domingo, 22 de septiembre de 2013

Entusiasmo.

Viene del griego en theós, estar en Dios. El entusiasmo es, por tanto, energía extraordinaria, arrojo, fe. Es una fuerza que nos empuja hacia las cosas elevadas, hacia lo que tiene valor. Es un impulso hacia el futuro, una fe en su meta, en sus posibilidades. El entusiasmo es una explosión de esperanza. Curiosamente, son pocos los que sabemos aceptar el entusiasmo en si mismos y cultivarlo en los demás. Muchos se avergüenzan de sus sentimientos, de su impulso vital; piensan que eso puede reducir su racionalidad y su capacidad de autocontrol. ¡Sucede todo lo contrario! El entusiasmo es una fuerza vital que podría verse desperdiciada sólo si se emplea en soñar con los ojos abiertos, pero que puede ser canalizada en una tarea constructiva, en una búsqueda racional. El entusiasmo es fundamental para convencer a los demás, pues, si no están seguros de ustedes mismos, sino están convencidos del proyecto que van a exponer, ¿Cómo pueden esperar que suscite en el otro interés, confianza para que les haga caso?

Pero el entusiasmo tiene un enemigo perverso: el cínico, el cual suele estar instalado en el presente, en su egoísmo, en su pereza, en su conveniencia, y no cree en nada porque él mismo carece de fantasía y de generosidad. En cualquier lugar hay muchas personas de ese tipo, y hacen de todo por apagar el entusiasmo de los demás, sobre todo de los jóvenes, que llegan a trabajar llenos de fe y de valores.

Así que llénate de entusiasmo y no dejes que nadie influya en tus decisiones que te llevarán a triunfar. 

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