El presidencialismo
en México es anterior a nuestra democracia y, durante décadas, se caracterizó
por una serie de particularidades que lo hacían francamente incompatible con
una democracia formal. Es verdad que la preeminencia del Poder Ejecutivo sobre
los demás poderes y su posición como pieza central del sistema político
mexicano se explican, en gran medida por los enormes poderes que le ha dado el
texto constitucional al presidente de la República. Es decir, el presidencialismo
mexicano ha estado y está constitucionalizado; pero también es cierto que,
junto con el diseño constitucional, el contexto político del presidente se haya
desplegado a plenitud. Para entender cómo se fue conformando el
“presidencialismo a la mexicana” es conveniente reconstruir, aunque sea
someramente, el desarrollo histórico y las ideas que descansan detrás de esta
figura en nuestro País. El régimen presidencial se adopta por vez primera en la
Constitución de 1824. El Congreso Nacional, cada vez que ha podido, ha mostrado
su tendencia agresiva e invasora contra el Ejecutivo. Está en la naturaleza de
la institución. El ejecutivo, previendo la amenaza, ha absorbido al Poder
Legislativo y ha creado la dictadura. Otra fecha significativa para el
presidencialismo mexicano, algún tiempo después del momento constituyente de
1916-1917, la representa el año 1935,cuando se produce la expulsión del país
del ex presidente Plutarco Elías Calles por el entonces presidente Lázaro
Cárdenas del Río. Además, con esa decisión, Cárdenas estableció una de las
reglas fundamentales del sistema político mexicano: todo el poder sería para el
presidente, pero sólo por seis años, sin posibilidad de extender su mandato
fuera de ese periodo. Comenzaba a tomar forma la larga etapa del partido
hegemónico caracterizado por un presidencialismo exacerbado pero
institucionalizado en el marco de un partido político revolucionario. No sin
incurrir en simplificaciones y síntesis históricas apretadas, es posible sostener
que un tercer momento de cambio sustantivo para el presidencialismo mexicano
coincide con las elecciones presidenciales de 1988 cuando, como nunca antes
desde su nacimiento, el partido oficial, vio seriamente comprometida su
permanencia en el poder, por el partido de la oposición (concretamente por una
coalición de partidos de “izquierda” encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas
Solórzano) con lo que se aceleró el proceso de apertura democrática en el país.
Ciertamente, en
medio de las tres etapas que se han señalado –la del nacimiento en 1917, la de
consolidación en 1935 y la del inicio de su debilitamiento en 1988- Ha habido
otros muchos eventos que contribuyeron a definir el rostro del sistema
presidencial mexicano, como por ejemplo, los hechos sangrientos de 1968 o la
importante reforma política de 1977 promovida por el entonces secretario de
Gobernación, Jesús Reyes Heroles durante el gobierno de José López Portillo. La
reforma de 1977 marcó el inicio de un lento pero constante proceso de
transformación institucional en materia electoral que terminaría teniendo un
impacto directo en la naturaleza del presidencialismo mexicano porque lo
orientaría hacia un sistema compatible con la forma de gobierno democrática. Si
bien es cierto que se está buscando más la figura de los ciudadanos, con su
participación desde mi perspectiva, el gobierno está dividido, se observa una
Presidencia débil, la designación del gabinete es disfuncional, no se toman
decisiones adecuadas y se debilita aún más un sistema presidencialista que debería
funcionar mejor.
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