Toda idea tiene un propósito: llenar un vacío.
Cuando esta idea se acepta y consolida, se convierte en creencia.
Toda creencia lleva incorporada la expectativa de una gratificación o premio.
Triunfar es llenar de forma gratificante un vacío.
Al principio de los tiempos, todo era naturaleza vacía de ideas.
La evolución del cerebro de un mono hizo que fuera ampliando sus instintos básicos, iniciándose un proceso de generación de ideas que le fueron permitiendo alcanzar una subsistencia superior a la meramente animal: las armas de caza, el fuego, la agricultura y la ganadería...
Pasados seis millones de años, en su esencia nada ha cambiado.
La vida de los habitantes de cada uno de los territorios del mundo, con sus gigantescas diferencias, es el resultado de las creencias con las que han ido rellenando sus vacíos.
Visiones distintas en las creencias políticas, religiosas, sociales y económicas, con parámetros de libertad e imposición bien distintos, marcan el ritmo vital de los siete mil millones de pobladores de la tierra.
Ante tan grandes diferencias, que en ocasiones llegan a radicalizaciones extremas, la pregunta es... ¿Cómo y cuándo se implanta una nueva creencia?
Todo depende de la densidad de la satisfacción media y del momento en que se quiere penetrar.
Todo depende de la oportunidad.
No le des más comida al saciado.
No le propongas un nuevo amor al enamorado.
No le hables de nuevas eternidades al creyente convencido.
No es el momento.
Cada uno, a su manera, está lleno: su densidad de gratificación es importante y por ello no tiene conciencia de vacío.
La oportunidad es saber llenar un vacío en el momento sensible.
TRIUNFAR ES SABER LLENAR VACÍOS.
Así se generan las grandes conquistas: en las relaciones personales, sociales, políticas y, por supuesto, en las comerciales.
Cuestión bien distinta es cuando un vacío sólo está invadido por esa atmósfera asfixiante denominada "el temor".
El temor se genera y crece cuando se produce la ausencia de lo vital. Y cuando este temor se convierte en colectivo, estalla el pánico.
Nada favorece más la consolidación de una creencia que el vacío asfixiante; cuando los pensamientos están dominados por la supervivencia, que es el último instinto al que todo ser humano renuncia.
Y es entonces y sólo entonces cuando se propicia la implantación de nuevas creencias: cuando no existe suficiente densidad personal, política o social que soporte una vivencia mínimamente digna; cuando el vacío que es la inseguridad, hunde a los humanos.
Es en estas circunstancias cuando se crea el caldo de cultivo para el éxito de los hipotéticos grandes salvadores, cuando implosiona la densidad del ámbito y estalla el momento.
Precisamente por eso, es en las épocas de crisis colectivas --y también en las personales-- cuando más atento se debe estar a los nuevos salvadores, porque mientras los que visualizan como fin máximo la bondad ayudan a flotar, aquellos que por encima de todo persiguen su efímero poder transitorio, siempre acaban ahogando a sus seguidores.
Sabios aquellos que, en los grandes temporales, saben rellenar sus vacíos de subsistencia con su propia entereza, ética y dignidad.
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