El político.
El técnico.
El seguidor.
El oscuro.
El actor político es aquel con carisma, un gran
arraigo y popularidad entre el público y, consecuentemente, con liderazgo
partidista además de una gran habilidad para la negociación y la concertación
política. Sus cualidades suelen darle unas relaciones públicas de gran nivel,
pues lo mismo hace amistad tanto con gente de la condición más humilde que con
personalidades de elevados círculos sociales, empresariales, políticos y
culturales. Mantiene una excelente relación con periodistas y medios de
comunicación social, clérigos, líderes sindicales y otras tantas gentes de gran
influencia y liderazgo. Generalmente, este tipo de actor es una persona con
estudios elementales y, cuando más, con estudios medios o de nivel
licenciatura. Así, no es una persona con gran formación técnica o profesional,
y muchas veces, sin formación técnica en materia legislativa, gubernativa o,
cuando menos, partidista.
No
obstante, se trata de personas con muchos años de dedicarse a su actividad
principal, y ya sea como promotor comunitario, dirigente de su partido u
organización gremial, legislador o funcionario público, suele tener las mismas
funciones y habilidades, entre otras:
La
conciliación de intereses con grupos de presión, movimientos sociales e
institutos políticos.
La solución
de controversias derivadas del establecimiento o aplicación de programas
públicos.
La selección de
candidatos a cargos de elección popular o de dirección partidista.
La
conducción de procesos electorales.
La
implementación y seguimiento de programas públicos y mecanismos jurídicos
dentro del ejercicio gubernamental.
Así, el
actor político tiende a desplegar sus capacidades y utilizar todo el poder y
fuerza de su imagen, influencia y relaciones en las actividades que se le
encomiendan, dando, en la mayoría de los casos, resultados contundentes y
efectivos. De esa manera, el actor político, cuando se encuentra en funciones,
suele coordinar, conciliar y dirigir a su grupo de poder e incluso a otros
grupos hacia fines específicos, bien determinados, programados y consensuados
por todos los actores en juego.
Además,
suele escuchar todas las opiniones, calcular todos los pasos y sus
consecuencias, dirimir controversias, resolver conflictos, establecer acuerdos,
distribuir responsabilidades, evaluar avances y resultados y todo aquello que
implica ser gobernador, miembro de una junta de coordinación política, líder de
una fracción parlamentaria o presidente de una Gran Comisión.
Pero
además, el actor político presenta
las siguientes variantes de acuerdo con su capacidad, estilo y preparación, así
tenemos el líder, el combativo y el
vándalo.
El líder es el actor con liderazgo político
es, por lo general, el prototipo de los actores que se mencionaban, en donde su
gran capacidad hace que otros personajes que también ocupan un cargo menor,
estatal o municipal, lo sigan y acaten las directrices que él emita o dicte.
Por lo regular, desde su despacho atiende los aspectos de interés para el
gobierno surgido de su partido, de conformidad con los acuerdos que para tal
fin celebre con el dirigente de otros partidos, con la dirigencia de su
instituto político y, en ocasiones, con los miembros de más respeto de su
comunidad. No obstante, esta retroalimentación entre poderes públicos, partido,
comunidad y sectores, concluye en los resultados deseados y con beneficios para
todos los involucrados en la función gubernamental y, por supuesto, para el
electorado. Así, emplea todas sus capacidades y el peso de su imagen y
liderazgo para conducir a su partido hacia los objetivos programados desde el
principio de su ejercicio administrativo.
El combativo es el actor con actividad política
es, por lo regular, colaborador de igual importancia al actor antes descrito,
pues suele ocuparse de aspectos propios de acciones correspondientes a otras dependencias
estatales como la de la Secretaría de Gobierno, la de Régimen Interno y
Conciliación Política, Justicia, Puntos Constitucionales y otras de igual
magnitud, o como presidente, Secretario o Prosecretario de alguna Mesa
Directiva o la Gran Comisión del congreso. En ocasiones, el actor con capacidad
técnica y un gran carisma, del que se darán más detalles en este mismo
capítulo, también llega a desempeñar las mismas responsabilidades. Volviendo al
legislador con combatividad política, suele desempeñar funciones de gran
envergadura en correspondencia y complemento de las desarrolladas por el líder.
Ubicados en posiciones
estratégicas –como ya se dijo-, tienen a su cargo la responsabilidad de
suavizar los roces naturales provocados por el choque de ideas, intereses y
conciencias propio de la actividad parlamentaria. Como tal, debe ultimar los
acuerdos pactados por el líder de su partido, detallarlos, pulirlos y
terminarlos, con lo cual, su actividad tiene un espectro muy amplio, pues por
otra parte es el actor que, en caso necesario, defenderá con todo la postura de
su instituto político, aunque ello signifique nuevos choques de postulados
partidistas y de otros tipos. Eso lo convierte en una especie de ariete
político que se emplea contra la coraza ideológica de otros grupos políticos.
El vándalo es un tipo de actor menos regular,
pero es aquel que suele cometer diversas acciones con el fin de alterar el
orden normal de la administración pública, tales como llegar con sus huestes a
causar desmanes o provocaciones al recinto de que se trate, incitar a sus
compañeros a abandonar las reuniones con otros partidos y actores con todo lo
que ello implica y entorpeciendo los procesos de concertación política.
Asimismo, el actor vándalo es aquel que comete fechorías o que establece
cacicazgos regionales escudados en su condición de miembro de la clase
política.
La actuación de esta
clase de actores deriva en la deslegitimación de la labor política, la
denigración de la personalidad de los actores en general, el entorpecimiento de
las prácticas y los procesos de las acciones de gobierno por causa de
interrupciones, la provocación de escándalos y alteraciones al orden público,
etc.
Siguiendo
con la clasificación de los participantes en la escena política, tenemos al técnico, quien es el actor con especialidad, es decir
aquel que cuenta con preparación técnica
o profesional orientada a los procesos gubernativos y legislativos, amén de que
llega a presentar estudios no sólo de especialización sino incluso de nivel
postgrado.
Este tipo de actor, por
lo general, es gente formada después de sus estudios profesionales tanto en un
postgrado u otro programa de educación continua –diplomados, cursos,
seminarios, talleres, foros, congresos, etc...– que, normalmente, adquiere en
institutos de educación superior o dentro de los centros de capacitación
política de sus respectivos partidos. Por supuesto, el hecho de que tenga
estudios profesionales no es garantía de que sea un especialista en técnica
administrativa, pero si a esto se le agrega el valor de una capacitación dada
por su instituto político, definitivamente el conocimiento teórico se ve
reforzado por estudios de índole más práctica e incluso por actividades de
simulación profesional –como los talleres o los diplomados, por ejemplo –.
Otro tipo
de participante en la escena política es el
seguidor, quien es el personaje que en este contexto se ubica como el actor
encuadrado en el trabajo administrativo, y se da en seguir el liderazgo de
otros actores relevantes. Comúnmente, los actores seguidores no suelen tener
una gran actividad pública o como líderes de opinión en debates de comisiones o
eventos diversos; sin embargo, no hay que olvidar que siguen siendo
representantes y conservan el peso de su voto en la emisión de directrices y
promulgación de leyes o mecanismos jurídicos y administrativos. Es ahí donde su
presencia puede ser relevante, ya que el liderazgo, especialmente de sus
partidos, puede determinar su posición y por ende su voto en tal o cual sentido
de una iniciativa. En términos militares, este tipo de actores es la que
integra el grueso de una columna de ataque y, en su cohesión, se encuentra la
fuerza para llevar a cabo iniciativas, o bien, para rechazarlas.
Finalmente
tenemos al actor oscuro, el cual no
corresponde a la mayoría de los actores políticos, por supuesto, y mucho menos
a la totalidad de aquellos que ocupan un cargo de elección popular. Es en
la legislatura, donde hay mayor
competitividad entre actores, cuando acusa un padecimiento ciertamente grave
para el lugar que ocupa: el síndrome de oscuridad política. Es el fenómeno en
el cual un actor político tiene un desempeño que puede ser indiferente,
mediocre, malo e incluso nocivo dentro del entorno en que se desenvuelve. Así,
puede ilustrarse el caso de actores que, en el tiempo que duran como miembros
de un periodo de gobierno, no tienen una presencia relevante, nunca proponen
iniciativas ni proyectos y mucho menos buscan el bien común de los ciudadanos.
En resumen,
tales personajes no figuran y "sólo
viven del presupuesto”. Por otro lado, se tiene a actores que logran salir
del anonimato, sólo que su actuación resulta más gris que intrascendente.
Podríamos asociar estos personajes oscuros en determinadas tareas, que
anteriormente, hemos clasificado de vandálicas (abandonar las sesiones
plenarias o las reuniones de comisiones, o que introducen a sus huestes al
recinto legislativo para agredir al personal camaral, a otros representantes o
para causar destrozos al mobiliario). Esta clase de actores no suelen llegar a
altos cargos.
Sin
embargo, estas son sólo algunas de las formas en que puede darse la formación
del actor político que, eventualmente, asciende –o tiene posibilidades de
ascender– a un cargo del orden administrativo independientemente del nivel de
gobierno en que esto se dé, o del órgano de que se trate.
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