Rusia y el futbol.
Rusia,
en su mundial, rompió con una tradición de amarguras, sus triunfos y por ende,
calificación a octavos de final, hizo recordar los ya lejanos mundiales de la
segunda mitad del siglo XX, cuando la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas (URSS) era un equipo de temer.
El
poderío de la hoz y el martillo no fue producto de la casualidad, sino de una
férrea política de Estado en la que el deporte era un vehículo para demostrar
la superioridad del modo de producción comunista frente a las economías capitalistas.
Al
comenzar el campeonato, Rusia ocupaba el último lugar de la cadena alimenticia
del futbol. El depredador soviético se había quedado sin dientes. Este año, la
Selección rusa llegó a su propia Copa del Mundo en el lugar 70 del ranking de
la FIFA, por debajo de países como Panamá o Nigeria. Las viejas glorias de aquella
maquinaria roja que lideró Lev Yashin y que obtuvo el cuarto lugar en
Inglaterra 1966 apenas permiten avizorar un posible retorno a la grandeza.
Entre
1920 y 1940, la liga soviética impuso reglas poco ortodoxas. En una clara
analogía a la noción comunista del trabajo, se estableció que el campeón no
sería el equipo que obtuviera más victorias o más puntos, sino aquél que
disputara la mayor cantidad de partidos y que incluyera a sus jugadores en
labores comunitarias. La gente siempre tenía dos clubes campeones: el “oficial”
y el “verdadero”, que usualmente se definía por medio de los cálculos que
hacían los propios aficionados y su coronación se celebraba en secreto para no
levantar sospechas de complot ante el servicio secreto.
Según
la historia, durante toda la era soviética los clubes fueron propiedades
estatales. En la nación de los gulags y los trabajos forzados ganar no era lo
más importante: el triunfo era visto como un estereotipo capitalista. Los
futbolistas más reconocidos a menudo eran los que ejercían labores políticas o
los que practicaban otros deportes.
Lev
Yashin se inició como portero del equipo de hockey de la fábrica de
herramientas para la que trabajó durante la Segunda Guerra Mundial. En vida fue
con decorado con la Orden de Lenin y la Orden Bandera Roja, dos de las
distinciones más importantes del gobierno soviético.
Con
los enormes avances en medicina científica y los amplios presupuestos en
materia deportiva, el régimen socialista granjeó la mejor época del futbol
ruso. Los deportistas, no cobraban por practicar una disciplina, pues sus
gastos eran cubiertos por sus sindicatos para que ellos pudieran dedicarse de
lleno al alto rendimiento. El deporte era un proceso educativo y social de
largo plazo, un sistema de scouting en el que había más contacto con la
comunidad.
El objetivo del presidente Vladimir Putin al aceptar la organización del Mundial de 2018 nunca fue deportivo, sino político.
Entre
los planes del ex agente de la KGB y actual cinta negra en judo nunca figuró la
idea de fabricar una selección de altos vuelos. Si, en cambio, hubo la
intención de enviar un mensaje entre líneas a los líderes occidentales: Rusia
ya no es la Unión Soviética, tampoco se adherirá a todos los acuerdos
internacionales, pero aun así es capaz de organizar la gran fiesta del futbol
bajo las reglas capitalistas.
Poco
le importó a Putin que la Liga Premier rusa sea una de las competencias que
menos dinero produce en Europa. Sus ingresos alcanzan apenas los 705 millones
de euros por temporada, casi la misma cantidad que genera el Manchester United
en Inglaterra en el mismo periodo de tiempo.
Si
antes el futbol ruso era materia de Estado y reflejo de la disciplina del
régimen comunista, hoy es un deporte frágil que todavía sufre los embates de la
disolución de la URSS, ocurrida en diciembre de 1991.
Mientras
que de 1958 a 1990 los soviéticos clasificaron a siete de los nueve Mundiales
que se celebraron y fueron una potencia temible a la par de Brasil, Alemania o
Italia, a partir de la caída de los muros Rusia sólo ha clasificado a tres de
los recientes seis Mundiales que se han organizado, el último no cuenta porque
el país sede clasifica en automático.
Cuando
la URSS llegó a su fin, el sistema de juego y el talento de los jugadores quedaron
repartidos en 15 países, como Estonia, Lituania, Ucrania o Bielorrusia.
Rusia
es un Estado multiétnico, pero no ha sabido traducir su diversidad cultural al
futbol. La disolución de la URSS provocó que hubiera menos capacidad de
selección de jugadores. Se perdió el alto grado de organización que tanto
caracterizó al régimen y que siempre se reflejó en el deporte. El futbol fue
uno de los medios que utilizaron los sistemas socialistas para demostrar su
superioridad frente a los países capitalistas.
La
inauguración de la gran fiesta del futbol estuvo marcada por la ausencia de los
principales líderes de Occidente. Ninguno de los cuatro grandes –Inglaterra,
Alemania, Estados Unidos y Francia—asistió a la ceremonia de inauguración en
Moscú.
Es
posible que ni siquiera hayan sido invitados. Tomando en cuenta que Rusia 2018
fue la fiesta de Vladimir Putin. Un festejo de Rusia para los rusos. Lo mismo
sucedió en la clausura, donde tuvieron que asistir los presidentes de Francia y
Croacia, porque sus naciones disputaron la gran final, y era necesaria su
presencia.
Detrás
de la Copa del Mundo hay un interés por parte del gobierno ruso de demostrar
que ya son pocos los vestigios que quedan de la era soviética. Pero es
innegable que aún existen vicios políticos del régimen comunista, como la falta
de rendición de cuentas, el burocratismo y la corrupción.
De
la era Rómanov a la de Putin, Rusia está acostumbrada a la mano dura de sus
gobiernos. Y esto se debe, a su orografía: al carecer de defensas naturales, ha
sido invadida por mongoles, polacos, suecos, franceses y alemanes. Esta
indefensión ha provocado que la sociedad rusa necesite una figura autoritaria
que mantenga al margen a los enemigos.
Las
decadentes economías occidentales repudian a Putin, pero en realidad él es el
hombre que necesita Rusia en estos momentos, alguien que imponga autoridad
dentro y fuera del país, pero que al mismo tiempo sea capaz de brindarle al
mundo la imagen de una Rusia renovada.
Independientemente
de todo lo anterior, la vigésima primera Copa del Mundo de futbol, Rusia 2018
ha sido la mejor en organización, cordialidad de su gente, control y
mercadotecnia de negocios.
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