MITOS, SÓLO MITOS.
Hay viejos mitos que impiden al hombre alcanzar
su realización como persona; empleo aquí el uso común de la palabra mito, es
decir, el que lo designa como una creencia arraigada y poco razonada las más de
las veces. Detectar a tiempo los mitos que marcan nuestra manera de concebir el
mundo es condición necesaria para corregirlos a tiempo y para alcanzar algún
progreso espiritual de sólido fundamento.
En la batalla de la vida el triunfo se fragua
en la perseverancia; gana aquel que no se desanima y va aprendiendo de sus
errores. Quien sabe perdonar a los demás y perdonarse a si mismo tiene la
victorias, pues de lo contrario es la amargura quien hace sonar las trompetas.
De los errores hay que aprender, quien no sabe abrirse a la realidad como ésta
es no los aprovecha; no sabe perdonar a los otros, a las circunstancias y va sí
mismo y se le hace pequeño el corazón.
Hay un mito que sostiene que los hombres
tienden a ser más racionales que las mujeres, mientras que éstas se dejan
llevar más por sus sentimientos y razonan poco. Es un mito porque la vida
muestra que no son los hombres ni las mujeres los más racionales, sino los
humildes de corazón. Porque ni todos los hombres razonan en verdad sus actos,
dominando sus pasiones para dar paso a la sensatez –hay que ver lo viscerales
que son los hombres envidiosos--, ni todas las mujeres se dejan llevar por sus
sentimientos sin razonar lo que hacen. Y esto de que todas se dejaran llevar
por sus sentimientos sería muy bueno cuando se trata de sentir la maternidad,
por ejemplo.
Razonar de verdad, y actuar movidos por
sentimientos de compasión y de ternura no es cuestión de género, sino de
humildad. Es la persona humilde la que está abierta a escuchar al otro, a
razonar y a dejar quebrante su orgullo para dar paso al amor, aún en
circunstancias poco “racionales”: el Evangelio pide ofrecer la otra mejilla
cuando te han herido el rostro. Y esto requiere una gran humildad. El soberbio
es cerrado y, como se siente seguro de sus argumentos, no es capaz de entender
que puede estar equivocado, y que para saberlo es necesario escuchar. La
arrogancia torna necias a las personas, las mantiene obtusas de criterio. Es
bueno detenerse a reflexionar; reflexionar es propio de los humildes, no
monopolio de alguno de los sexos.
Son estas actitudes, razonadas actitudes, las
que fomentan la alegría, que no es bandera de cínicos o burlones. La alegría
hace fecunda a una persona. De poco sirve que fomentemos una fama de simpáticos
cuando somos inútiles. Inútiles para hacer el bien; inútiles para producir
frutos de generosidad; inútiles para crecer en las virtudes e inútiles para
evitar andar por allí sembrando cizaña y mezquindad. La alegría necesariamente
produce frutos. Los hombres que la poseen se esfuerzan por amar, no por
complacer y divertir.
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