domingo, 5 de agosto de 2018

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En fin, a lo que íbamos. Los antiguos amanuenses e impresores conocían muy bien esto de la estimulación. La manejaban con maestría. Eran cuidadosos al calcular la cantidad de letras por renglón, el número de renglones por página, el tamaño de la letra, los arreglos en columnas, los márgenes, los decorados y demás elementos editoriales. Lo aprendieron tras muchos siglos de ensayos, errores, reflexiones y correcciones.

Al llegar al Renacimiento, los libros ya eran productos muy depurados. Sobre la forma y la colocación de la mancha tipográfica, se forjaron algunos principios muy prácticos y un poco místicos, que se reflejan en lo que hoy llamamos marginados clásicos. Esos principios son cuatro:

a) Las diagonales de la página y la mancha tipográfica deben ser colineales; así, ambos rectángulos tendrán exactamente las mismas proporciones.

b) La anchura de la página será igual a la alturas de la mancha tipográfica.

c) El margen de corte (el contrario al lomo del libro) medirá el doble que el margen de lomo.

d) El margen de pie (el de abajo) medirá el doble que el margen de cabeza (el de arriba).

Los principios c y d son mutuamente inclusivos cuando se cumple a. En otras palabras, si se cumplen a y c, sucede d, y si se cumplen a y d, sucede c. No todos los marginados clásicos observan los cuatro principios, pero, al final, todos se parecen. En cualquier caso, desde luego, el margen más grande es el inferior. ¿Por qué? Porque si la mancha tipográfica está levantada en la página, parece menos pesada, como si volara ingrávida en el papel. Galletita pura.

El margen de lomo. Los libros, revistas y otros documentos se imprimen en hojas grandes que albergan cuatro, ocho, dieciséis, treinta y dos y hasta sesenta y cuatro páginas. Por ejemplo, en una hoja AO caben ocho hojas A4, así que, si la hoja extendida se imprime por los dos lados. el resultado son dieciséis páginas. Para hacer un libro de 320 páginas, ne3cesitaríamos reproducir veinte hojas.

Después de la impresión, la hoja debe plegarse tres veces: del primer doblez, salen cuatro caras, del segundo, ocho, y del tercero, las dieciséis que buscamos. A esta pieza ya doblada se le llama cuadernillo o pliego. Una vez hechos todos los cuadernillos, se apilan en el orden en que aparecerán en el libro, se emparejan y se cosen o se pegan. 

La clase de acabado que se da a partir de este punto tiene consecuencias importantes en los costos de la edición. Lo más caro es terminar el libro con tapas, aunque esta técnica tiene dos grandísimas ventajas. Una es que el libro quedas muy bien protegido; la otra, que se puede abrir por cualquier página sin que se cierre solo. Si usted abre un libro encuadernado de esta manera, podrá notar que la línea por donde se doblan las hojas queda prácticamente expuesta. Incluso es posible ver los hilos con que el libro fue cosido. Aun si el margen de lomo fuera de un milímetro, los renglones se verán completos.

Otra forma de guarnecer el libro consiste en tomar el paquete, cosido o no y encolarle al lomo una cubiertas de cartulina. Cuando el volumen está encuadernado así, se dice que está en rústica. Si bien este proceso es más rápido y económico que el anterior, da lugar a un producto mucho más frágil de lomo semirrígido. Los problemas más inmediatos de un lomo así son dos: por una parte, aparece el molesto efecto de que el libro tiende a cerrarse solo; por la otra, las hojas no se pueden abrir por completo sin que la encuadernación se rompa.

Los diseñadores editoriales debemos estar al tanto de la encuadernación que se proyecta para el libro o revista, porque de ello depende, sobre todo, el tamaño del margen del lomo. Por cuestiones fundamentales de armonización, del margen de lomo dependen los otros tres. Así que lo primero que le pregunto al editor o al impresor, después de que me ha informado de las dimensiones del libro, ces cómo va a encuadernarlo. La primera respuesta que recibo suele ser ¡Que raro que preguntes eso!

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