miércoles, 28 de septiembre de 2016

Damiselas en problemas. Parte 2.

...La mente de Sir Lancelot fue asaltada por muchas preguntas. ¿Ayudaría a esta dama en problemas? Pero si tomaba un desvío. ¿no demoraría esto la misión para la que había salido? Pero, al mismo tiempo, ¿cómo podía ignorar el atractivo de una dama directament5e en necesidad de ayuda; acaso no estabas esto en contra de la caballerosidad? Pensó que tenía tiempo suficiente para ayudar a esta dama.

Así que Sir Lancelot  dirigió su caballo en la dirección desde la que había escuchado el grito de ayuda. Era una bella princesa, y un dragón había atacado su castillo. El caballero desenvainó su espada y fue en la dirección del dragón, retándolo. Se inició una lucha feroz y, al final, mató a la bestia, pero ésta logró quemarle el brazo derecho.

Los pueblerinos le dieron una gran bienvenida. Mientras la princesa le curaba la mano der3echa, lo miró con ojos de admiración; evidentemente se había enamorado de este valiente caballero. En medio de la celebración, Sir Lancelot recordó repentinamente que tenía una misión que cumplir. Prometió a los lugareños y a la princesa que regresaría un día.

Cuando llegó el momento de partir, Sir Lancelot le preguntó a la princesa:

¿Me honrarías haciéndome un favor?

La princesa se sentía dichosa y le dio su pañoleta roja favorita. Luego lo despidió con lágrimas en los ojos. Sir Lancelot montó a su fiel corcel y lo azuzó, para reponer el tiempo perdido.

Había recorrido más de la mitad de la distancia cuando escuchó el grito de auxilio de una dama; era una anciana. Una vez más, su mente se aceleró con cuestionamientos perturbadores. La caballería exigía que él ayudase a la dama, pero su sentido de la prioridad lo urgía a llegar al monte al menos antes del atardecer. Pero ya había cubierto más de la mitad de la distancia y podía confiar en que su corcel repondría el tiempo perdido. No pasaba nada por al menos averiguar qué perturbaba a la dama. Una vez más tomó una desviación.

La anciana se sintió muy aliviada al ver al caballero galante, la majestuosa presencia de Sir Lancelot era, por sí sola, suficiente para infundir esperanza y seguridad en cualquier corazón que estuviese lleno de angustia.

¡Oh, valiente caballero! unos forajidos han secuestrado a mi hija. El líder de ellos quiere casarse a la fuerza con ella. Te suplico que seas tan amable de rescatarla, le rogó.

Sir Lancelot observó a la anciana con lásti8ma; en su juventud debe haber sido una dama hermosa y probablemente su hija fuese bella. Era poco caballeroso ignorarla.

Por supuesto que rescataré a tu hija, no temas, le aseguró Sir Lancelot.

La anciana le mostró al caballero la dirección que habían tomado los bandidos, y el gran caballero inició su camino. Éste lo llevó a los bosques en los que se habían internado los bandidos. Los divisó a ellos y a la joven damisela que habían secuestrado -¡era absoluta y totalmente hermosa!

Sir Lancelot escondió discretamente el favor que había recibido de la princesa.

¡Liberen a la damisela o mueran! advirtió Sir Lancelot a los forajidos mientras desenvainaba su espada.

Los bandidos sólo se rieron sin darle importancia, eran diez y pensaron que el caballero temerario no tenía posibilidades ni siquiera de defenderse. Decidieron combatirlo a nombre de la diversión.

Como su brazo derecho tenía una fea quemadura, los reflejos de Sir Lancelot no eran tan veloces como había esperado, pero seguía siendo un contrincante difícil para los bandidos. Cuando había o matado o herido mortalmente a cinco de ellos, el resto de los forajidos se dieron cuenta de que habían subestimado en mucho a su adversario y salieron  escapando. El caballero se limpió el sudor de la frente y miró a la dama, y sus ojos se encontraron con la mirada de admiración de ésta. Repentinament5e, sintió un dolor punzante en su brazo izquierdo; uno de los bandidos le había clavado la daga profundamente en su brazo izquierdo y la sangre manaba de la herida. Se quitó la daga, la lanzó lejos e hizo una mueca de dolor mientras lo hacía.

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