domingo, 15 de septiembre de 2019

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¿Va en aumento la estupidez?

Quizás sea una pregunta tonta. Sin duda existen varias respuestas tontas para ella. No sé quién empezó a divulgar la idea de que el total de inteligencia en el planeta es constante, mientras que la población va en aumento, pero se repite en muchas partes y, curiosamente, no pretende ser sólo un chiste. También  se ha convertido en el dogma de grupos de personas que se denominan a sí mismas superinteligentes (así lo dicen ellos).

Aunque podemos suponer razonablemente (pese a que no podamos demostrarlo de ningún modo) que el porcentaje de la estupidez es una constante, sería un absurdo creer que un grupo reducido de personas (que además es, proporcionalmente, cada día menor) tiene el monopolio de la inteligencia, mientras todos los demás son estúpidos.

Esta peculiar forma de pensamiento no se ha convertido, Hasta ahora, en instrumento de ninguna oligarquía dominante, pero es una costumbre muy extendida entre las personas que ocupan el poder: dar por sentado (o fingir) que de algún modo su inteligencia es superior a la del resto. La situación es aún peor cuando se consigue que el resto de la gente se lo crea.

En una breve novela de ficción científica (La marcha de los imbéciles) uno de los personajes sale del estado de congelación en el almacén criogénico y se despierta en un mundo poblado por una gran mayoría de idiotas. Se convierte en el jefe de una “minoría inteligente”. Cuando se enfrenta al problema de la superpoblación de imbéciles, establece una red de operadores turísticos que ofrecen unas maravillosas vacaciones en Venus y embarca a un gran número de personas “inferiores” en naves que han de perderse en el espacio. Al final de la historia, él mismo cae víctima de su propio sistema. No es probable que nuestro futuro se encamine hacia una situación semejante, pero sí es cierto que nos enfrentamos a unos cuantos problemas muy graves causados por la estupidez humana.

Es igual de tonto preguntarse si la inteligencia humana va en aumento, por mucho que algunos estudios supuestamente científicos afirmen que sí. En realidad, no disponemos de ningún método fiable para medir o comparar la inteligencia. No solo porque no existe una definición clara de ella ni porque los niveles de CI sean discutibles (si no completamente absurdos). Incluso si dispusiéramos de una vara de medir fiable (de la que, insisto, carecemos), ningún análisis es lo suficientemente extenso en el tiempo, el número de personas y las variedades culturales como para superar los límites de un ejercicio académico estéril o una opinión vaga y subjetiva.

La antropología, de un modo u otro, define la inteligencia como una característica del ser humano. Pero aun antes de que adoptásemos la arrogante definición de sapiens para separar nuestra especie de los otros humanoides, siempre existieron dudas acerca de la verdadera sabiduría de nuestros parientes, así como sobre nuestra capacidad de comprender, aprender y mejorar. Lo empeoramos más cuando doblamos la definición, denominando sapiens sapiens a nuestra sub especie en concreto para separarla de otros humanos que, hasta donde podemos observar siguiendo la pista de su comportamiento, no eran necesariamente más estúpidos que nosotros.

Es un hecho innegable que la ciencia, sobre todo en los últimos siglos –y aún más en los recientes años—ha ampliado muchísimo las fronteras del conocimiento. Es un adelanto tan fascinante como apabullante. Nuestras percepciones están potencialmente más avanzadas que nunca, pero las perspectivas aún son, con frecuencia, sesgadas. Es difícil señalar si esto nos está haciendo más inteligentes, en qué momento sucede y cómo, o si bien nos confunde más y, por tanto, nos hace más estúpidos.

Por otra parte, abundan los sucesos más o menos importantes que confirman cada día los pésimos efectos de la estupidez humana. Muchos problemas van de mal en peor. Pero aunque sea tópico afirmar que cualquier tiempo pasado fue mejor, en realidad, los tiempos pretéritos no siempre fueron tan buenos como en el sueño nostálgico. Aun siendo simplistas, es más práctico y razonable asumir que hoy somos igual de estúpidos que siempre. El mero hecho de que nuestra especie, hasta La fecha, haya sobrevivido y se haya expandido como lo ha hecho, pese a sus terribles errores, prueba que no somos completamente estúpidos. Pero está igualmente claro –aunque duela—que nuestros recursos no son lo suficientemente buenos para el estado evolutivo en el que nos encontramos.

El problema está en el medio en el que vivimos. La población humana ha aumentado mucho más rápido que en ninguna otra etapa de la historia. Los transportes y las comunicaciones nos han hecho más invasivos, pero no hemos tenido el tiempo o la visión para ajustarnos a estas circunstancias.

La evolución humana siempre ha alterado su medio. Ahora bien, mientras los pueblos eran escasos y se mantuvieron alejados unos de otros, cuando un recurso desaparecía tras ser explotado, destruido o envenenado, bastaba con trasladarse a cualquier otro sitio. Ahora ya no podemos depender de un comportamiento tan corto de vista.

Por supuesto, existen problemas del entorno cultural tan graves como el estado físico de la fina capa de la superficie de nuestro planeta que forma el mundo en el que vivimos.

Aunque parezca mentira, en los últimos años se han oído expresiones jocosas en boca de intelectuales. Aunque por supuesto se trata de comentarios jocosos, parece extenderse la sensación de que la estupidez se está volviendo más tortuosa. En realidad no está cambiando nada, siempre ha sido así. Pero la abundante información de la que disponemos hoy está haciendo las cosas más obvias… y vernos inundados con tanta frecuencia por una creciente marea de arrogante estupidez nos irrita de una forma obsesiva.

No somos más ni menos, pero el poder de la estupidez humana si va creciendo.

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