El emperador se despertó de su ensoñación. Los espectadores en el anfiteatro vitoreaban histéricamente. La contienda entre los dos gladiadores casi había terminado y el triunfador le estaba preguntando al emperador si debía matar al derrotado o perdonarle la vida.
El emperador se levantó de su asiento. Los espectadores y los gladiadores contuvieron el aliento.
¿Señalará hacia abajo el dedo del emperador? Se preguntaban.
Todos los pulgares del anfiteatro habían señalado hacia abajo, pero el emperador señaló hacia arriba; se sentía feliz de perdonar una vida más. Desde que se habías convertido en emperador había perdonado vidas cada vez que le resultaba posible.
Algunos espectadores suspiraron con tristeza, mientras que otros gruñeron con desaprobación. Una vez más, el emperador les había arruinado la diversión.
Los espectadores estaban molestos porque para ellos no era suficiente sólo ver sangre derramada, su entretenimiento no estaría completo a no ser que el combate culminaras con el triunfador cortando la cabeza del derrotado. El gladiador victorioso se sintió desilusionado, porque no pudo consumar su victoria matando a su oponente. Sólo el combatiente perdedor se sintió grandemente aliviado y agradecido, porque el emperador lo había salvado de una muerte segura.
¡El emperador no podía asimilar cómo los ciudadanos podían disfrutar un deporte tan salvaje en el que dos personas combatían como bestias hasta la muerte! También sabía que apostaba mucho dinero a que su gladiador favorito ganaría. Así que cuando las cabezas rodaban o los miembros eran cortados, había algunos espectadores que se sentirían deprimidos, no porque los afectase de alguna manera el espectáculo sangriento que estaban presenciando, sino porque habían perdido su dinero.
El espectáculo de un criminal miserable siendo lanzado a un león hambriento era todavía más difícil para él de soportar. Cuando la bestia desgarraba al pobre convicto, el anfiteatro se ahogaba en el bullicio de los gritos sedientos de sangre. Sólo él alejaba la mirada con angustia. Aun si el criminal merecía morir, no merecía una muerte tan atroz.
Alguien tenía que ponerle un fin a toda esta locura repugnante.
Los ciudadanos encontraban cada vez más difícil soportar al emperador. Este era un gobernante que perdonaba la vida cada vez que podía. Se sentía más cómodo tocando el arpa que blandiendo la espada. El formidable ejército prácticamente no había estado en ninguna guerra de importancia y los soldados estaban inquietos. Él parecía no estar interesado en los juegos pero, al mismo tiempo, parecía estar obsesionado con las artes y la literatura. Y no había heredado la grandeza de sus ilustres predecesores, si es que la grandeza se mide en términos de guerras ganadas, ciudades destruidas, civiles muertos y monumentos construidos.
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