...Claudio espero que sus palabras fuesen absorbidas. Los ciudadanos habían escuchado el discurso con toda su atención. Comenzaron as intercambiar miradas y hubo murmullos de protesta en contra de la abolición de la esclavitud.
He aquí un emperador que tenme combatir una guerra para aumentar la gloria de nuestro imperio y que se contenta con permanecer dentro de las cómodas cuatro paredes de su palacio. Ha relegado a nuestro estado, que era el epítome del poder a un objeto de ridículo. ¿Necesitamos a un emperador así?
Hubo silencio por unos momentos, luego el anfiteatro entero reverberó con un ensordecedor ¡No!
El emperador quedó sorprendido, Claudio y Telémaco intercambiaron sonrisas.
Queridos ciudadanos, siempre hemos respetado sus deseos. Para salvar a nuestro estado de que se sumerja en más locuras, nuestro gran general Telémaco, ha encarcelado al emperador.
La multitud recibió estas palabras con un gran aplauso.
A partir de hoy, esta arena volverá a presentar, una vez más, los grandes combates de nuestros valientes gladiadores.
La multitud estaba absolutamente extasiada y ahora comenzó a vitorear cada oración que pronunciaba Claudio.
No habrá más demostraciones de arte tontas. Y lanzaremos a los criminales a los leones para que tengan la muerte que merecen.
Claudio hizo una pausa por unos momentos, y en un tono impregnado de desdén: ¡Vean a su emperador!
El emperador encadenado fue presentado ante la multitud. Ésta lo abucheó salvajemente. El gobernante se puso pálido del miedo. Claudio y Telémaco intercambiaron sonrisas nuevamente.
¿Qué haremos con nuestro emperador? Esta vez fue Telémaco el que habló.}
Por unos minutos, el silencio fue total. Luego, tal como había sido planeado antes, uno de los senadores gritó para instigar a la multitud: ¡Láncenlo a los leones!
Los espectadores ahora estaban de pie y rugieron al unísono: ¡Láncenlo a los leones! ¡Láncenlo a los leones!
Así que el rey de reyes fue liberado de sus cadenas y lanzado ante el rey de las bestias.
Todavía estaba en un estado de estupor cuando el hambriento león se lanzó hacia él. Para la bestia, no tenía importancia si su presa era un criminal o el emperador mismo. Y para la multitud, no importaba si el emperador mismo era lanzado a los leones, siempre y cuando los entretuviese.
Una vez más, la sangre fue derramada en el anfiteatro.
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