EL SILENCIO DE LOS PADRES.
“El hijo llega tomado a la casa, y los padres
callan. La hija se encuentra a diario con el novio, y los padres callan. El
hijo llega a altas horas de la noche sin justificación, y los padres callan. La
adolescente sube sola al coche con un hombre, y los padres callan”.
El miedo de los padres es una de las causas de desviación de los hijos.
Muchas mamás dicen: ¡Pobrecito mi hijito! Y no corrigen al hijo. El silencio
posee su propia elocuencia. Antes, los padres de familia educaban, con mayor o
menor acierto, pero educaban. Podemos decir que en la actualidad existen muchos
casos de miedo a ejercer el mando; y ese miedo tiene una estrecha relación con
el deseo de no sufrir por un lado, y con la falta de información por otro. Me explico:
existe un miedo generalizado al sufrimiento propio y ajeno; así va ganando
terreno una política de concesiones y de claudicaciones en la educación.
Aristóteles dijo que el hombre feliz actuará conforme a la virtud y llevará los
cambios de fortuna con sumo decoro. Escribe “se difunde el resplandor de la
hermosura moral cuando un hombre lleva con serenidad muchos y grandes
infortunios, no por insensibilidad al dolor, sino porque es bien nacido y
magnánimo".
En vez de ofrecer una vida fácil al hijo, conviene
capacitarle para una vida dura y áspera. Hay que iniciarlo, sin miramientos de
falsa compasión, en los esfuerzos que probablemente tendrá que desarrollar un
día. Mientras la conducta de los jóvenes se encuentra en estado plástico, es
necesario que adquieran buenos hábitos: cada pequeño acto, vicioso o virtuoso,
deja cicatriz en ellos. El miedo también se da en los padres por falta de
información: no se sabe qué hacen los hijos en el tiempo libre o cuando no se
está con ellos, y no se sabe qué se debe hacer en un mundo en constante
transformación. Paternalismo es "dar el pez y no enseñar a pescar”.
Los padres tienen autoridad por el hecho de
ser padres; pero la autoridad se mantiene, se pierde o se recobra por el modo
de comportarse. No será real si falta prestigio. La palabra “prestigio” puede
resultar ambigua. No es lo mismo el prestigio de un deportista, de un profesor
o de un padre de familia. ¿Cómo se tiene prestigio con los hijos? Por el modo
de ser, esto es, por el buen humor, la serenidad y la naturalidad. El
optimismo, la serenidad y la confianza aseguran las mejores condiciones para
actuar con firmeza y con flexibilidad, con suavidad y con fortaleza: suaviter et fortiter, como decían los
romanos. Y no hay que perder de vista que la autoridad vista como servicio debe
gastarse, en primer lugar, en fomentar el prestigio del otro cónyuge. La vida
matrimonial no es una competencia donde al final se verá quién gana. No. Es
armonía, colaboración, o al menos así debe serlo. Cualquier delicadeza es poca
en este sentido.
Existe una sobreestimación exagerada de las
frustraciones infantiles. Por miedo a que el niño se traume se le evitan
esfuerzos, sufrimientos y obstáculos, que forjan su carácter. Más adelante la
vida por si misma se los presenta, no saben enfrentarse con ellos… y es
entonces cuando en verdad corren el peligro de traumarse. Lo normal es que en
la vida humana haya dolor; sobreproteger a la persona es un acto cruel, pues
cuando a un niño se le protege en exceso, es difícil que sea maduro y que se
valga por sí mismo. Lo que origina mentes débiles que no saben responder a lo
que les plantea día a día la vida. Más vale educar con deficiencias que no
educar.
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