viernes, 28 de abril de 2017

El líder: hombre de poder. 34

Fortalecerá también el sentido de gratitud, que llega inclusive a ser una práctica espiritual. Sabe dar las gracias por estar vivo en el momento presente y porque sabe que ocupa un lugar en el Universo, y éste siempre lo cobija. Sabe que la gratitud es una forma de comunicación. Aprenderá a hablar con los ángeles, para decirlo como León Felipe: poco a poco, la vida interior y el contacto con lo superior se tornan vitales.

El hombre, estará para entonces, al fin de su travesía por el camino del conocimiento, y casi sin advertencia tropezará con su último enemigo: ¡la vejez! Este enemigo es el más cruel de todos, el único al que no se puede vencer por completo; el enemigo al que solamente podrá ahuyentar por un instante.

Este es el tiempo en que un hombre ya no tiene miedos, ya no tiene claridad impaciente, un tiempo en que todo su poder está bajo control, pero también el tiempo en el que siente un deseo constante de descansar. Si se rinde por entero a su deseo de acostarse y olvidar, si se arrulla en la fatiga, habrá perdido el último asalto, y su enemigo lo reducirá a una débil criatura vieja. Su deseo de retirarse vencerá toda su claridad, su poder y su conocimiento.

Pero si el hombre se sacude el cansancio y vive su destino hasta el final, puede entonces ser llamado hombre de conocimiento (o tlamatini), aunque sea tan sólo por esos momentitos en que logra ahuyentar al último enemigo, el enemigo invencible. Esos momentos de claridad, poder y conocimiento son suficientes.

En algunas islas de los mares del sur, un buen día cada hombre de conocimiento, reconoce que ha llegado el momento de partir: elige a un joven para transmitirle toda su herencia. Comienza a construir una pequeña barca, se da tiempo para estrechar la mano de todos sus amigos y decirles adiós, y cuando está listo, inicia el viaje a una isla relativamente cercana, travesía que realiza con su joven aprendiz. Al llegar a la isla, él bajará a esperar su muerte en el Monte Sagrado, mientras que el joven inicia su solitaria travesía de regreso.

El brillante teólogo brasileño -Leonardo Boff- señala que la muerte es el término del hombre-cuerpo, pero no necesariamente del hombre-alma-espíritu. Este último tiene otro recorrido. Así, cuando la muerte se da, ocurre el verdadero nacimiento del ser humano. Este im-plota hacia el interior de su identidad. El cristianismo llama resurrección a ese momento de realización absoluta, que es la plena concretización de las virtualidades presentes en el ser humano... En esta perspectiva no vivimos para morir. Morimos para resucitar... La muerte significa la metamorfosis hacia ese nuevo modo de ser en plenitud. Al morir,. el ser humano deja tras de sí un cadáver. Es como un capullo que contenía la crisálida. Cae el capullo e irrumpe radiante la mariposa: la vida en su identidad completa. Es la resurrección ya en la muerte. (Continúa Boff) el sentido que demos a la vida depende del sentido que demos a la muerte. Si la muerte es un fin postrero, entonces de poco valen tantas luchas, empeños y sacrificios. Pero si las muerte es fin-metas-alcanzada, entonces significa un peregrinar hacia la fuente. 

Cuidar nuestra gran travesías es llegar a albergar en nuestro interior una comprensión esperanzada de la muerte. Es cultivar nuestro deseo de Infinito, impidiendo que se identifique con objetos finitos.

El ya hombre de conocimiento, habrá preparado detenida y conscientemente el momento de dejar su crisálida, para saciar su sed de infinito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario