La noche de la derrota destruye planes, esperanzas, proyectos e ilusiones. Es el momento más duro y más amargo de la vida política.
Es cuando las preguntas duelen:
- ¿Por qué votaron al otro candidato y no al nuestro?
- ¿Cómo no supimos aprovechar las oportunidades que había?
- ¿Dónde estuvieron los errores?
- ¿Cómo es que nuestra comunicación política no logró convencer?
- ¿Por qué mucha gente no votó a nuestro candidato a pesar de simpatizar con él?
- ¿Cómo fue que no nos dimos cuenta que estábamos perdiendo votos?
Es justamente en el momento más difícil cuando surge una verdad sólida como una roca: la gran mayoría de las campañas electorales no comprenden cómo funciona el cerebro del votante.
Las estrategias, las tácticas, la publicidad electoral, el marketing político, la comunicación política y toda la campaña electoral serían diferentes si se supiera cómo es que cada persona decide a quién va a votar.
Pero, también muchas veces, el equipo, el partido y el candidato no saben ni de que se trata el cargo al que aspiran llegar, mucho menos van a conocer las necesidades materiales, físicas y emocionales de la población. Pero así es nuestra política: a la mexicana.
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