lunes, 19 de septiembre de 2016

El caballo de Almarado. Parte 1.

El capitán miraba a los campesinos que habían sido alineados para enfrentarse al escuadrón de fusilamiento. Sus ojos estaban lleno de desprecio, ese era el único sentimiento que tenía por los paisanos. Pero la sonrisa maliciosa que siempre se dibujaba en sus labios estaba ausente, en su lugar, la expresión de su rostro mostraba estar transformada por la preocupación.

La escuadra de fusilamiento estaba esperando las órdenes del capitán para disparar. Pero éste miraba impacientemente a su alrededor -aparentemente estaba esperando a alguien. Estaba esperando con desesperación que se presentase Almarado y podía llegar en cualquier instante y desaparecer al momento siguiente, eludiendo otra vez a las garras de la ley.

Era una época en la que los señores feudales gobernaban indiscriminadamente. Sólo un hombre se atrevía a tomar las armas en contra del sistema injusto, y ese hombre era Almarado. Por lo tanto, era amado por las masas y representaba una espina clavada en la carne del capitán, que les había prometido a los señores feudales capturar al bandido a cualquier costo. Pero todos sus intentos por aprehenderlo habían sido fútiles.

No había cargos en contra de los campesinos que se enfrentaban al escuadrón de fusilamiento; eran simplemente un ardid siniestro empleado por el capitán para sacar a Almarado de su escondite y atraparlo.

Pero todavía no había señales de Almarado.

Finalmente, el capitán dio la orden de disparar.

Pero justo cuando los soldados se disponían a hacer fuego, se escuchó un sonido de chasquido y, antes de que se pudiesen dar cuenta de lo que estaba sucediendo, sus rifles fueron arrancados de sus manos.

¡Almarado! gritaron los campesinos con dicha y esperanza.

¡Almarado! dijo el capitán en un tono que apenas era un susurro.

Almarado, como siempre, había aparecido apenas a tiempo. Con una maniobra rápida del látigo, había enredado todos los rifles, jalándolos, desarmando así instantáneamente a todo el escuadrón.

¡Atrápenlo! gritó el capitán cuando recuperó el aliento.

Los soldados sacaron sus espadas y rodearon a Almarado, pero éste era el espadachín más diestro de esas tierras, y muy pronto todos los soldados se descubrieron yaciendo sobre el suelo, ya sea heridos o desarmados, y ciertamente indefensos.

¡Atrápenlo! ¡Atrápenlo! gritó el capitán con consternación. Se estaba comportando como un niño que hace berrinches cuando le quitan su golosina favorita.

Luego, un Almarado sonriente primero liberó a los campesinos y luego silbó. Al escuchar el silbido familiar, un corcel negro galopó hacia él. Era Tormentas Negras, el caballo de Almarado.

¡Deténganlo! ¡Detengánlo! gritó el capitán; sabía que una vez que Almarado se montase en el caballo, sería imposible atraparlo, porque Tormenta Negra era el corcel más veloz e inteligente de la tierra. Pero ninguno podía evitar que Almarado montara a su caballo y escapase. Los soldados montaron sus corceles y lo persiguieron. El capitán sintió ganas de arrancarse los cabellos.

Almarado dio una rápida mirada por encima de sus hombros. Los soldados lo seguían a paso veloz. Luego miró hacia adelante y se sintió aliviado cuando descubrió que se acercaba a un despeñadero profundo y amplio. Sonrió.  

¡Salta! ¡Salta Tormenta Negra! gritó.

Tormenta Negra arremetió, saltó por el despeñadero hacia el bosque del otro lado con su amo, quien no pudo evitar reírse al imaginar el problema de los soldados.

Los caballos de los soldados detuvieron abruptamente su persecución, invariablemente culminaba con este final de cliché. El despeñadero y Tormenta Negra siempre se interponían a su meta. Desearon tener un corcel como Tormenta Negra.

Tormenta Negra era, tal vez, el mayor regalo que había recibido Almarado de su pasdre3. Éste último, ven honor a quien había sido nombrado, y quien en sus tiempos también había sido nombrado, y quien en sus tiempos también había sido un forajido defensor de los oprimidos. A medida que envejeció, fue lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de que no podría continuar con sus buenas obras por siempre. Por lo tanto, había entrenado meticulosamente a Almarado hijo para que continuase con su trabajo. Lo convirtió en un espadachín diestro, con reflejos veloces y un jinete experto.

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