miércoles, 30 de noviembre de 2016

Se evita una guerra. Parte 1

El general del Reino de Neece soltó un resoplido irritado e impaciente. Había estado esperando las órdenes de su rey para marchar hacia el Reino de Hail.

Cuando se enteré de la noticias, quedó sorprendido, ¡la reina de Neece estaba desaparecida!

Sólo dos días antes, el rey de Hail había llegado a Neece. El propósito de su visita (¡Eso había afirmado!) era explorar nuevas oportunidades de comercio entre los dos reinos.

El rey de Hail era conocido por ser un notorio mujeriego, además era increíblemente apuesto. La reina de Neece era de una belleza arrebatadora, que empleaba todos sus encantos para seducir al hombre que deseaba; los reyes habían combatido guerras sangrientas para lograr sus favores.

Cualquier reino desearía tener tratos comerciales con Hail, ya que era un país muy poderoso. ¡Los dos reyes iban a firmar un tratado que abriría las puertas del comercio entre los dos países y el día que se iba a firmar el tratado el rey de Hail había desaparecido silenciosamente!

¡Estaba tan claro como el día que la reina de Neece se había fugado con el rey de Hail! 

Era un día negro y vergonzoso para Neece.

La guerra con Hail era ahora una época en la que hasta los insultos poco importantes escalaban y se convertían ven guerras sangrientas. Por lo tanto, el general había puesto a su ejército en alerta. Pero, extrañamente, el rey seguía posponiendo el problemas, y esto intrigaba al general.

Finalmente, el rey llamó al general.

El rey estaba sentado en su trono con rostro sombrío, su brazo derecho sostenía su mentón.

Su majestad, esperamos sus órdenes para marchar a Hail, dijo el general.

No vamos a atacar Hail, murmuró el rey.

Por un momento, el general pensó que había escuchado mal al rey, pero cuando los cortesanos comenzaron a intercambiar miradas escandalizadas entre ellos y a hablar en murmullos, este le sugirió otra cosa. 

Disculpe, su majestad, dijo el general.

Escuchó bien, general, no vamos a atacar Hail, reiteró el rey, y esta vez fue explícitamente claro.

Pero, ¿por qué, su majestad? insistió el general.

¿Por qué deberíamos declarar una guerra por una mujer que ya no me ama? preguntó el rey.

¡Pero es un golpe a nuestro orgullo, y este insulto debe ser vengado! protestó el general.

Está siendo sentimental, general, y el sentimiento es la madre de la guerra, dijo el rey. Y el sentido común es la madre de la paz, añadió tras una pausa.

El general se preguntó por unos momentos desde cuándo se había convertido el rey en filósofo. Todos los cortesanos parecían compartir sus pensamientos.

El rey sintió que le debía una explicación más amplia a la corte.

Sé que mi decisión los intriga, pero lo he pensado con mucha seriedad. Digamos que le declaramos la guerra a Hail. El invierno llegará en cualquier momento, y muchos de nuestros soldados morirán en el camino. El ejército de Hail es igualmente poderoso que el nuestro y la guerra ciertamente pasará a los anales de la historia como la más larga y sangrienta alguna vez combatida. Y, al final de la guerra, que durará décadas, tendremos dos países empobrecidos, mismos que al inicio de ésta eran ricos, y una anciana que al principio de la guerra era una belleza arrolladora. ¿Y que haré con ella? Desfilar por las calles mostrándola y ejecutarla por infidelidad? ¡Los dolores de la guerra claramente superan las ganancias, no deberá combatirse jamás! dijo. 

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