Recuerdo un extraordinario ejemplo que le escuché en más de una ocasión a Carlos Machorro, refiriéndose a uno de sus jefes, por cierto, de origen ario. Este alto dirigente mundial de una firma trasnacional le visitaba y era por demás crítico de las tareas de dirección que realizaba Carlos al frente de varias fábricas en México. Nunca faltaban errores que echar en cara, omisiones, descuidos en la operación mexicana. En alguna ocasión, cuando finalmente el multicitado Machorro entendió la importancia de contar con un pinche tirano (en este caso, el jefe con autoridad para destituirlo), le pidió: Critíqueme más, porque así me obliga a crecer, aceptó la crítica, venció la barrera de su propio ego y con humildad aprendió.
Cuarto paso: busca con humildad la armonía entre el cuerpo y el entorno.
Se afirma que no hay enfermedades, sino enfermos. Es más, no existen enfermedades (así en plural), sino una sola enfermedad. Señalan Dethlefsen y Dahlke que la enfermedad es una palabra que sólo debería tener singular; decir enfermedades en plural, es tan tonto como decir saludes. enfermedad y salud son conceptos singulares, por cuanto que se refieren a un estado del ser humano y no a órganos o partes del cuerpo, el cuerpo nunca está enfermo ni sano, ya que en él sólo se manifiestan las informaciones de la mente, para comprobarlo, basta ver un cadáver. La conciencia es al cuerpo lo que un programa de radio al receptor. Continúan los estudiosos alemanes: cuando las distintas funciones corporales se conjugan de un modo determinado se produce un modelo que nos parece armonioso y por eso lo llamamos salud. Si una de las funciones se perturba, la armonía del conjunto se rompe y entonces hablamos de enfermedad. enfermedad significa, pues, la pérdida de una armonías o, también, el trastorno de un orden hasta ahora equilibrado. La pérdidas de la armonías se produce en la consciencias, en el plano de la información, y en el cuerpo sólo se muestra.
Estos revolucionarios conceptos publicados por primera ocasión a mediados de los años 80´s del siglo pasado, son coincidentes con las ideas ancestrales de la salud. La salud es equilibrio y quien desea ser hombre de poder, líder, debe aprender a enfrentar con enorme humildad, los procesos que lo llevan a la enfermedad: un hombre de conocimiento se cura a sí mismo. El anterior concepto no responde a una postura narcisista u omnipotente, responde al desarrollo de una consciencia en donde aún la enfermedad es producto de nuestra falta de armonía, ven muchos casos generada por el miedo, la confusión, el apego o la tristeza. El estrés es por ejemplo, la falta de atención a nuestro cuerpo o su sobre explotación. El hombre de poder sabe que el cuerpo no está separado de la mente y que los cambios parten de procesos internos, lo que da por resultado mejores formas de relacionarnos con nosotros mismos y por ende, con el mundo. El síntoma es la principal herramienta para darnos cuenta de, y es el recurso para restablecer el diálogo con nuestro cuerpo y aprender que cada indicio de enfermedad, es una manera en que estamos manifestando nuestro desequilibrio, nuestra falta de armonía.
Habrá que subrayar que la enfermedad (así en singular), y desde el punto de vista arribas señalado, ves una opción, siempre acompañada de su par: la salud. Lo anterior nos hace profundamente responsables de nosotros mismos, de lo que comemos de lo que respiramos, de las cargas físicas y emocionales a las que sometemos a nuestro espíritu y a nuestro cuerpo. Es oportuno un comentario que hacía el médico Carlos Biro, cuando compartía su experiencia como médico en el pabellón de coronarias de un prestigiado hospital. Decía que los ataques al corazón en muchos más casos de los deseables, eran ataques de omnipotencia. Es decir, quienes los sufrían (usualmente jóvenes entre los 35 y 45 años, con altas exigencias económicas y sociales), privilegiaban las presiones laborales para obtener recompensas económicas, sobre el equilibrio vital. De ahí, que no es extraño que estadísticamente sean los lunes por la mañana (al iniciarse la semana laboral), cuando más casos de problemas cardiacos se presentan.
He sido testigo de cómo algunos esforzados seres humanos val enfrentar tremendas enfermedades en vez de desarrollar mecanismos de autocompasión, de miedo y de parálisis, aprovechan la oportunidad, para iniciar el largo camino que los llevará a ser hombres de conocimiento, de poder, o líderes. Así, cuando nos ponemos enfermos, no sólo tenemos la oportunidad de recuperar la salud, sino también de dar un salto cuántico hasta un nivel de bienestar mayor. La sanación -debería ser- un método que no sólo elimine los síntomas, sino que también permita alcanzar crecientes estados de salud. Lo anterior no se logra, aje suficiente, la humildad necesaria para aprender a leer la poesía del síntoma, el lenguaje del síntoma. Este proceso nos lleva a no destruir el síntoma que deja de ser el gran enemigo en la enfermedad: se descubre en el síntomas a un aliado que puede ayudarnos a encontrar lo que nos falta (o nos sobra) y así vencer la enfermedad. Entonces, el síntoma será como el maestro severo que nos ayuda a entender una lección importante: subsanar nuestras faltas, nuestros desequilibrios, nuestra desarmonía: si nos atrevemos a prestarle atención, continúan Dethelfsen y Dahlke, y a establecer comunicación con el síntoma, será guía infalible en el camino de la verdadera curación, y de nuestro crecimiento y desarrollo.
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