Cambia, siempre cambia…
Publicado 19 junio, 2020

Lic. Alfredo Castañeda
Flores Analista
Al adoptar una forma definida y tener un plan claro para todo el mundo,
te convertirás en el blanco de ataques diversos. En lugar de brindar a tus
enemigos algo concreto que atacar, mantente flexible, adaptable y en
movimiento. Acepta el hecho de que nada es absoluto y de que no existen las
leyes fijas. La mejor forma de protegerse es mantenerse tan fluido y cambiante
como el agua. Nunca apuestes a la estabilidad ni a un orden perdurable. Todo
cambia.
En la evolución de las especies, la armadura protectora casi siempre
produjo desastres. Pese a que unas pocas excepciones, la mayoría de las veces
el caparazón se convierte en una traba para el animal encerrado en él; lo
vuelve más lento, con lo cual le resulta difícil salir en busca de alimento, y
además lo torna en un blanco fácil para depredadores más ágiles y rápidos que
él. Los animales que pueden levantar vuelo o sumergirse en las aguas, que se
mueven con rapidez y de manera impredecible, son infinitamente más poderosos y
están más seguros.
Al verse ante un problema serio –controlar un grupo numérico
superior—Esparta reaccionó como un animal que desarrolla una coraza para
protegerse del medio ambiente. Como la tortuga, los espartanos sacrificaron
movilidad por seguridad. Lograron preservar su estabilidad durante trescientos
años, pero ¿a qué costo? No tenían otra cultura que el ejercicio de la guerra,
carecían de artes para expresarse y liberar tensiones, y se encontraban en un
estado de ansiedad constante por mantener el statu quo. Mientras sus vecinos se
hacían a la mar y aprendían a adaptarse a un mundo en constante fluctuación,
los espartanos se sepultaron en su propio sistema. La victoria significaría
nuevas tierras para gobernar, cosa que no querían. La derrota significaría el
fin de su máquina militar, cosa que tampoco querían. Sólo la estasis les
permitía sobrevivir. Pero nada en el mundo puede permanecer estático para
siempre, y el caparazón o el sistema que desarrolles para tu protección algún
día resultará ser tu perdición.
En el caso de Esparta, no fueron los ejércitos de Atenas lo que la
derrotó, sino el dinero ateniense. El dinero fluye hacia donde tiene la
oportunidad de llegar; no puede ser controlado ni adecuado a un esquema
determinado. Es inherentemente caótico. Y, en el largo plazo, el dinero
convirtió a Atenas en el conquistador, al infiltrarse en el sistema espartano y
corroer su armadura protectora. En la lucha entre los dos sistemas, Atenas era
lo bastante fluida y creativa como para adoptar nuevas formas, mientras que
Esparta sólo sabía ponerse más y más rígida, hasta que al fin se resquebrajó.
Así es como funciona el mundo, ya se trate de animales, culturas o
individuos. Ante la dureza y los peligros del exterior, los organismos de
cualquier tipo desarrollan sistemas de protección: una armadura, un sistema
rígido, un ritual reconfortante y protector. En el corto plazo, esos sistemas
de protección podrán funcionar, pero a la larga acaban en desastre. Quienes se
encuentran agobiados por un sistema y por modalidades inflexibles no pueden
moverse con agilidad, no pueden percibir el cambio ni adaptarse a él. Avanzan
con pesadez, cada vez más lentos, hasta sufrir el destino del brontosaurio.
Aprende a moverte con rapidez y adáptate, o de lo contrario te devorarán.
La mejor manera de evitar este destino consiste en cambiar de forma
según las circunstancias. Ningún depredador puede atacar lo que no puede ver.
Los dos juegos de mesa que más se aproximan a las estrategias bélicas
son el ajedrez y el asiático go. En el ajedrez el tablero es pequeño. En
comparación con el go, el ataque es relativamente rápido y conduce de modo
directo a una batalla decisiva. Raras veces vale la pena retirarse o sacrificar
piezas, las cuales deben concentrarse en áreas clave. El go es mucho menos
formal. Se juega sobre una gran grilla, con 361 intersecciones, es decir, unas
seis veces más que el ajedrez. Las fichas, blancas y negras (un color para dada
adversario), se colocan en las intersecciones del tablero, una por vez,
dondequiera que uno decida. Una vez que todas las fichas (52 por participante)
se hallan dispuestas, el objetivo es aislar las fichas del adversario,
rodeándolas.
El animal humano se distingue por su constante creación de formas. Al
expresar muy raras veces sus emociones de manera directa, les da forma a través
del lenguaje o rituales socialmente aceptables. No podemos comunicar nuestras
emociones sin algún tipo de forma.
Sin embargo, las formas que creamos cambian de manera constante: en
moda, en estilo, en todos los fenómenos humanos que representan el humor y el
estado de ánimo del momento. Constantemente alteramos las formas que hemos
heredado de las generaciones previas, y estos cambios son signos de vida y
vitalidad. La verdad es que las cosas que no cambian, las formas que se vuelven
rígidas, terminan pareciéndonos muertas y las destruimos. Es entre los jóvenes
donde se observa esto con toda claridad: incómodos con las formas que la
sociedad les impone, sin una identidad formada, juegan con sus propios
caracteres, probándose una diversidad de máscaras y poses para expresarse. Ésa
es la vitalidad que impulsa el motor de la forma y crea constantes cambios de
estilo.
Los poderosos son a menudo personas que en su juventud han demostrado
enorme creatividad para expresar algo nuevo mediante nuevas formas. La sociedad
les otorga poder porque ansía la renovación y la premia con generosidad. El
problema surge más tarde, cuando esos jóvenes creativos se tornan conservadores
y posesivos: ya no sueñan con crear nuevas formas, sus identidades están
demarcadas, sus hábitos se han congelado y su rigidez los convierte en blancos
fáciles. Muchos conocen o intuyen el próximo paso que darán. En lugar de
imponer respeto, generan aburrimiento: ¡Bájese del escenario!, decimos,
deseosos de que otra persona, más joven, diferente, nos entretenga. Cuando
permanecer encerrado en el pasado, el poderoso resulta cómico: una fruta
demasiado madura que espera caer del árbol.
El poder sólo puede crecer y desplegarse si es flexible en sus formas.
Ser cambiante en las formas que se adoptan no significa ser amorfo; todo tiene
una forma, esto es algo imposible de evitar. La no-forma del poder se parece
más al agua, o al mercurio, que adopta la forma de lo que lo rodea. Como cambia
constantemente, nunca es predecible. Los poderosos crean formas sin cesar, y su
poder proviene de la rapidez con que son capaces de cambiar. Esa carencia de
forma definida está destinada al enemigo, que no puede ver lo que ellos traman
y por lo tanto no disponen de un objeto sólido que atacar. Ésta es la principal
pose del poder: inasible, evasivo y veloz como el dios Mercurio, que podía
tomar la forma que más le complacía y usaba esa habilidad para crear gran
confusión en el monte Olimpo
Por último,
inteligente lector, aprender a adaptarse a cada nueva circunstancia significa
ver los hechos a través de tus propios ojos, y a menudo ignorar los consejos
que la gente te ofrece. Significa que, en última instancia, tendrás que
desechar las leyes que otros predican y los manuales que otros escriben, y
también el sabio consejo de tus mayores. Las leyes que rigen las circunstancias
son abolidas por las nuevas circunstancias, escribió Napoleón, lo que significa
que es tu responsabilidad evaluar cada nueva situación. Si confías demasiado en
las ideas de los demás, terminarás adoptando una forma que no es la construida
por ti. Demasiado respeto por la sabiduría ajena hará que termines despreciando
la tuya. Se brutal con el pasado, sobre todo con el tuyo propio, y no respetes
las filosofías que te sean inculcadas desde afuera. ¡Tú decides!
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