Con el texto convenientemente organizado, lo que sigue es señalar los niveles jerárquicos del manuscrito. Lo bueno es que en la gran mayoría de los documentos tenemos que lidiar con tres o cuatro grados, nada más. Imagine un ejército donde solo hubiera generales, capitanes y soldados rasos. ¡Qué fácil! }Cualquier persona sabría, con solo ver los uniformes, quien manda y quien debe obedecer.
Los problemas surgen cuando hay muchos niveles: generales de división, generales de brigada, coroneles, tenientes coroneles, mayores, comandantes, capitanes primeros y segundos, tenientes, sargentos, en fin..., pero para eso se inventaron los galones. Se trata de todo un lenguaje que se aplica, principalmente, en los títulos. Hay casos extremos, como los de ciertas obras científicas y técnicas, donde ese lenguaje tiene una gramática rígidas y normalizada internacionalmente, pero por lo general, se puede navegar con los remos del sentido común.
Los galones son a la jerarquía militar lo que ciertas formas de diacrisis son al texto. Señalamos los grados más altos con títulos de letras grandes y gruesas, espaciados ampliamente por arriba y, un poco menos, por debajo. A ve3ces les añadimos algún color, un recuadro, un número o algo por el estilo. En el camino descendente nos encontramos con títulos de cuerpo un poco menor precedidos y seguidos de espacios más estrechos. Así llegamos hasta el texto raso, que, por cierto, es siempre el punto de partida. Por debajo también hay algunos párrafos subalternos, como las llamadas de nota, los titulillos y los pies de grabado.
Lo trascendental en la jerarquía es que cada una de las partes exhiba sus galones con absoluta claridad, sin dar lugar a la menor confusión. De otra suerte, se corre el riesgo de que el lector se pierda en la espesura del texto. Algunos no salen de ahí nunca.
Numeritos. Hay formas muy sencillas y armoniosas de indicar las gradaciones en un documento, aunque los niveles sean numerosos. Sin tener que cambiar de tipo, podemos recurrir a las variaciones normales de la fuente tipográfica. Por ejemplo, en un texto que tuviera cinco niveles de títulos, el más bajo puede ir de redondas (es decir, en las letras del texto). Si no es extenso, se entenderá su papel de título por el solo hecho de estar en un renglón aparte. Hacia arriba, en un cuarto grado, usaremos cursivas. En el tercer escalón tendríamos las negrillas y, en el segundo, las versalitas. De aquí podríamos dar pequeños saltos a las versalitas cursivas y a las versalitas negrillas; sin embargo, una composición así de compleja exige otros tratamientos, así que, por enci8ma de todas, pondríamos las mayúsculas.
También podemos mostrar la gradación con puros espacios. El nivel más bajo de títulos puede llevar un renglón blanco por arriba y ninguno por debajo. En el cuarto grado daríamos dos renglones por arriba y uno por debajo; en el tercero, tres y uno o tres y dos, y así, sucesivamente, hasta el nivel principal, que podría ir siempre en página nueva y ocupando todo el primer tercio de la mancha tipográfica.
Mi selección personal es combinar solo esos dos recursos. La mayoría de los diseñadores, en cambio, prefieren usar un tipo de letra para el texto y otro para los títulos. Esto solo funciona bien si los tipos se acoplan entre sí. Para eso, los especialistas en esta clase de armonizaciones nos recomiendan que el talante de una letra contraste radicalmente con el de la otra. Por ejemplo, un texto compuesto en un tipo neoclásico, como el Didot o el Bodoni, va chic chic chic con unos títulos megatrendy muy robustos y modernos. En cambio, una futura fina, con todo y su pasado charlestón --o sea, ¡que vejestorio!-- puede quedar muy fashion con una Minion negrilla. ¡Guau, superlook!
Con todo, la mejor solución parta un documento muy complejo de esos que tienen un montón de niveles, es numerar los títulos. Hay un método tradicional, poco usado ya, que baja once escalones:
I. --I) -- A. --A) --1. --1) -- a) -- a) -- aa) -- a) -- aa).
Hoy se prefiere la numeración decimal, que es más fácil de seguir por los lectores en cualquier circunstancia. No tiene límites, ya que uno puede ir añadiendo grados conforme se van necesitando. En la Ortografía académica vemos, por ejemplo, que el uso de la coma en casos de polisíndeton se sanciona en el punto 3.4.2.2.3.1.1.h, a donde se puede llegar con relativa facilidad consultando los folios explicativos o titulillos. El único inconveniente de este método es el espacio tan grande que puede exigir un número de, digamos, ocho niveles, como este: 4.12.5.1.1.13.21.2.
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