A la mañana siguiente, cuando las calles estaban llenas de gente, Milano hizo una dramática aparición montado, orgullosamente, en su elefante. Mientras el paquidermo caminaba majestuosamente por las calles, las personas se paraban, y observaban a este animal exótico con las bocas abiertas. Milano se divertía con las expresiones de sorpresa que veía en sus rostros y se sentía complacido consigo mismo.
Ese día, la casa se llenó de amigos y gente que les presentaban sus buenos deseos; había personas a las que nunca antes había visto, pero todas parecían estar ansiosas por hacer amistad con él. Querían mirar más de cerca al elefante blanco y suplicaban por dar una vuelta montados en éste. Milano se sintió feliz de cumplir sus deseos.
Luego llegaron los sacerdotes del templo; querían que el elefante blanco encabezara una gran procesión que marcase el fin del festival anual. Milano se sintió halagado. En un sólo día se había convertido en la persona más famosa de la ciudad, y todo se lo debía al elefante blanco.
Al día siguiente, el rey convocó a Milano a su palacio: había aparecido la procesión anual con su presencia, un día antes y Milano se había dado cuenta de que estaba muy impresionado con el elefante blanco,
El elefante blanco debe tener algo que ver, pensaba Milano.
Milano, tu elefante blanco es verdaderamente un animal majestuoso, algo que un rey estaría orgulloso de poseer, dijo el rey.
Gracias, su majestad, dijo Milano.
Quiero comprar tu elefante blanco, te pagaré cien mil monedas de oro, dijo el rey.
Milano pensó por unos momentos y luego respondió: Su majestad me ha hecho una oferta magnánima. Pero tengo un apego emocional con los artículos y animales que he llegado a poseer con el correr de los años, especialmente con este elefante blanco. Espero que sea lo suficientemente amable como para comprender mi posición si digo que el elefante blanco no está a la venta.
Muy bien, entonces, dejémoslo ahí, respondió el rey.
Cuando Silvia se enteró de la oferta del rey, se puso furiosa.
¿Cómo pudiste rechazar esa oferta? era una oportunidad de oro para deshacernos de ese animal, dijo la mujer.
¡Jamás venderé mi elefante blanco! declaró Milano con indignación.
Mantener a un elefante blanco era un asunto costoso, tal como Milano descubriría, y no estaba obteniendo ningún beneficio tangible del animal. Casi todos en la ciudad habían obtenido un paseo gratis en el elefante blanco y ahora se había convertido en algo conocido en la ciudad. Además no le traía ninguna suerte en su empresa, como él había esperado. De hecho, había perdido mucho dinero en sus apuestas.
La euforia inicial se convirtió en la dura realidad.
Gradualmente, llegó va un grado en el que no pudo alimentar al elefante blanco.
Si no puedes costear los alimentos del animal, entonces, o debes venderlo o dejar que se muera de hambre, dijo Silvia dando otro consejo no solicitado.
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