En este espacio me permito señalar actitudes y conductas que ejemplifican lo anterior y que espero hayas observado durante el trayecto de tu vida amable lector. No estoy diciendo que todos lo hagamos siempre, pero que sin importar edad, sexo, religión, estrato social y educación, alguna la hayamos repetido. Caso contrario, te felicito, porque eres un ciudadano en especie de extinción.
El mexicano, siendo adulto, no toma en cuenta a los niños; en los matrimonios cuando hay problemas y devienen en separaciones o divorcios, los hijos constituyen el botín, el poder de ambos, para afectar o perjudicar al otro, sobre ellos gira la presunta causa o excusa para mantener a flote la relación que está resquebrajada, el que logra la guarda y custodia de los hijos, aprovecha eso para no dejar al otro que vea y conviva con ellos, finge ante los demás desconocer la causa de esa desatención, cuando en la realidad es culpable.
El mexicano, cuando anda en la calle, es sucio, bravucón y desaliñado, no le importa el derecho del de enfrente, siempre o casi siempre, busca su bienestar personal, violentando el de los demás. Si maneja, no respeta el uno por uno, los pasos de cortesía, incluso, no respeta los semáforos, si está el semáforo en rojo y donde está en verde no hay automóviles, se cruza; cuando alguien está esperando cruzar a pie una calle, en lugar de disminuir la velocidad y dejarlo pasar, acelera; no conoce las funciones que tiene su coche, simplemente mueve el auto, pero no sabe conducir, no utiliza las luces preventivas, las direccionales, se detiene en cualquier lugar, no importa que sea en lugar prohibido o en doble fila y si los que van atrás de él, se lo hacen ver, responde con agresividad e insultos, no reconoce que está mal, él siempre cree estar bien.
Avanza con el celular, los audífonos o cualquier otro aditamento puesto que le impide responder completamente en alguna emergencia, no observa más allá del coche que va delante de él, algunos comienzan a tocar el claxon a la menor provocación, creyendo que con ese escándalo van a agilizar el tránsito vehicular, cuando en realidad lo que hacen es contaminar con el ruido.
Ignoran que en la zona donde hay semáforos, el peatón tiene que esperar a que esté en rojo para cruzar, pero donde no los hay, el peatón es primero, eso nos lo han dicho desde niños, y se refiere a que debes dar el paso a la gente que anda a pie, pero la mayoría lo hace al revés. En los cruces señalados como uno y uno, pasa el que llega primero, cuando llegan al mismo tiempo debe pasar el que esté a la derecha del conductor, pero rara vez encontramos un verdadero ciudadano con educación vial y sobretodo con sensibilidad humana.
Ahora es muy común encontrarse a mujeres al volante, que son más agresivas y groseras que los hombres y sus insultos son más fuertes que el de un hombre, quizás se escudan en su condición de género.
Para nuestros antepasados más primitivos, la vida era una lucha constante, que implicaba innumerables esfuerzos por obtener techo y alimento. Si acaso había tiempo libre, solía reservarse para los rituales que daban significado a esa ruda existencia. Tras miles de años de civilización, la vida se volvió gradualmente más fácil para muchos y junto con ello llegó cada vez más tiempo libre. En ese lapso no era preciso trabajar el campo ni preocuparse por los enemigos o los elementos; sólo eran horas por llenar de alguna manera. Y de repente surgió una nueva emoción en este mundo: el aburrimiento.
En el trabajo o los rituales, la mente se ocupaba en diversas tareas; pero a solas, en casa, ese tiempo libre permitía divagar. Dada esta libertad, la mente tiende a gravitar hacia la preocupación por el futuro, a posibles problemas y peligros. Ese tiempo vacío es un eco lejano de la vacuidad eterna de la muerte. Así, junto con esa nueva emoción que aquejó a nuestros ancestros llegó un deseo que nos tortura hasta la fecha: huir a toda costa del hastío, distraernos de preocupaciones.
Los principales medios de distracción son todas las modalidades del entretenimiento público, las drogas, el tabaco, el alcohol, el sexo y las actividades sociales. Pero estas distracciones son como las drogas mismas: su efecto es pasajero. Entonces anhelamos diversiones nuevas y más rápidas que nos saquen de nosotros y nos distraigan de las crueles realidades de la vida, lo mismo que del insidioso aburrimiento.
Éste es el patrón que el aburrimiento ha creado desde entonces para el animal humano: buscamos diversiones fuera de nosotros y nos volvemos dependientes de ellas. El entretenimiento avanza a un ritmo más rápido que el trabajo. Éste se experimenta entonces como aburrido, lento y repetitivo. Todo lo difícil, lo que requiere esfuerzo, se ve igual: pausado, enfadoso. Si llegamos demasiado lejos en esta dirección, cada vez nos será más difícil reunir la paciencia necesaria para soportar el gran esfuerzo requerido para dominar un oficio. Nos costará más trabajo pasar tiempo a solas. Nuestra vida se dividirá entre lo indispensable (tiempo de trabajo) y lo placentero (distracciones y diversiones). Antes el hastío acometía sobre todo a la clase alta. Hoy es algo que aqueja casi a cualquiera. Siendo la principal razón de que la gente ande por la vida como autómata y no respete el derecho de los demás. Muchas veces no es ignorancia o maldad, solo es aburrimiento.
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