Los márgenes.
Volvamos con el método aditivo. Nos quedamos, unos 11 apartados atrás, con una mancha tipográfica y es hora de colocarla en un rectángulo de papel. Para esto hay muchos, muchísimos caminos, que van desde probar con hojas de papel recortadas hasta sacar la calculadora electrónica y practicar un poco de álgebra y trigonometría. Pero, antes, hablemos un poco de los márgenes, y lo primero que deberíamos discutir es para qué sirven y, de manera especial, para qué sirven los márgenes amplios. Las razones son muchas. Veamos:
En primer lugar, un documento sin márgenes es absurdo desde el punto de vista técnico, pero no vale la pena detenernos a explicar esto. El Héctor juicioso llegará a la misma conclusión tras pensar unos segundos en lo contrario. Los márgenes son una necesidad técnica para la manipulación, impresión, doblado y encuadernado; incluso, también para la lectura. Esas condiciones determinan unas medidas mínimas. En el diseño de documentos, la más relevante es el margen de lomo. Más adelante veremos por qué.
Hay otra razón técnica, que es disimular las oblicuidades accidentales de la tirada. Cuando los documentos se imprimían principalmente en prensas tipograficas, los papeles y los moldes podian soltarse y quedar un poco ladeados. Algo semejante sucede con las impresoras de bajo costo, que sujetan el papel de manera imprecisa. Es obvio que el defecto resulta mucho más notable a simple vista cuando los márgenes son estrechos. Lo normal, hoy, es imprimir en offset, una técnica que ha avanzado mucho en precisión; por lo tanto, esos accidentes son cada vez menos frecuentes.
En los tiempos de la proto imprenta los libros se entregaban a los clientes en forma de pilas de hojas sueltas. El comprador llevaba las hojas al encuadernador, y éste, después de plegar, alzar apilar y coser, refinaba los bordes del libro con una navaja. Con las hojas perfectamente emparejadas, encolaba las tapas. Décadas después, ese libro, ya maltrecho, debía encuadernarse de nuevo, así que el hijo de aquel encuadernador lo desbarataba, volvía a alzar los cuadernillos, los apilaba y los cosía, pero, por más esmero que pusiera en esos trabajos, los bordes de las hojas quedaban un poco disparejos y los refinaba una vez más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario