EL DINERO EN LA HISTORIA.
El hombre empezó sus transacciones mediante
el trueque, el intercambio de una mercancía por otra. Esto creaba problemas;
por ello, no es de extrañar que pronto utilizase un bien intermediario para
todas sus transacciones: en los pueblos de la antigüedad fueron barras de sal,
ganado (en latín PECUS, de donde viene pecuniario), hachas de cobre, etcétera.
Más tarde descubrió que había bienes de muy cómodo uso como dinero: los metales,
y, sobre todo, el oro y la plata. De fácil transporte y almacenamiento (en poco
peso acumulaban un gran valor), muy manejables y divisibles (sobre todo,
aleados con otros metales), duraderos y de un valor que oscilaba poco (porque
el oro que entraba en circulación, debido a las explotaciones mineras, era de
cuantía limitada, y el que salía, para joyería, usos industriales, etc.,
también era poco).
Se impusieron, pues, el oro y la plata como
dinero. En un principio se utilizaban a peso, lo cual obligaba a cuidadosas
operaciones para pagar. De ahí que pronto se les ocurriese a los gobernantes
garantizar, con su sello, el peso (y, por tanto, el valor) de las monedas.
Apareció la acuñación, aunque no desaparecieron los problemas de garantía del
contenido, ni los de conversión de unas monedas en otras: de ahí la figura de
los cambistas, intermediarios en estas operaciones. Y se presentó el problema
de su conservación frente a los ladrones. Ahora bien, los cambistas y también
los joyeros tenían buenas arcas para conservar seguro su oro. Y se fue
extendiendo la costumbre de depositar el oro y la plata en dichos
establecimientos, a cambio de recibos. Para cobrar y pagar se acudía a los
orfebres, y, mediante la presentación del recibo, se retiraba el oro o la
plata. Más tarde, se dieron cuenta de que era más sencillo transmitir
directamente el recibo, indicando que se entregase el oro al nuevo poseedor del
mismo: así apareció el papel moneda. El oro y la plata seguían en las arcas de
los orfebres, pero su propietario cambiaba con la simple transmisión del recibo
o certificado de depósito.
De esto a la aparición del banco solo mediaba
un paso. Cuando los orfebres y cambistas se dieron cuenta de que buena parte
del oro que guardaban pasaba meses y meses en sus arcas, se les ocurrió
prestarlo para ganar un interés en la operación. Sólo una parte del oro
depositado quedaba en las arcas: el resto circulaba prestado. Así nació la
banca, institución que recibe dinero en depósito de unos sujetos y presta parte
del mismo a otros sujetos. Las etapas siguientes fueron una consolidación de lo
anterior. Primero, se establecieron controles para asegurar que los banqueros
pudiesen atender, en todo caso, las reclamaciones de los que pedían que se les
devolviese el oro; esos controles consistían en obligar al banco emisor a
guardar cierta cantidad de oro en sus arcas por cada billete emitido. Más
tarde. Se establecieron nuevas limitaciones, de forma que sólo ciertos bancos
autorizados podían emitir billetes que el público debía aceptar como dinero,
para acabar concediendo ese privilegio a un solo banco, el Banco Central del
País.
Entre tanto, los billetes seguían siendo
convertibles en oro: cualquier ciudadano que presentase en el Banco Central un
billete tenía derecho a que se le entregase su importe en oro. Casi siempre, a
raíz de alguna dificultad económica seria del Banco Central, ese derecho acabó
limitándose, de forma que los billetes de banco pasaron a ser inconvertibles:
la posesión del billete no daba derecho a su conversión en oro o plata. Era,
pues, indiferente que el Banco Central guardase más o menos metal en sus arcas,
y así los Gobiernos fueron levantando paulatinamente la obligación de que los
Bancos Centrales guardasen determinada proporción de sus billetes emitidos en
forma de metales preciosos. Y en esta situación estamos ahora. Los bancos
privados perdieron la posibilidad de emitir billetes de curso legal, pero
siguieron recibiendo depósitos y prestándolos. Y el público consideró, cada vez
más, que los depósitos en los bancos eran dinero, porque cuando se los transmitían
de unos a otros eran aceptados en pago de deudas: el dinero bancario, pues,
sigue existiendo.
Por supuesto, todo lo anterior no es sino una
historia esquemática de la evolución del dinero, que omite numerosas
circunstancias de interés. Para completarla un poco más, hago mención del
billete de Estado forzoso (billetes emitidos, no por el Banco Central, sino
directamente por el Estado, representando, pues, no una deuda de aquél, sino
simplemente un documento que, por disposición legal, debía ser aceptado en pago
de deudas): de este tipo eran los asignados de la época de la Revolución
Francesa, los greenbacks estadounidenses de la guerra de Secesión, y las
currency notes inglesas de la I Guerra Mundial.
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