Una democracia diferente.
En
algunos emiratos árabes, no existe todavía el derecho al voto, pero cualquiera
puede hablar con el emir. A ciertos días y horas, se forma una cola de súbditos
que van pasando a verlo públicamente, expresan su sentir, sus quejas, sus
peticiones, y el emir decide en el acto.
Si
esto recuerda el ejercicio del poder en México, no es casualidad. Ha sido
práctica universal que los niños sean tratados así, y que los súbditos sean
tratados como niños. Que las autoridades se sometan al voto es un invento
griego de hace dos milenios, que reapareció como ideal hace apenas dos siglos.
La
democracia no se reduce al voto para elegir a las autoridades. También hay el
voto para decidir esto o aquello en los referendos o plebiscitos, y muchas
otras formas de participación. Por ejemplo: abrir cauces directos a la voz de
los ciudadanos, en particular: cauces telefónicos. En muchísimos casos, es
absurdo que los ciudadanos tengan que ir personalmente a ser escuchados o a
presentar escritos, cuando pueden hablar por teléfono. Alguna vez, Iván Illich
calificó el teléfono como un invento convivial, que les permite a los
ciudadanos comunicarse entré sí, al margen de las autoridades. También pudiera
ser un cauce para dirigirse a las autoridades.
Ojalá
que el Instituto Nacional Electoral, además de presentar un informe general de
las elecciones a todo el país, presentara un informe particular a cada
ciudadano, con los resultados que le tocan directamente en una carta:
Los
cargos de elección popular correspondiente a su domicilio han quedado como
sigue, después de las elecciones del año X:
- Diputado
local.
- Diputado
federal.
- Senadores.
- Gobernador.
- Presidente
der la república.
Lo
más importante de todo sería dar los teléfonos, faxes, redes sociales y
direcciones de cada funcionario, para que sus jefes últimos, que son los
ciudadanos, tengan oportunidad de felicitarlos cuando lo estén haciendo bien,
reclamarles cuando lo estén haciendo mal, señalarles oportunidades y problemas
que requieren su atención, darles ideas prácticas y comunicarles el sentir
propio o de los vecinos o compañeros de trabajo. La misma carta se puede
aprovechar para mejorar el padrón, dando los nombres y teléfonos
correspondientes. El simple hecho de que algunas cartas no sean entregadas,
sino devueltas por el correo, serviría para mejorarlo.
La
mayor parte de los ciudadanos no sabe quiénes son los diputados electos por su
distrito, una cantidad notable ni siquiera sabe el nombre del presidente de la
república. Y ¿para qué quieren saberlo como meros espectadores? Lo importante
es que reciban su tarjeta, para lo que se les ofrezca.
El
simple hecho de tener nombres y teléfonos de quienes teóricamente están ahí
para hacerles los mandados (eso quiere decir mandatarios y servidores públicos)
favorece que la teoría tienda a volverse realidad. No es lo mismo quejarse en
bloque del gobierno que hablarle a Fulano de Tal para mejorar algo concreto. No
es lo mismo que los funcionarios salgan de vez en cuando a darse baños de
pueblo, a que les den su baño diario por teléfono. Si ya hay tantos programas
de radio con micrófono abierto que dan baños de pueblo, que escucha al público,
¿cómo es posible que los funcionarios no estén organizados para recibir en
privado las llamadas, faxes y cartas de los ciudadanos de su distrito?
Se
dirá, con realismo, que no es posible que los funcionarios se la pasen
contestando el teléfono. Pero el realismo también hace ver que no tantos van a
llamar, y que si las llamadas son excesivas, hay muchas formas de organizarlas:
desde crear centros de atención telefónica hasta reestructurar las funciones
públicas por zonas pequeñas, para que todos los ciudadanos de una zona puedan
conocer y comunicarse directamente con sus autoridades.
La
atención telefónica, que es la más práctica y barata para el servicio público
en muchísimos casos, no existe. Para todo hay que ir personalmente, llevar
oficios, acompañarlos de otros documentos, hacer cola, descubrir que algo
estaba mal, tener que volver otra vez. Una buena parte del tráfico generado en
las ciudades, del tiempo perdido, del combustible quemado, de la contaminación,
derivan simplemente de viajes y más viajes innecesarios, impuestos por un
gobierno incapaz de atender por teléfono.
El
sentido político de crear tantos costos absurdos resulta obvio. Se trata de que
los ciudadanos no se metan. Se trata de que dejen a los burócratas en paz. Pero
en una democracia, se trata precisamente de lo contrario. Favorecer el uso del
teléfono para atender al público, no sólo cuesta menos: es una vía moderna a la
democracia directa. Pero hace falta mayor conocimiento de las autoridades y
sobretodo, una enorme sensibilidad política para hacerlo realidad.
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