viernes, 7 de septiembre de 2018

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Sin sangrías, no hay diacríticos que señalen con claridad dónde comienzan los párrafos. Sí, la mayoría de las veces podemos contar con la línea corta precedente, pero, en ocasiones, esa línea toca el margen derecho. En un caso así, no hay nada que nos señale si el punto con que termina es renglón es un punto y seguido o un punto y aparte. Esto es algo más frecuentes de lo que nos indica el sentido común, puesto que un compositor tipográfico cuidadoso no debe permitir que a la derecha de una línea última quede un espacio menor a un cuadratín. Un renglón así de largo se justifica siempre, aunque sea el último de un párrafo.

Párrafos separados. Porfiando en la supresión de las sangrías, algunos compositores comenzaron a añadir un poco de blanco debajo de la últimas línea para indicar el final de un párrafo y el comienzo de otro. Como recurso diacrítico, esto funciona bien casi siempre; sin embargo, en el diseño editorial, y el documentismo, un casi siempre está muy lejos de ser suficiente. No se puede admitir, en absoluto que el lector se quede dudando de si el último punto de un renglón es un punto u seguido o un punto y aparte. 

Los párrafos separados son muy populares, a pesar de que cada vez gozan de menor prestigio, dada la cantidad de problemas que provocan. Entre estos inconvenientes está la frecuencia con que aparecen las líneas viudas y huérfanas, una de las cosas que más quebraderos de cabeza provocan a los compositore4s tipográficos. Si el último renglón de un párrafo es el primero de una columna, se dice que es una línea viuda. Si la primera línea de un párrafo es la última de una columna, se dice que es una huérfana. Hay quienes toleran las huérfanas, pero las viudas son inadmisibles.

Suponga que está componiendo un texto donde los párrafos tienen una media de diez renglones. Si al final de una columna le quedara espacio para dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho o diez renglones, no habría ningún problema. Pero si le quedara espacio solo para un renglón, se produciría una huérfana,  y si solo cupieran nueve3, quedaría una viuda al principio de la siguiente página. De modo que la probabilidad de que sucedan dificultades de ese tipo es de dos sobre diez. En conclusión, tendríamos que lidiar con una viuda o una huérfana por cada cinco columnas.

Los riesgos se incrementan cuando la composición se hace en párrafos separados, puesto que, además de las viudas y las huérfanas, pueden aparecer otros dos inconvenientes; uno es que la última línea de la columna quede vacía, con lo que se produciría un desequilibrio fastidioso, especialmente en composiciones a dos columnas o más. El otro es que el renglón vacío coincida con el principio de la columna siguiente. Esto último, se combate suprimiendo el blanco y comenzando el nuevo párrafo en la primera línea, pero, ¿qué pasaría si, para mala fortuna del compositor, la última línea del párrafo anterior tocara el margen derecho? En un caso así, el lector no sabría si está ante un punto y seguido o un punto y aparte. De modo que, con párrafos de diez renglones de media, este tipo de composición nos daría mucha guerra cada dos o tres columnas.

Cuando componemos con párrafos separados, el tamaño del blanco debe ser igual a una línea. Esto es penoso, porque la separación más estética es la mitad de es, más o menos. Sin embargo, si no se deja un renglón completo, no hay ninguna posibilidad de que las líneas de un lado de la hoja coincidan con las del otro, como tampoco la hay de que los renglones de una columna coincidan exactamente con los de la columna contigua. El primer conflicto podría no serlo si el papel fueras completamente opaco o si las hojas se imprimieran  solo por un lado. El segundo no es aceptable de ninguna manera.

Por si lo anterior fuera poco, me quedan otras dos objeciones contra los párrafos separados. Una es que con ellos se desintegra el conjunto del texto y eso complica un poco la percepción del conjunto. La otra es que... ¡son muy feos!

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