres, Brasfield, y Stuart, 2012)
Lo más característico en los agresores es que tengan una historia psiquiátrica anterior (alrededor del 45%) muy por encima de la tasa de prevalencia en la población general, que sería en torno al 15%-20% (Echeburúa et al., 2003). Con frecuencia los motivos de consulta más frecuentes suelen ser el abuso de alcohol, los transtornos emocionales (ansiedad y depresión) y los celos patológicos. Ahora bien, más que cuadros clínicos bien delimitados lo que suelen tener son múltiples síntomas psicopatológicos. Aún así, este hecho no permite establecer relaciones de causalidad o unidireccionalidad entre los síntomas o transtornos psicopatológicos presentes y la violencia contra la pareja.
Por último, los factores predictores más habituales de comportamientos violentos entre las personas con un transtorno mental son los siguientes: a) una historia previa de violencia o de victimización, con una personalidad pre-mórbida anómala; b) la falta de conciencia de enfermedad y el consiguiente rechazo o abandono del tratamiento; c) los transtornos del pensamiento (ideas delirantes de amenaza/control, de celos o de identificación errónea) o de la percepción (alucinaciones que implican fuerzas externas controladoras del comportamiento), con pérdida del sentido de la realidad; d) el abuso de alcohol o drogas; y e) el aislamiento familiar y social, resultado de la estigmatización o de la discriminación (Caetano, Vaeth, y Ramisetty-Milker, 2008; Shiina, 2015).
Consumo abusivo de alcohol y de drogas
La agresión bajo la influencia directa del alcohol es muy variable y puede oscilar entre el 40% y el 90% de los casos (Stuart, 2005). Aunque el alcohol no explica en su totalidad las conductas violentas en los maltratadores, es el peor aliado de la violencia por múltiples aspectos (Catalá-Miñana, Lila, y Oliver, 2013; Echeburúa, Amor, y Fernández-Montalvo, 2002; Fals-Stewart y Kennedy, 2005; Stuart, 2005; Thompson y Kingree, 2006): a) actúa como facilitador y desinhibidor del comportamiento violento, que generalmente deriva de actitudes hostiles previas; b) sigue la ley dosis-efecto, según la cual cuanto mayor es el consumo mayor es la gravedad de la violencia ejercida contra la pareja; c) incrementa el riesgo de reincidencia en comportamientos violentos; y d) está relacionado con un peor pronóstico terapéutico.
Por lo que se refiere al consumo de drogas, las tasas de incidencia en los hombres violentos son menores y oscilan entre el 13% y el 35% de las personas estudiadas, pero tienden a aumentar entre los agresores más jóvenes (Slep, Foran, Heyman, Snarr, y USAF Family Advocacy Research Program, 2015).
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