miércoles, 1 de agosto de 2018

Márgenes.

Así tras un par de siglos de sobrevivir en la biblioteca de un monasterio y pasar por las manos torpes de muchos monjes, el libro había pasado por las manos del nieto, el biznieto y el tataranieto del encuadernador. Y en cada maniobra, ¡zas!, unas tiritas de los bordes se habían ido a la basura. Con el tiempo, pues, los libros perdían material, así que los impresores precavidos los dotaban de grandes márgenes. Hoy, los volúmenes más costosos, los que están hechos para durar y durar, también lucen grandes marginados.

Los márgenes también sirven para sujetar el documento sin que los dedos tapen las letras, claro, y para escribir notas. Es una buena costumbre dejar márgenes amplios en cartas, memorandos, presupuestos y demás. A muchos destinatarios todavía nos gusta hacer anotaciones en los papeles, encuadernarlos y archivarlos.

Columnas. La composición a dos columnas o más es un recurso formidable para quien necesita componer renglones cortos sin aumentar desmedidamente el cuerpo tipográfico. Los programas avanzados de procesamiento de textos y autoedición facilitan este tipo de arreglos, sin embargo, para que todo salga bien, es importante tomar en cuenta algunos detalles.

En primer lugar, los renglones deben coincidir horizontalmente entre columna y columna. Esto implica que, si metemos un título en medio de una, este debe abarcar una cantidad precisa de líneas. Por ejemplo, debe ocupar uno o dos renglones y tener tres líneas de blanco arriba y una abajo. Exactitos. Si no se hace así, las líneas pueden desfasarse. Además de que las columnas desniveladas se ven de horror, el desfase hace imposible que los renglones del frente coincidan con los del reverso.

El flujo del texto siempre va de arriba abajo y de izquierda a derecha. Si una página compuesta a dos o más columnas lleva un grabado que la parte por el medio de margen a margen, el flujo sigue igual, como si la ilustración no estuviera ahí. Pero esto n o ha sido así siempre. En algunas obras antiguas, sobre todo del siglo XIX y principios del XX, se pueden ver textos que corren primero por todas las columnas de arriba del grabado.

Por lo general, se procura que las columnas queden perfectamente alineadas por debajo. Si se trata de una revista o un libro ilustrado, eso se puede lograre aumentando o reduciendo el tamaño de alguna fotografías o un blanco. Pero también puede ser muy atractivo desigualar las manchas tipográficas deliberadamente, como, por ejemplo, en una composición a tres columnas, deje una llena y las otras dos un poco cortas y de distinta longitud. Ponga todo su buen gusto y le quedará un blanco asimétrico muy atractivo debajo del texto.

El espacio entre dos columnas se llama corondel. Aunque parezca que lo que sigue estás al revés, el corondel debe ser un poco más ancho si la composición es en bandera que si se justifica. Sí, los renglones quebrados tienen un poco más de blanco por la derecha que los justificados, pero el borde irregular hace un poco más difícil de distinguir el límite derecho de la columna. Un corondel ordinario mide entre el 10 y el 20% de la anchura de la columna, eso es lo que se espera de un texto extenso. Sin embargo, en algunas composiciones breves, y solo como recurso estético, se puede dejar un blanco minúsculo o, en contraste, ampliar mucho el tamaño del corondel.

Galletita. Cada vez que Mantequita, mi perrita snauzer, hacía una gracia, le dábamos una galletita de perro. Llegó a convertirse en toda una artista, giraba, se sentaba, buscaba cosas, iba, venía, se echaba, hacía el muertito, rodaba... Tenía un muñequito de hule al que llamábamos Bodoque. Me gustaba escondérselo en un cajón o en cualquier sitio recóndito cuando ella no estaba presente. Un buen rato después, y lejos del escondite, le decía ¡Busca a bodoque!. Entonces Mantequita, moviendo el rabito, recorría, ágilmente toda la casa hasta dar con el juguete. Nunca fallaba.

Antes hablábamos de estimulación. Explicábamos lo importante que es dar al lector una cantidad adecuada de recompensas ---que él recibirá con gusto cada vez que termine con un capítulo, una página y hasta un párrafo. Es como si en cada hito del camino de lectura lo premiáramos con una galletita: que terminó una parte, ¡galletita!; un capítulo ¡galletita!; una página, ¡galletita!... Un lector adecuadamente adiestrado andará por el libro moviendo el rabo lleno de felicidad. No, retiro lo dicho, es un ejemplo malísimo. Usted disculpe.

No hay comentarios:

Publicar un comentario