martes, 20 de febrero de 2018

Aprender a leer otra vez.

Quizá no te lo haya comentado hasta ahora, pero los correctores de pruebas leemos de una manera rara (iba a decir peculiar, pero tengo que darle 10 euros a Xosé cada vez que la uso: se está forrando a mi costa).

Usamos una técnica que podríamos llamar como de doble pasada: una vez que leemos y reconocemos una palabra, volvemos a leerla para comprobar que contiene todas las letras que debería tener: que concuerda o no en género y número; que si usa un recurso diacrítico, lo hace ajustado al manual de estilo en uso. Sí: le damos varias vueltas, y bastante rápido.

Si te topas con la palabra perfectamente, como lectores, tú yo, vemos un grupo de letras al principio de esa palabra que forman un perf..., le sigue un número impreciso de caracteres pero reconocemos f, e, c, t, a,... y termina con el grupo de letras que forman lo que tu cerebro ya ha reconocido como ...mente. Pero un corrector revisa cada letra y frena el ímpetu de reconocer y anticiparse las palabras. De hecho, la palabra anterior, si la has leído muy rápido, no habrás detectado que no es tan perfecta como parece. Vuelve a leerla, ahora como un corrector, y verás la errata.

Que pueda haber pasado desapercibidas no significa que puedas leer plácidamente un texto lleno de erratas, sino que tu cerebro hace lo posible por adaptarse para entenderlo. Prueba a leer esto:

Un corrector ortotiporgáfico ebde lere
deteindametne toads y acda una de las
martices que froman un tetxo. Se ah
demotsrado que podemos etnender
prefectametne un tetxo en el que no toads
las lertas de las palarbas etsán en el
luagr vqeu les corresopnde perciasmente
porque no leems toads las lertas que
froman una palarba, sino uniacmetne las
pirnears y las útliams.

Lo has conseguidoi, pero una lectura así no es aceptable, más allá de este juego.

Con algunos nombres complejos aceptamos el engaño de nuestro cerebro, pues pensamos que tanto da que el volcán islandés impronunciable sea Eyjafjallajokull o Eyjiafiallajókul. Schopenhahuer o Schoppenhähuer, o como el otro filósofo, Schwarzenegger o Schwartzenneger. A un corrector no puede darle igual: tiene que comprobar cual es el uso correcto y unificar todos los casos en que aparezca. Por cierto, solo las primeras formas eran las correctas.

Neologismo, anglicismo, barbarismo y malabarismos
Te vas a enfadar conmigo, pero voy a romper una lanza por estos ismos. De acuerdo: yo tampoco entiendo qué quiere decir Conscious en el escaparate del H&M de La Gran Vía de Madrid. Me resulta tan raro como si escribieran Sarandonga porque, como vimos antes, me falta contexto: una palabra en inglés y aislada no ayuda mucho. No solio eso, no te pierdas la escena: si tengo que entrar en la tienda a preguntar por el significado, trataría de pronunciarla y me saldría un /consius/. Como no me entenderían, torcería el morro para decir algo como /conchuis/, y quizá el dependiente comprendiera que estamos hablando de lo que él llama /conziu/. ¿Era necesario este sufrimiento?

]Vivimos rodeados de expresiones en inglés, como los íberos con el latín. No es incómiodo usar nuevas palabras cuando aportan definiciones precisas. No se me ocurre una palabra o una expresión que sustituya a la efímera flasdhmob. Para cuando se nos ocurras, habrá pasado de moda. Ahora bien, cuando entra en nuestra lengua --literalmente--, se topas con nuestra peculiar fonética, por lo que no tardará en convertirse en /flasdmó/ o /flamó/.

A lo largo del siglo XIX puedes encontrar unos cuantos manuales de puristas horrorizados por la invasión de expresiones francesas, como asuntos a resolver, que hasta hace un rato eran galicismos perseguidos y condenados. Ya conviven en paz entre nosotros, pero es por eso que sigue sin asentarse del todo.

dudo mucho que frases como este saturday hay party y similares boberías vayan a sobrevivir. Pero no se pueden poner barreras reales al gusto y uso de los hablantes, por poco que nos satisfaga, entre otros, a los correctores. Solo el uso las regula. No me imagino una regularización forzosa de la terminología musical y del baile para eliminar términos foráneos, ya que no solo conviven palabras como house o grunge, sino también allegro o jeté. Tampoco me gustaría que el sushi se transformara en pastelitos de arroz con pescado o que para jugar al golf se usaran palitos para la bola en vez de tees. El barbarismo que trae aire fresco puede asentarse y vivir feliz entre nosotros. Si no te lo crees, pregúntale a Alberto por la historia de palabras tan poco sospechosas como jamón y aceite. Que aproveche.

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