...La dama despertó de su trance y dijo:
¡Oh, valiente caballero, jamás podré agradecerte lo suficiente por haberme salvado! ¡Oh, tu brazo está sangrando!
La damisela llevó a Sir Lancelot a un lago cercano y lavó sus heridas con tierno cuidado. Sir Lancelot se preguntaba cuál de las damas a las que había rescatado era la más hermosa; pero la primera era una princesa. La joven aplicó a la herida algunas hierbas que encontró en el bosque. Esto le recordó a Sir Lancelot la hierba a la busca de la cual había salido.
Hermosa dama, debo dejarte ahora. He sido enviado por mi rey a una misión importante, y tengo que llegar al monte Mesuvis antes del atardecer, dijo Sir Lancelot.
Pero señor, el monte Mesuvis está a millas de distancia y no podrás llegar antes del atardecer sin importar cuán rápido galopes. ¡Además, fuiste gravemente herido y no estás en condiciones de viajar! insistió la damisela con la voz llena de preocupación.
No puedo esperar a que sanen mis heridas, pero no te preocupes, dama, porque mi corcel me llevará hasta mi destino a la velocidad del viento, dijo Sir Lancelot.
El incurablemente romántico caballero hizo entonces un pedido al que la damisela no se pudo negar. Su corazón ardía de amor por el caballero galante, le dio su pañoleta blanca favorita. Luego lo despidió con lágrimas en los ojos.
Sir Lancelot observó el cielo; en unas pocas horas anochecería. Comenzó a sentirse ansioso. Azuzó a su corcel y luego sintió un dolor severo en ambos brazos.
El corcel, dándose cuenta de la urgencia de su amo, corrió tan rápido como podía, pero para cuando llegaron al monte Mesuvis ya había oscurecido y no era posible rastrear la hierba.
Sir Lancelot bajó su cabeza con vergüenza; su corazón estaba cargado de remordimiento. Ahora no había esperanza de salvar a la reina. Por primera vez, le había fallado al rey. No tuvo la temeridad de regresar al reino y mostrar su fracaso, Así que vagó sin rumbo.
Se detuvo a pasar la noche en una aldea. No reveló su nombre, se presentó como un caballero errante en busca de aventuras. Los aldeanos consideraron que era un gran honor recibir a un caballero en su pueblo. Sir Lancelot los encantó al narrarle sus valientes aventuras.
Después de la cena, el jefe de la aldeas miró concienzudamente a los aldeanos y luego se dirigió al caballero.
Señor, usted parece haber sido enviado por Dios. Por mucho tiempo, seres macabros asolan nuestra aldea. En lo profundo de la noche, persiguen a nuestros aldeanos, los secuestran para llevarlos a alguna tierra desconocida y los devoran. Nosotros...
Antes de que pudiera terminar de hablar, su hermosa hija miró con expresión de súplica al caballero con sus hermosos ojos e interrumpió:
¡Oh galante caballero, te lo rogamos, líbranos de estos seres!
Sir Lancelot lo pensó por unos momentos; estaba muy cansado y débil, y padecía un dolor agudo pero, nuevamente, aquí había otra damisela que necesitaba su ayuda. Una vez más la galantería y la caballerosidad ganaron en sus reflexiones.
Los seres malvados no te molestarán de nuevo, confía en mí, dijo lleno de confianza.
Esa noche, Sir Lancelot con unos pocos aldeanos armados con guadañas y hachas montaron guardia. Cuando había pasado la medianoche, una creciente trepidación era evidente en los rostros de los aldeanos. Había un atemorizante silencio; de pronto, los gritos inhumanos de los seres malignos sonaron en el aire. El pánico se adueñó de los aldeanos que habían hecho guardia junto con Sir Lancelot y lo abandonaron, dejándolo solo en la contienda.
Sir Lancelot mató a los seres malignos, uno a uno. Pero fue una batalla muy salvaje y su armadura un pudo evitar que estos le infligiesen heridas mortales con sus colmillos y garras. Cuando penetraba al último de ellos con su espada, sintió que la vida abandonaba su cuerpo; se tambaleó y cayó al suelo. Cuando los aldeanos estuvieron seguros de que la lucha había terminado, salieron de sus hogares. Se sintieronb aliviados al descubrir que finalmente estaban libres de su azote.
Pero el valiente caballero había entregado su vida.
Los aldeanos enterraron al caballero con los mayores honores que pudieron -lo pusieron a descansar en su brillante armadura junto con su espada, lanza y escudo y una pañoleta blanca y otra roja.
Antes de que Sir Lancelot iniciase su misión, el rey le había prometido:
Sir Lancelot, si salvas la vida de la reina, te nombraré senescal de todas mis tierras.
Pero ahora yacía sepultado, un caballero oscuro en una aldea oscura, con estas palabras inscritas en su tumba:
Aquí yace el valiente caballero que salvó a esta aldea de los seres malignos.
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