Cuentan que una vez, un hombre poseedor de un
regular capital, se había asociado con otro que poseía una gran experiencia en
los negocios, pasado algún tiempo un amigo suyo le preguntó cómo le iba y
contestó en la forma siguiente: tenía yo un capital al comenzar el negocio, y
mi socio tenía la experiencia, ahora, mi socio tiene el capital y yo tengo la
experiencia.
A nuestro paso por la vida vamos atesorando
lecciones que forman nuestra experiencia. Del resultado de nuestros actos,
podemos deducir muchas cosas que serán nuestras normas en el futuro. Si tenemos
éxito, podemos ver que en la mayoría de los casos, este buen resultado se debe
a la forma en que hemos planeado nuestros negocios, nuestra actividad, y
principalmente a nuestra fe en el triunfo. La fe, ya lo sabemos, es la palanca
poderosa que mueve a las montañas, es el sortilegio que alcanza lo que parecía
imposible, y nos hace realidad nuestros sueños y nuestras ilusiones.
Pero no sólo es la fe la que nos conduce al
triunfo, hay otra cosa que contribuye poderosamente a lograr nuestras
ilusiones, esa otra cosa es el amor, el amor que nos mueve y nos anima, porque
si la fe es la fuerza, el amor es la belleza.
Pensemos en el que se va dejándonos su
experiencia y llenemos el pecho de fe y de amor para el futuro.
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