sábado, 27 de abril de 2019

¿Lo eres?

La generación de padres complacientes.

Mucho se ha escuchado hablar de las diferencias entre los padres de antes con los actuales; a menudo decimos “¡en mis tiempos, me controlaban con solo la mirada!”, qué esperanzas de que nuestros padres estuvieran rogándonos para ser obedecidos, y qué decir de los berrinches y las pataletas, tal vez se nos ocurría hacerlo una vez, pero esa era la primera y única vez que caeríamos en ese error, pues después de las nalgadas y el castigo, era demasiado atrevido volver a intentarlo, generalmente entendíamos con una sola vez que se aplicaba la regla, por que era eso precisamente lo que sucedía: una regla, un comportamiento claro y definido que se repetía sin distinción y sin importar si éramos el hijo, el sobrino, el nieto, o incluso el vecino.
Era disciplina, pero disciplina de los padres para aplicar las reglas, estoy seguro de que nuestros padres también se cansaban y mucho de trabajar fuera y en casa nuestras madres, sin embargo sacaban fuerzas de no sé dónde para seguir educándonos día a día, porque esa era la prioridad. Hoy por hoy, nos sentimos a veces culpables por no darles lo suficiente y tratamos de colmarlos de objetos y cosas que ni siquiera pueden disfrutar porque no han conocido la carencia, esa carencia que te ayuda a aprender el valor de las cosas, esa carencia que no daña, sino que al contrario ubica y hace madurar, algo que a muchos falta, grandes o pequeños fuera de la realidad, queriendo evitar a los hijos aquellas cosas que nos hicieron valorar y que lejos de hacernos un mal, nos enseñaron a respetar.
Hoy los padres quieren ser amigos antes que guías o educadores, hoy no quieren herir con un golpe, y eso está bien, pero no debemos olvidar que aplicar la autoridad correctamente es un arte difícil de aprender a menos que lo practiquemos habitualmente, sin caer en los extremos de la blandura ni de la disciplina inflexible. A veces ser demasiado blandos y permisivos, nos orilla a ser inflexibles más adelante al no haber puesto los límites a tiempo, y eso genera rebeldía al detectar un hueco en la disciplina por donde los hijos intentarán salirse con la suya, inevitablemente.
Educar con amor es, principalmente poner límites, límites que les permitan aprender a nuestros hijos, que pasada cierta línea, las consecuencias aparecen y es ahí donde como padres nos es difícil dejarlos cargar con ellas, porque son nuestros hijos y nos duelen.
Pensemos entonces en aprender a amarlos, que ser complacientes no es la manera de educarlos, sino la manera de confundirlos con una realidad que solamente existe en la burbuja que les hemos construido, pero de la que algún día querrán salir para volar con sus propias alas, y mientras tanto debemos prepararlos para que puedan ser felices por sus esfuerzos y no por sus deseos, como cuando eran niños.

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