Sin
poder, lo mismo podemos ser árboles que roca, ostras o cualquier otra cosa,
objetos estimables a la vista de Dios, incluso útiles obedeciendo las complejas
leyes de la naturaleza, pero carecemos de la capacidad de alterar el mundo, de
controlar nuestras propias vidas. Ante nosotros se abre el abismo, la sima sin
fondo de vivir una vida controlada por otros, la humillación de la sumisión.
Recuerdo
una anécdota vivida por un amigo y que me contó, estando en un lujoso hotel del
extranjero, un gran director cinematográfico de aquel tiempo, en la
alberca, flotaba en una balsa neumática
y fumaba un cigarro. Durante semanas no había estado disponible para un anciano
guionista, negándose a responder a sus llamadas telefónicas, anulando citas,
manteniendo al viejo en torturado suspenso, hasta que finalmente le hizo saber
que accedería a oírlo a las tres de la tarde en la piscina. Cuando el escritor
llegó vio al productor flotando como una rara floración acuática obesa y peluda
en medio de la piscina, disponible para cualquiera que pudiera nadar hasta él.
Lo que el productor sabía es que el escritor no sabía nadar. Como un reo de
muerte, el guionista se retiró para ponerse un taparrabos que le habían
prestado y mientras los edecanes del productor sonreían y reían entre dientes
en la cabaña, vadeó torpemente la parte poco profunda de la piscina, con el
tímido valor del condenado, hasta que el agua le llegó al mentón. Pero el
productor trasladó su balsa a aguas más profundas usando las manos como aletas,
palmo a palmo, hasta que el escritor se encontró forcejeando en las pálidas
aguas clarinadas: una escena de pesadilla y sadismo representada bajo las
crujientes palmeras de California del Sur, con ruido de niños pequeños
chapoteando dichosos y hermosas mujeres untándose con loción bronceadora sus
cuerpos costosos, cuerpos como aquéllos que sin duda habían estado a
disposición del escritor cuando este era ardiente y poseía su propia casa en
alguna zona exclusiva, con piscina revestida de azulejos y una plantación de
guayabos. Se abrió camino valientemente hasta la balsa que cada vez se alejaba
más e intentó explicar por qué debían renovarle el contrato mientras tragaba
bocanadas de agua repugnante. Por momentos desaparecía bajo la superficie pero
volvía a aparecer y seguía hablando. Por último, cuando empezó a parecer
peligrosamente agotado, el bañero de la piscina se zambulló para rescatarlo. Mientras
lo arrastraban hacia el borde de la piscina, uno de los edecanes del gran
hombre se inclinó, encendió un cigarrillo con un encendedor Dunhill de oro y
dijo con firmeza, lenta y audiblemente, como se les habla a los seniles o a los
duros de oído:
Ya
te vio y te oyó. Ahora puedes vestirte y marcharte.
A
pesar de Hobbes, nada es tan brutal como la vida entre los hombres civilizados;
la violencia repentina y la incertidumbre de la vida primitiva no son
comparables a las degradaciones de nuestra sociedad. Una debilidad momentánea y
nos encontramos a merced de monstruos reales, no de las figuras sobrenaturales
de la imaginación salvaje. El poder es el medio de protegernos a nosotros
mismos contra la crueldad, la indiferencia y la implacabilidad de los hombres.
Esto
no significa que debamos transformarnos en monstruos. Podemos aprender a usarlo
con el fin de ser más libres, de volver más dichosa y más productiva la vida
para nosotros y para los demás o para hacerlo servir de vehículo de un yo que
no tenga en cuenta la culpa y la inocencia, sino, meramente, lo que pueda
obtener. La finalidad del poder consiste en sobrevivir en un mundo difícil.
Tampoco
es sensato considerar el poder como un mecanismo compensatorio. Los que buscan
el poder para compensar algún defecto físico real o imaginario se encaminan a
una vida amargada y colérica. Napoleón no se vio necesariamente impulsado a
triunfar porque fuera bajo, como muchos creen: triunfó porque era Napoleón. La
estatura es una obsesión de la gente que se esfuerza en alcanzar el poder por
caminos erróneos. Quizás algunos hombres todavía creen que la estatura tiene
alguna relación con el tamaño del pene, a pesar del tranquilizador informe de
Masters y Johnson en este sentido. Tal vez ocurra que para cierto tipo de
hombre la idea de que alguien pueda mirarlo, literalmente, desde arriba, le
resulta insoportable. Se dice que en las raras ocasiones en que Harry Cohn
comía fuera de su casa colocaba subrepticiamente un listín telefónico encima de
su silla. Los zapatos elevadores, que prometen cinco centímetros más de altura,
apelan a la misma inseguridad.
No
hay duda de que los hombres bajos se sienten inclinados a descubrir la forma de
compensar su falta de estatura. La estatura significa algo para la gente y es
prudente no olvidarlo. Si se suponer que la baja estatura nos incita a la
búsqueda del poder, por lo general se considera que la buena salud es señal
inequívoca de que se lo posee. El hecho de que relacionemos el poder con la
salud es una curiosa demostración de nuestra admiración por el primero: en
otros tiempos era creencia popular que el poder, provocaba preocupaciones,
enfermedades, envejecimiento prematuro y calvicie. En la actualidad esperamos
que el poderoso rebose de salud y generalmente es así. El ejercicio exitoso del
poder, lo mismo que una vida sexual satisfactoria, tiende a hacer que la gente
se sienta bien consigo misma, cualquiera que sea el verdadero estado de su
salud, y la excitación constante entona maravillosamente el sistema. Así que si
lo deseas, empieza a buscarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario