sábado, 23 de diciembre de 2017

El mito del gran cazador de erratas.

Hay quien caza porque posee la peculiar visión de que está practicando un deporte, de caza mayor o menor, y también existen aquellos que cazan para sobrevivir. Son dos actitudes completamente distintas practicadas por personajes que rara vez se entrecruzan. En el mundo del lenguaje existen cazadores de erratas ocasionales y correctores profesionales. En nuestro caso sí que hay contacto, pero la finalidad de esas prácticas sí que difiere, al igual que la de los cazadores.

A pesar de que hay cacerías de erratas --como las que organizan las asociaciones de correctores todos los 27 de octubre, Día de la Corrección--, el trabajo del corrector profesional no es un mero entretenimiento ni un hobby. Los correctores no trabajan disparando --con sus cámaras-- las erratas que se encuentran por las calles. El trabajo está siempre delante, en papel o en pantalla, buscando minuciosamente, letra a letra, cualquier interferencias entre el mensaje que emite el autor y el que recibe el lector.

Contrariamente a lo que se piensa, cada vez se lee y se escribe más. La población estás más alfabetizada --con mayor o menor éxito-- aunque no se refleje en el número de ventas de libros que, como se está demostrando , no es el mejor indicador para saber cuánto se lee en realidad. La pantalla en la que vemos internet es el libro que leemos a diario: noticias, consultas, blogs, nuestra vida y la de los amigos, películas y escenas subtituladas de you tuve, e incluso alguna buena historia. En todo ese libro se lee permanentemente, por lo que también se ha tenido que escribir, y de igual manera, con mayor o menor éxito. Son estos lectores los que cada vez detectan más erratas y las señalan entre mofa y crueldad. Son estos cazadores ocasionales, entre los que sí que existen grandes cazadores e incluso tribus de cazadores (como los grupos de Facebook Ostras, qué perlas y Acción Ortográfica), los que avivan el trabajo de los correctores profesionales, ya que gracias a ellos, son cada vez más las marcas comerciales que demandan servicios de corrección para que su imagen o sus productos no acaben ilustrando las galerías de estos grupos como antes las cabezas de las piezas en los salones del gran cazador.

De qué se ríe un corrector si está llorando
Un corrector es una persona que vive en un estado de desequilibrio permanente. Es lector, pero no disfruta de la lectura en su trabajo. No puede leer ni abstraerse porque su tarea es vigilar la concordancia de los elementos que componen cada frase, el uso apropiado de uno u otro término o que no haya erratas; tampoco puede saltarse ninguna de las convenciones ortotipográficas, entre muchas otras cosas por lo que los correctores de pruebas no hacemos una lectura convencional. Ahí, desde luego no aprecias ni por qué doña Teodora se ha impuesto entre la pasión de Carmen y Quintilio ni, aún menos por qué el rotor de cola compensa el desplazamiento de un helicóptero. Tampoco los correctores de estilo disfrutan plenamente de su lectura ya que leen, releen y comprueban lo dicho como en un interrogatorio entre el sentido común y el mensaje del autor.

Tampoco es el autor --nunca debe pretender serlo ni creerse mejor que él--, pero tienen que enfundarse en su estilo como un zapato de cristal, sin romper ni cambiar nada. Y cuando digo autor, vale para el traductor.

El corrector adora el lenguaje y la tipografía, pero trabaja en el territorio donde más se les golpea. No somos los únicos profesionales que viven en desequilibrio, pero sí los que habitamos en el lenguaje.

Hace falta una excelente formación para ser corrector. En su ensayo de 1937, el oficio de corrector, Pelegrín Melús y Francisco Millá narraban el ascenso de un aprendiz de imprenta hasta el excelso puesto de corrector, val que atribuían la misma categoría que la del editor o la del jefe de imprenta. En este panegírico del oficio atribuían, sin embargo, la desdicha de los licenciados en Filosofía y Letras que, con todo su bagaje, acaban cayendo en la corrección de estilo. Esos dos mundos, el de la imprenta y el de la universidad, aún siguen siendo la fuente de conocimiento esencial para este trabajo: la universalidad del conocimiento, la facilidad para acceder a datos precisos del investigador, la cultura humanista (que a menudo se obseca en ignorar el mundo científico y técnico), el dominio del lenguaje, y, por supuesto, el de la tipografía y el de la edición. Hoy en día, dominar todas estas materias en una sola universidad es una utopía. Por eso, para ser corrector se necesita una formación extra a la que habrás que añadir horas de experiencia. Con todo esto se alcanza ese oficio excelso  del que hablaban Melús y Millá... pero al toparse con la realidad y el reconocimiento profesional y su remuneración, al corrector se le saltan las lágrimas. Qué menos que reírse, por lo menos, al encontrarse mientras corriges con errores como la Europa de entreguarras, el juez ha visto indios [indicios] en su auto o murieron dos personas y dos españoles.

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