LA AMISTAD
Lo más preciado que se puede tener y otorgar
es la amistad; solamente a las grandes amistades se les puede confiar lo más
íntimo de nuestros secretos y los más grandes sentimientos, sabiendo que ahí
estarán bien guardados y podrán ser nuevamente compartidos para fortalecerse
ambos. La amistad verdadera necesita un cierto grado de afinidad moral y
espiritual, aumenta el gozo y glorifica los triunfos, soportando las
vicisitudes e impidiendo las caídas. La amistad que termina nunca había empezado.
El Dalai Lama dice que “la amistad duplica las alegrías y divide las angustias
por la mitad”. Los lazos de la amistad son más fuertes que los de la sangre;
también es verdad que la abundancia hace amistades, pero la adversidad prueba
las verdaderas amistades; -“Vieja madera para arder, viejo vino para beber,
viejos amigos en quien confiar, y viejos autores para leer”- Sir Francis
Bacón-. La amistad lo es todo, vale más que el talento, e igual o más que la
familia; la amistad se hace no se nace con ella. Conservemos la amistad que
hemos hecho.
Saber escuchar es el cultivo de la amistad, y
no es solamente en pasar un buen rato en compañía.
El hacer cosas juntos, pasarla bien, el
coincidir en intereses similares, el afecto y la simpatía es llegar al corazón
o núcleo de la amistad que solo es posible a través del intercambio de
subjetividades, de intimidades. Lo íntimo, lo propio –los pensamientos, los
sentimientos, las creencias, las opiniones, los gustos-, sólo se expresan
porque se quiere y a quien se quiere, siempre y cuando ese “quien” los valore y
aprecie.
Parte importante de la amistad no es solo oír
y asentir; es atender, mirar, comprender… y para hacerlo hay que saber recibir
a la otra persona desde su intimidad. Los enemigos de la amistad son la prisa,
el ruido, el orgullo, la brusquedad y la desconfianza.
Escuchar no es tarea fácil. Hablar de lo
propio halaga y no pocas veces se hace abundantemente. Hay que poner freno al
yo para que no interfiera y apague la amistad; pero requiere reciprocidad, en
donde ambos se enriquezcan, hecho que beneficia la calidad y solidez de la
amistad.
Las relaciones personales no se caracterizan
por ser neutras, más bien generan agrado-desagrado, inclinación-rechazo,
afección-repulsa. Entre estos dos polos extremos se sitúa toda una gama de
vivencias que constituyen los elementos principales del mundo emocional. El
hombre se complementa en la medida que se relaciona con los demás, y la
convivencia presenta obligaciones y beneficios; también un dar y un recibir recíprocamente.
El hombre es un ser libre, y como tal puede
renunciar a comunicar sus cualidades e intimidades. Un clima de paz se logra
evitando conflictos innecesarios, de modo que no solo se vea aquello que
conviene o que satisface a uno; encarando con cariño cuando un amigo se
equivoca, en vez de hablar a sus espaldas; evitando poses y actitudes altaneras
que ofenden y discriminan sin razón objetiva, como las habilidades, condiciones
sociales… etc.; en dónde los “otros” no son iguales que “uno”: por lo que se
debe reconocer la “superioridad” que alimenta el ego.
La alegría se consigue si se es capaz de
sonreír; si se dan las gracias cuando alguien hace un favor; si se complace con
los triunfos de los demás; ; si se es capaz de deslizar una frase amable a
quien se vea triste o preocupado; si se ayuda al compañero, que le cuesta
entender un tema; si se pregunta con sincero interés el estado físico de alguna
amistad.
La amistad es el mejor cultivo que puede
haber, y es donde se da y se recibe todo el amor, afecto y comprensión que un
humano necesita en esta vida.
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