Tormenta Negra le servía a su joven amo tan lealmente como le había servido al viejo. Fue el segundo caballo de Almarado padre, quien lo había montado durante sus últimos años de vida como bandido.
Un día, cuando Almarado hijo emergió de su escondite para montar a Tormenta Negras disponiéndose a otra aventura, encontró a su padre acariciando al caballo con cariño y, al mismo tiempo reflexionando cuidadosamente.
¿No crees que es tiempo de que reemplaces a Tormenta Negra? le preguntó repentinamente.
La pregunta tomó al hijo de sorpresa. Reflexionó por un rato; durante los últimos meses Tormenta Negra había reducido un poco su velocidad, y la distancia entre él y los caballos de los soldados se había angostado levemente, pero todavía era cómodo y aún se las arreglaba parea saltar el barranco con una relativa facilidad.
No, pienso que todavía tiene en él algunos años más. Además me siento muy cómodo con él. Si consigo un caballo nuevo, tendré que entrenarlo y podría cometer errores. Además, no tengo el tiempo necesario. ¡Mi buen y viejo Tormenta Negra!
Almarado hijo le dio unas orgullosas palmaditas a su corcel.
Cuando la edad se interpone en el cumplimiento del deber, entonces es necesario antes de convertirse en un lastre; es por eso que me retiré, de otra manera, en este momento ya estaría languideciendo en prisión. Ahora es tiempo de que Tormenta Negra se retire, así que pienso que debes encontrar tiempo para buscar un caballo nuevo, dijo firmemente Almarado padre.
Lo pensaré, le contestó Almarado hi8jo a su padre mientras montaba a Tormenta Negra.
Recuerda que Tormenta Negra no se está haciendo más joven y que el despeñadero tampoco se está haciendo más angosto, le advirtió el anciano.
Pero su hijo sólo sonrió y se alejó cabalgando. El anciano sacudió la cabeza.
Fue otra misión peligrosa, y cuando Almarado montó a Tormenta Negra supo que estaba a punto de salirse con la suya. Ahora todo dependía del caballo.
Almarado sintió repentinamente que Tormenta Negra no estaba en su elemento ese día. Cuando miró por encima de su hombro, quedó sorprendido al ver cuánto se acercaban los soldados.
¡Vamos! ¡Corre, Tormenta Negra! azuzó al corcel.
Los soldados comenzaron a disparar. repentinamente, Almarado sintió un dolor punzante en su hombreo derecho, la sangre manaba de éste, ¡le habían dado! El pánico se adueñó de él. Había vivido muchos escapes difíciles, pero nunca antes lo habían herido en un encuentro.
Al acercarse al despeñadero, el optimismo rutinario que siempre sentía se convirtió en una creciente trepidación.
¿Logrará saltar Tormenta Negra el despeñadero? se preguntó.
Cuando los soldados vieron al caballo acercándose al borde del barranco, casi abandonaron las esperanzas.
El corcel saltó, con los ojos claramente fijos ven el otro lado del despeñadero, y casi lo logró. Pero cuando un precipicio tan ancho y profundo debía ser superado, la diferencia entre lograrlo y casi lograrlo significaba la diferencia entre la vida y la muerte.
Y Tormenta Negra casi lo había logrado.
Por un momento, Almarado quedó petrificado. Fue lanzado fuera de su montura. Un grito de horror surgió de su garganta cuando se dio cuenta de que Tormenta Negra se hundía en las garras de la muerte. Su cabeza pareció estallar con los consejos de su padre.
Tormenta Negra fue el primero ven tocar el fondo del despeñadero, seguido por Almarado. Ambos yacen en un charco de sangre y jamás volverán a cabalgar juntos.
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