El síndrome del mexicano chingón.
Quiero aprovechar
este espacio para abordar un tema actual, que no pasa de moda y dudo que llegue
a pasar, si no tomamos una decisión fuerte los ciudadanos.
Quienes nacimos en
alguna fecha durante los 50 años de la segunda mitad del siglo XX, hemos vivido
múltiples crisis. Que van de constantes problemas económicos (devaluaciones,
errores de diciembre, bajos crecimientos, pocas oportunidades laborales, etc.),
hasta enormes catástrofes naturales (temblores, inundaciones…), pasando por la
zozobra de la creciente inseguridad. Nos ha tocado ver desfilar cualquier
cantidad de líderes y pocos o ninguno han estado a la altura de sus
responsabilidades sociales y humanas. Siendo el principal problema la ausencia
de líderes en toda la extensión de la palabra. (Se ha devaluado mucho este
concepto)
Las características profundas de quienes ostentan
actividades de dirección en México, se encuentran ligadas a patrones
socio-sicológicos profundos y reveladores que integran lo que suele llamarse
mexicanidad o la cultura mexicana.
Nuestro paisano
Samuel Ramos señala que la cultura de México es derivada porque se ha
alimentado durante gran parte de su historia de la europea, ya que la indígena
fue destruida totalmente. Los mexicanos no hemos sido nosotros mismos –con las
respectivas cualidades y defectos., sino que nos hemos ocultado bajo la
imitación de lo extranjero –para crear una apariencia de cultura-, lo que no es
más que un mecanismo sicológico de defensa ante nuestra realidad. Este
significativo hecho nos ha llevado a auto denigrarnos y a desarrollar un
profundo sentido de inferioridad. Lo que nos ubica en una existencia ficticia
que se distingue por ciertos rasgos negativos como la pedantería y el machismo:
esto es, los rasgos del chingón.
Así, para ser chingón
se requiere de las características siguientes, todas aceptadas socialmente e
inclusive exigidas a quien aspira a ser líder en nuestro entorno:
1.- El poder
económico. Muchos, demasiados de los mal llamados líderes actuales van tras el
poder político y social, como medio privilegiado para obtener el
enriquecimiento económico personal. La inmensa mayoría de las fortunas
acumuladas por políticos resultan al paso del tiempo inexplicables y
cuestionables. Sin embargo, son sus propios seguidores, agremiados, votantes,
incluso colaboradores, los que motivan a estos parásitos a vivir de manera
grosera, ostentosa en lujosas residencias, vestir ropa de marca, comer en
restaurantes caros, traer autos de catálogo, etc. porque para el vulgo, entre
más se hace esto, más poder se tiene.
2.- La incongruencia.
La mentira es la más común realidad compartida por nuestro entorno social
(sobre todo los políticos), por medio de esta, manejan su presencia en los
medios masivos de comunicación. Por ejemplo, un día afirman que no subirá la
gasolina o el precio de la canasta básica, y todo mundo acepta sumisamente que
la realidad será exactamente lo contrario. Es asombroso el cinismo de algunos
políticos cuando se desdicen de alguna frase o declaración realizada, en muchas
ocasiones lanzando la responsabilidad al reportero que grabó el disparate en
turno. Dos sexenios atrás el vocero presidencial (Rubén Aguilar) se hizo famoso
con su frase lo que el presidente quiso decir…
3.- La arrogancia.
Para ser líder tienes que parecerlo, se afirmas en diversos cursos sobre
liderazgo. Obvio nuestros modelos de rol han transitado de los imponentes
penachos de los Tlatoanis aztecas, a las imágenes simbióticas de los
conquistadores españoles con sus armaduras montados en sus caballos –hasta
entonces desconocidos en América-, llegando al actual derroche de prepotencia
de los guaruras que atropellan y maltratan a quien se interponga en el camino
del poderoso, a bordo de enormes camionetas último modelo, vidrios polarizados.
A mayor aparato de seguridad, mayor estatus del protegido.
4.- La falta de respeto.
Un chingón, no tiene por qué hacer colas ni ingresar a las vías de tránsito
ordenadamente. Tampoco tiene por que respetar s la naturaleza ni protegerla.
Con cierto temor y asombro, se habla de las formas que adoptan algunos
prepotentes ya sean políticos,
empresarios, artistas o narcotraficantes. Se afirma que si los mexicanos
fuéramos más respetuosos, otras circunstancias viviríamos.
Los poderosos
actuales pueden romper cualquier ley, regla o reglamento, lanzando la típica e
idiota advertencia: tú no sabes quién soy, intentando amedrentar al ciudadano
común y corriente.
Dentro de las
organizaciones (se entiende la administración pública en sus tres niveles de
gobierno: federal, estatal y municipal), este tipo de dirigente no aporta mucho
al eficiente funcionamiento de aquellas. Al concentrarse en sí mismos y sus
necesidades dejan de servir, no buscan el bien común; van tras la consecución
de sus intereses personales. Favorecen el cuatismo, forman cofradías y pequeños
virreinatos. Integran cortes de seguidores, que sólo esperan el momento de
asumir las posiciones de poder para repetir las conductas carentes de ética de
quienes fueran sus maestros, sus jefes. No promueven el aprendizaje
transformador en las organizaciones: sus propias limitaciones los estancan. No son facilitadores ni
promotores de la evolución de la sociedad.
El principal problema
es la indiferencia de la sociedad que acepta estos comportamientos como
normales al tiempo que algunas autoridades fomentan y participan en la
impunidad. Si todos son iguales ¿Quién los va a juzgar?
Mucho se ha escrito
en relación a la raíz de la corrupción, prepotencia, incongruencia, falta de
respeto y ambición desmedida de algunos de nuestros actuales políticos u
hombres que ostentan el poder. Se afirma que la tradición española de vender
los puestos públicos al mejor postor, es parte del origen de todo este aparato
de impunidad. Como recordarás amable lector, que el comprador sabía que por
medio del puesto adquirido en la Nueva España, pronto recuperaría lo invertido.
¿Verdad que esto no ha cambiado? Mientras lo sigamos permitiendo, no debemos
quejarnos.
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