En
México, la autoridad y no la verdad ni la justicia, como decía Hobbes, hace las
leyes y gobierna nuestra democracia. Los más fuertes, no los más justos ni los
más inteligentes, son quienes se imponen y establecen la ley, y a veces como
sucede en nuestro país, quienes lo hacen son los más abyectos (despreciable,
vil en extremo) e imbéciles. Quienes van ganando, en todo caso, son simuladores
y especuladores de la vida nacional política. Siempre se encuentran
coincidencias entre los grandes simuladores y farsantes.
Luis
Echeverría sentenció: <<<la dimensión de los hombres públicos sólo la
da el ejercicio del poder, y se intuye a partir de sus estrategias de
campaña>>>.
Cuando
el gobernante no cesa de cantar sus excelencias a su gobierno a través de una
campaña de mensajes breves donde subraya sus logros, casi siempre con
inexactitudes o exageraciones. Se trata de propaganda personalizada, semejante
a la de los gobiernos autoritarios en que el gobernante es la única fuente del
bien público.
En
la mejor tradición priista supervisa avances de obras y en todas partes
aprovecha la cauda de informadores que lo siguen para hacer discursos, siempre
orientados a exponer los defectos reales o imaginarios de las propuestas
políticas de sus adversarios. Los gobernantes tienen propensión a aliarse con
poderosos empresarios dotándoles de garantías personales y poniendo los órganos
de la justicia a su servicio –incluyendo los equilibrios periodísticos mediando
mercenarios del gremio-, gozan de fuero constitucional, una figura que, por
supuesto, tuvo un origen distinto al planteado de nuestros días: sirvió sí,
para garantizar la invulnerabilidad de pensamiento, traducida en la libre
expresión, de legisladores y ejecutivos en funciones; y de ninguna manera para
proteger el comportamiento amafiado de los mismos. El sectarismo, exaltado por
los usos facciosos del poder, ha dado al traste con el espíritu del
Constituyente, como en otros tantos casos. Y ello obliga, desde luego, a
modificar conceptos y modernizar el ejercicio político como ya sugirió, con
indiscutible habilidad Calderón Hinojosa. El ostracismo es la exclusión
voluntaria o forzosa de los oficios públicos, a la cual suelen dar ocasión los
trastornos políticos. Destierro político.
Los
políticos tienen en mente simplemente y nada más, recuperar feudos, aun
contrariando la inteligencia colectiva, sin el mínimo apego a la voluntad
general y sin el menor rubor político. Se trata, claro, de distribuir prebendas
y rearmar la cadena de las complicidades sin más expectativas que el ejercicio
autoritario del poder. La misma perspectiva, sin siquiera maquillaje, del
ominoso lapso de la hegemonía priista (hoy de regreso), omnipotente, sin
disimulo. Con ello muestran que una cosa es la viciada lealtad personal,
edificante sólo por los afectos que se estrechan incluso si son malsanos y otra
la responsabilidad política, insoslayable, que sirve para mostrar la dimensión
real de los hombres públicos dispuestos a anteponerlo todo en aras del deber o
exhibir a los farsantes quienes creen en el poder sólo para servirse del mismo
sin el menor propósito de rendir cuentas a la colectividad.
Quien
no sea capaz de analizar el contexto, planteándose antecedentes y proyectos
como hilos conductores de cada postulante, acabará votando, si lo hace, con la
superficialidad perniciosa de los ahítos incapaces de descubrir las trampas
inductivas. Me temo que en esta condición están buena parte de los sufragantes
potenciales a quienes la campaña por la renovación de la Cámara de Diputados
del Congreso de la Unión, de la LXIII Legislatura, les parece divertida por el
cruzamiento de descalificaciones, las intemperancias y la jocosidad de las
sentencias lapidarias. Es decir, sin nada en el fondo.
Queda
claro que los virajes son obras de las circunstancias no de la madurez de la
ciudadanía. Más de la demagogia que de la democracia, antítesis de la primera.
Tales vaivenes tampoco representan un buen augurio porque, en todo caso, los
elementos de ingobernabilidad, de la mano con una triangulada composición
camaral, están imponiéndose a todo intento de proyectar un destino menos
contaminado por los sectarismos recalcitrantes.
Se
requiere revisar el perfil de los candidatos al Congreso de la Unión, que
tengan rentabilidad electoral, que sean competitivos y que metan muchos votos
para ganar la elección, que tengan méritos partidistas, reconocimiento y buena
tarea dentro del partido y que aporten a que la campaña siga creciendo y además
que posean experiencia legislativa, no antecedentes penales, que no estén
sujetos a escándalos y que puedan tener una gran claridad en su perfil. El
tradicional dedazo apareció como encuesta, como lo hacían en el pasado priista
los presidentes de la república. La democracia a la mexicana está de regreso y
aunque hay 10 posibles opciones, la realidad es que ninguna representa lo que
necesita la población, no votar es malo, pero, votar por cumplir un deber
ciudadano, sin analizar los perfiles, es algo aún peor. En estas semanas que
restan de campañas, ¿Cambiarán las circunstancias?
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