Liderazgo mexicano.
En México, la palabra
líder y/o liderazgo, ha perdido su verdadera esencia, a cualquier individuo que
tenga algún seguidor se le considera líder, por lo que quiero aprovechar este
espacio para realizar un análisis y cuestionar la calidad y cantidad de
auténticos líderes en nuestro entorno. Asimismo, conduce a reflexionar sobre el
esfuerzo de nuestra sociedad para formarlos. Localizar las instancias en donde
éstos se forman resulta, por demás un ejercicio no sólo interesante sino poco
identificable.
Es cierto que dentro de
nuestra sociedad los líderes primeramente se forman en la familia y en la
escuela del nivel básico. Sin embargo, este modelo de formación, está
impregnado por un proceso represivo acotado a una serie de deberes donde se
privilegian los límites y las prohibiciones, amén de los malos ejemplos en los
que prevalecen el materialismo e individualismo de los líderes que observan
nuestros hijos. Un líder incipiente durante la niñez, comúnmente es calificado
como inquieto, hiperactivo e impulsivo, inconforme y fuera de patrones de
comportamiento idóneos. Quien se atreve a disentir es etiquetado como rebelde.
Es más fácil someterle a la disciplina tradicional que dar paso y estímulo
constructivo a sus inquietudes. Al llegar a la educación media y superior el
modelo represivo continúa su marcha.
El caso extremo lo
constituye alguna universidad pública donde en muchas de sus facultades, está
prohibida la integración de sociedades de alumnos e incluso limitados los
puntos de reunión para los jóvenes estudiantes. Más aún, una institución de
educación privada con una clara orientación hacia la formación de los cuadros
necesarios para el sector productivo, acepta que forma gerentes pero no
líderes.
Alguna alternativa para
la formación de líderes se ofrece en el ámbito deportivo en el cual, por la
disciplina que su práctica merece y las cualidades requeridas de quienes
practican el deporte, emergen figuras que destacan y son naturalmente seguidos
por sus públicos. Es sabido que el deporte amateur de naturaleza colectiva, no
es ejemplo de desarrollo en nuestro país y que quien lo practica y logra
destacar es una excepción, sobre todo considerando que somos un país de más de cien
millones de habitantes. Esto es, falta la organización y la estructura que
aliente el desarrollo deportivo y como una consecuencia natural la formación de
los líderes que de ésta práctica pudieran derivarse.
La empresa es un ámbito
en el que se propicia en alguna medida la formación de líderes, particularmente
en aquellas en las que se estimula el desarrollo humano a través del crecimiento,
impulso profesional y la capacitación. En nuestro país estas empresas aún son
los menos, pues en primer lugar, el ochenta por ciento de ellas son pequeñas o
medianas y con recursos limitados para este propósito. Las de mayor tamaño
suelen ser empresas globales, con una visión universal más que local y
nacionalista.
El concepto de
liderazgo en su sentido más amplio es aquel cuyo propósito fundamental está
enfocado a conducir grupos hacia objetivos comunes en todos los ámbitos:
social, político, económico y empresarial. Toda sociedad requiere de ellos para
su evolución; en la medida en que sean mejores, aquella marchará hacia metas
más elevadas. De ahí la importancia de formarlos.
La bibliografía que se
ha escrito sobre liderazgo, proviene principalmente del modus operandi de la
empresa estadounidense. Y sus autores principales son los gurúes de la
administración moderna privada. En México, la literatura sobre el tema es escasa
y toma como referencia el modelo norteamericano. El papel principal del líder
mexicano de hoy es, integrarnos y conducirnos a objetivos comunes, crear una
visión hacia la cual marchemos juntos, en armonía para lograr mejores niveles
de bienestar en un ámbito de mayor equidad e igualdad para todos. El
individualismo puro y la ausencia de liderazgos no son los caminos para un
mejor país.
Se ha llegado a
afirmar, en distintos foros internacionales, que el gran problema de México, no
es el bajo nivel de estudios de la población o la corrupción, sino la falta de
líderes, que con mano firme, ética y comprometida, dirijan al país. Los puestos
de liderazgo, cada día son más cotizados y valorados y se llegan a pagar cifras
millonarias por ejemplo, a entrenadores deportivos con el fin de que logren
metas ambiciosas con sus equipos, independientemente del verdadero valor social
de sus actividades.
Sin embargo, pocos
esfuerzos se han realizado para voltear hacia adentro y explorar si nuestros
ancestros, tenían algo qué decirnos sobre el tema del liderazgo. Antiguamente
se les denominaba hombres de poder, estos no podían decir algo y no hacerlo, ni
podían tener vida doble. Solamente sus hechos hablaban.
Los hombres de poder en
la antigüedad se preparaban, en un proceso en donde el fin último no era el
ejercicio del poder como ahora se entiende (enriquecerse olvidando el
compromiso con los votantes, o cubrir necesidades y carencias personales, por
solo poner dos ejemplos) sino que giraba alrededor del servicio a sus
comunidades. Llegar a ser considerado como hombre de poder, no era un acto
mágico, sino el resultado de un largo y exigente camino que comprometía la
totalidad del iniciado. Eran caminos de desarrollo individual.
Otra enorme diferencia,
es que el proceso implicaba la vida toda y sus resultados eran medidos por el
equilibrio alcanzado, por la congruencia empleada en cada acto de la vida y por
la sabiduría aplicada y compartida con la comunidad a la que pertenecían estos
esforzados buscadores. El honroso título de hombre de poder se alcanzaba al
paso de los años y gracias a mucho trabajo y consistencia. La edad, a
diferencia de nuestros actuales conceptos laborales, era un aspecto agradecible
y digno de reconocimiento. Los hombres de poder no se jubilaban ni eran
enviados al rincón del olvido, sino eran reconocidos, consultados, protegidos y
amados por sus comunidades.
Desde los orígenes de
nuestra especie, alcanzar el poder, tenerlo y retenerlo es una de las más
grandes aspiraciones, en la que muchos seres humanos han invertido e invierten
sus vidas. Seguir el rastro de los líderes que han arriesgado todo por el poder
a lo largo de los siglos, es una forma de entender la historia, geografía,
economías y la sociedad: sus conflictos, sus guerras y sin duda, también sus
avances. Muchos poderosos han trascendido su momento vital y han pasado a la
posteridad a partir de la forma en que emplearon, lo que define el diccionario
como autoridad, dominio o imperio de las cosas. De hecho, las luchas políticas
en las democracias van encaminadas a obtener el poder a partir del voto
popular, más allá de que sea una forma de servir o no a los votantes.
Actualmente, no se
puede entender a un líder sin poder.
Desafortunadamente esta
visión en más casos de los deseables está desligada de la ética, del servicio y
de la Responsabilidad Social y se centra en la obtención de privilegios que van
desde lo económico hasta lo social. Muchos de quienes ejercen o han ejercido el
poder, lo hacen como mecanismos internos de compensación, dadas las carencias
vividas en su infancia, lo que da por resultado que el poder se ejerza de
manera ventajosa e individualista usando de forma abierta o soterrada a los
demás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario